Unos más y otros menos… Todos son sospechosos

En el debate de si la novela negra, policíaca, negra y criminal o como el lector desee caprichosamente denominarla, se trata de una moda o, por el contrario, de un género perfectamente instalado en la actual literatura española, irrumpe ahora en el mercado editorial y bajo el cobijo de una independiente, Pan de Letras, Todos son sospechosos, una antología en la que se reúnen relatos firmados por algunos de los más conocidos escritores del género con otros de los que apenas se tiene noticia con el objetivo, presumo, de hacer llegar a la legión que forman las bandas de apocalípticos e integrados que lo negro, lo policíaco, más que un fenómeno que obedece a oscuras estrategias comerciales es un hecho que ahí está. Que su presencia en las estanterías de las bibliotecas y en las mesas de novedades de las librerías es inevitable porque este tipo de novelas despierta el interés de los que aún presumen que leen.

Como toda antología que se precie Todos son sospechosos no funciona como un reloj. Tiene cuentos que casi parecen horas punta pero también otros que no llegan a dar ni los cuartos. Pese a ello, la lectura de sus catorce relatos puede orientar al profano sobre cuáles son los callejones por los que transita ese tipo de literatura en España aunque lamentablemente se omite –por descuido o por criterios editoriales, no se explica– información de los autores seleccionados, algunos de ellos muy conocidos para iniciados pero absolutos desconocidos para quienes no son expertos en las letras negras que se escriben en la actualidad en España.

Noto en falta en este sentido y como lector un breve resumen de la obra de cada uno de los escritores que colaboran en la antología. Y un prólogo, que rubrica Laura González,  con más enjundia para celebrar el milagro. Un milagro que debe ser entendido como la aparición de este libro a través del cual se justifica el laborioso proceso de trabajo que lo ha hecho posible y que coordina el también periodista Xavier Borrell.

El espíritu que alimenta Todos son sospechosos es el de ofrecer una visión panorámica del género negro en España así que pese a sus peros, Todos son sospechosos tiene la virtud de ser un libro abierto, que repasa geográficamente las tendencias de lo negro y criminal que se prodiga en este país y sirve de guía para aproximarse a las claves que se manejan en Madrid, Valencia, Cataluña, Canarias y País Vasco, entre otros, cuando se aborda el crimen como reclamo literario.

Entre los relatos se cuelan dos firmados por canarios. Y es que Canarias hoy suena con sonoro redoble de chácara y tambor en la literatura negra escrita en español gracias sobre todo a los éxitos cosechados recientemente por Alexis Ravelo (premio Hammett y Getafe Negro) y Javier Hernández Velázquez, un escritor que no renuncia a ir por su camino y que casi parece que recurre al género para construir novelas que a veces, solo a veces, son otra cosa. Las historias de Velázquez y Ravelo comparten espacio con las que rubrican Empar Fernández, Nacho Cabana;  Nieves Abarca, Xavier Borrell, Claudio Cerdán, Paco Gómez Escribano,  Luis Gutiérrez Maluenda, Toni Hill, Lluc Oliveras, José Antonio Castro Cebrián, Rosa Ribas y Desirée B. Silvage.

Y si por algo se definen todas ellas es por la variedad de estilos que proponen aunque al final, ese momento en el que se cierra definitivamente las tapas del libro, el lector tiene la sensación de que el cuento escrito en clave negra no termina de cuajar entre los integrantes de este volumen cuanto menos curioso.

A mí, al menos, me da la sensación de que lo negro y criminal tiene su naturaleza en la novela. Que las historias cortas se adaptan mejor a otros géneros como puede ser el fantástico, la de misterio e incluso la ciencia ficción. Que los límites por los que camina la literatura policial exigen más espacio, como si solo pudiera ser ella misma en relatos extensos a través de los cuales explotar las tramas, el desarrollo de personajes y precisar la descripción ajustada del espacio físico en el que se mueven esos mismos pesonajes que hacen de protagonistas.

Con todo, hay destellos en esta antología que opera a modo de carta de presentación no para los escritores instalados que colaboran en ella sino para los que aspiran a ubicarse en las letras criminales españolas.

La diversidad de historias y también que se traten de cuentos cortos en el mejor sentido del término, hace que no resulte fatigosa su inmersión en los textos, y que por norma general, cada una de estas catorce piezas se lean con la rapidez que se merecen, aunque muchas de ellas no terminen por estar resueltas y otras pequen de una desconcertante moralina para los tiempos que corren. Ello me hace concluir que, pese a los intentos, el fantasma que recorre la literatura negra y criminal en España necesita todavía de su peculiar Lou Ford.

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