Paul Williams: “Dios es mi amigo”

Paul Williams es un tipo canijo, no debe de medir más de un metro y medio, quizá eso explique que el público quiera darle más que un abrazo, un achuchón.

El sábado pasado Williams se cansó de dar achuchones, abrazos y de firmar autógrafos en portadas de vinilo de sus viejos discos y de compactos, e incluso de fotografías que reproducían el cartel de El fantasma del paraíso en TEA Tenerife Espacio de las Artes.

El último acto, antes del concierto, de Fimucité que cuenta en su seno con Fimucinemá porque en este festival su clave no está en el Fa sino en el Fi y no en el Mi sino en el Má con el que comienza y termina el nombre de sus dos propuestas relacionadas con la música en el cine y, si quieren, con la música y el cine.

El acto del sábado con Paul Williams en TEA fue un acto especial.

La exhibición de El fantasma del paraíso –exhibición frustrada en su primera hora por una luz del techo que alguien se olvidó de apagar– y la presentación del señor Williams que es uno de los protagonistas del largometraje y el compositor y letrista de su banda sonora, reunió a un puñado de aficionados como a despistados en el salón de actos de TEA, quienes lo recibieron con la salva de aplausos que se merecía.

La realidad, sin embargo, es incapaz de vencer a los recuerdos.

Lo escribo porque en vivo y en directo ese Paul Williams no es el Paul William que recuerdo: el malvado Swan de El fantasma del paraíso.

El real parece demasiado encantador y canijo, por eso las ganas de darle un achuchón, y por eso que se meta al público en el bolsillo. No solo a los nostálgicos seguidores del artista sino también a los que el sábado lo descubrieron más tarde, y durante la proyección de la película, comoel diabólico productor musical que interpreta en ese clásico del cine chiflado que es El fantasma del paraíso.

La proyección coincidía con el 40 aniversario de la película, así que la primera sesión, prevista en un principio a las seis aunque se cambió a las cinco, permitió a iniciados y profanos recuperar un título que aún mantiene su aroma de culto, de título que quizá hoy no genera la misma siniestra tristeza que en verdad esconde, pero en el que todavía late una ácida y festiva mirada sobre el mundo del espectáculo.

En la intervención, Paul Williams habló de El fantasma del paraíso e incluso de su pequeño papel  como orangután en la quinta entrega de la serie El planeta de los simios. Después anunció que publica un libro de autoayuda porque “Dios es mi amigo.”

Y explicó como gracias a ese amigo venció su peculiar guerra con el alcohol y las drogas.

Paul Williams dijo que lleva más de veinte años sin meterse esta clase de venenos en el cuerpo y no se cansó de repetir que era feliz por haber vencido, gracias a Dios, a su peor enemigo.

Ya digo, daban ganas de levantarse y darle un achuchón.

Cuando terminó el encuentro con el público, el señor Williams firmó autógrafos y se fotografió con quien se lo pidiera. Y fueron bastantes los que le pedían una o las dos cosas a la vez. Eso retrasó la proyección de El fantasma del paraíso pero, qué diablos, Paul Williams contagia un cariñoso optimismo creyente que entendí necesario en un sábado que iba a pasar a la historia por espeso y terriblemente caluroso.

No había vuelto a ver El fantasma del paraíso desde aquella vez…

Aquella vez en casa, con la familia, quizá un sábado, sí, pero de otra estación. O quizá fue en verano. La verdad es que no me acuerdo y no me importa acordarme porque la película continúa funcionando. Es verdad que me hace sonreír, no ladrar las carcajadas de entonces, pero volví a identificarme con la tragedia de su protagonista, un genio al que le roban la obra de su vida y que se llama Winslow Leach.

Las emociones, no obstante, son distintas a la primera vez, aunque éstas  intentaron levantarse dentro de mi corazón.

Y solo por ese esfuerzo, creo que mereció la pena escuchar al señor Williams y volver a ver la película…

Debe ser que Dios también es mi amigo.

(*) La imagen es de Matt Furman, Billboard Magazine

Saludos, regresamos cual ave Fénix, desde este lado del ordenador.

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