Ella

La culpa la tuvo Howard Hawks, ese cineasta bronco e irrepetible, al unir al pétreo Bogart con la elegante y sofisticada Bacall en Tener y no tener, una película que se inspira vagamente en la novela del mismo título de Ernest Hemingway y en cuyo guión colaboró un ya alcoholizado William Faulkner.

La química de la pareja hizo que sonaran las alarmas y que saltaran chispas desde la pantalla. Casi todo el mundo recuerda a Lauren Bacall cuando le recomienda a Humphrey Bogart que silbe si la necesita. Bogart tuerce los labios en su característica sonrisa cinematográfica, la misma que repetiría, una vez más a las órdenes de Hawks, en El sueño eterno interpretando al detective privado Philip Marlowe, una feliz creación del novelista Raymond Chandler y en el equipo de guionista repitiendo, una vez más, el autor de la novela Santuario.

La química B-B, por Bacall-Bogart, volvió a funcionar en pantalla. Tanta es la intensidad que la pareja volvió a reunirse en otro de lo grandes clásicos del cine negro, La senda tenebrosa, un filme dirigido por Delmer Daves y basado en otra de las grandes novelas del todavía poco reconocido Davis Goodis.

Historia de amor al margen, estas tres grandes películas contribuyeron a cimentar la imagen de Lauren Bacall en el cine. Dice más cosas con su mirada de ojos verdes y el cigarrillo colgando indolente entre sus labios, que interpretando cualquier línea de diálogo. Eso explica, entre otras cosas, que un duro como Bogey cayera rendido en sus brazos. Quién no, ¿verdad?

La pareja volvió a trabajar en Cayo Largo, otro gran clásico del cine negro bajo las órdenes de un ilustre cineasta al que hoy los osados critican o hacen que ningunean. John Huston debe de reírse de todos ellos en ese paraíso que no es otra cosa que un gran bar con barra libre toda la eternidad. Allí debe de encontrarse hoy Lauren Bacall, compartiendo tragos con Bogart, Hawks, Huston, Edward G. Robinson, Frank Sinatra…

En vida, mientras tanto, Lauren Bacall ya sin Bogey devora literalmente a todo el mundo, y ese mundo tiene nombre y apellidos como Kirk Douglas y Doris Day en ese drama con tintes oscuros que es El trompetista (Michael Curtiz, 1950), una extraordinaria película sobre el jazz basada en una extraordinaria novela de Dorothy Baker que ya reseñamos en este su blog.

Resulta imposible no enamorarse de esta mujer. También pensar que Hollywood fue durante unos años sencillamente una fábrica que sabía producir sueños.

Lauren Bacall continuó su carrera en el cine imprimiendo con su presencia una sofisticación que hoy ya no se encuentra. Tanteó la comedia musical en Cómo casarse con un millonario (Jean Negulesco, 1953) mientras compartía escenas con esa mujer de cabellos dorados que se llamó Marilyn Monroe y animó a su marido, Bogey, a que mostrase públicamente su rechazo a la Caza de Brujas que había emprendido un golfo, el senador McCarhty. Le dio tiempo incluso a ser ama de casa, madre cariñosa y esposa cuando el cáncer comenzó a devorar a Bogart…

Tras la muerte de su compañero, de aquel hombre al que enseñó a silbar, Lauren Bacall continuó su carrera aprendiendo a envejecer como solo envejecen los mejores vinos. Sus ojos no perdieron brillo, dice de  todo sin que haga falta una puñetera línea de diálogo.

Está como siempre en ese western crepuscular que es El último pistolero (Don Siegel, 1976), la última película de ese gigante que fue John Wayne. Es un miembro más del reparto plagado de estrellas de Asesinato en el Orient Express (Sidney Lumet, 1974) y en Misery (Rob Reiner, 1990) hace de agente literaria del escritor que interpreta James Caan antes de que éste caiga en las garras de su fan número 1, papel que interpreta Kathy Bates. Aparece incluso, ya al final de su carrera, en Dogville (2003) y Manderlay (2005), del inclasificable Lars von Trier. Siempre delgada, elegante, con esos ojos que parecen explorar todo cuanto se mueve a su alrededor… Los labios carnosos, quién sabe, echando de menos un cigarrillo.

Más allá de los sueños, Robin Williams tiene que haberse encontrado en la sala de espera con Lauren Bacall. Hechizado por esos ojos verdes, Williams acepta la mano que le tiende antes de partir al otro mundo.

- Vamos, vamos.- le susurrar al actor atolondrado.

- ¿P-pero y si me p-pierdo?.- tartamudea Williams.

- Silba.

- Pero es que no sé silbar…

-Oh, capitán, mi capitán.- bromea Bacall aplastando con el pie su décimo cigarrillo.

Saludos, a ella, desde este lado del ordenador.

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