Una noche de invierno…

Todos los años me asalta el mismo cuento pero es cuestión de estas fiestas y el cansancio que me produce repetir, a modo de boutade, que no, que no me van los carnavales porque en el fondo sé que sí que me van los puñeteros carnavales.

De hecho, procuro salir a la calle con el mejor disfraz que es el que llevo todos los días.

Al margen de los concursos y de la elección de la Reina –hoy una amiga confiesa mientras toma un cortado algo así como “¿A qué chica no le gustaría ser Reina del Carnaval?”– este festejo tiene algo…

Algo, algo que se me escapa porque casi siempre coincide con otras tareas que requieren el concurso de mis modestos esfuerzos.

Cuando llega el Carnaval es inevitable que piense en mi bel ami Guy de Maupassant.

Y en una historia que leí hace años del maestro del relato corto –junto a Chéjov– que escribió sobre estas fiestas…

Joder con la lectura, joder con lo que te marcan los libros, joder con el eco que deja zumbado mientras procuras relajarte andes o no andes disfrazado.

El cuento, no cito el título porque hace años cometí la imprudencia de dejarle todos los relatos de Maupassant a un fantasma que desapareció con ellos, se ambienta en el Carnaval de Venecia. Una Venecia con lluvia de confeti y poblada de máscaras narigudas y que llevan sombrero por donde pasea un tipo disfrazado arriba y abajo que no deja de hacer cabriolas y que se convierte no en la reina –aunque igual…– sino en el rey de la fiesta toda la noche hasta que cae muerto al irrumpir la primera luz del amanecer.

Las otras máscaras se acercan entonces al cadáver y una incluso se atreve a quitarle la careta al cuerpo que yace en una callejuela que da, recrea mi memoria mentirosa, a uno de los canales de la ciudad.

¿Quién es el muerto?

El muerto es un anciano…

Y eso es carnaval.

Tiene gracia la cosa.

(*) La imagen corresponde al largometraje El abominable doctor Phibes (Robert Fuest, 1971)

Saludos, fiestaaa, desde este lado del ordenador

One Response to “Una noche de invierno…”

  1. Iván Cabrera Cartaya Says:

    Donde estén los cuentos de Maupassant, aún más que los de Chejov, no hay carnaval que valga. También yo, es curiosa la coincidencia, estaba releyendo estos días “El horla”, un cuento que leí de niño y me impactó muchísimo. Jamás he podido olvidarlo, como algunos de Chejov: La tristeza o El beso.

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