Canciones de amor a quemarropa, una novela de Nickolas Butler

“América, diría yo, consiste en gente pobre tocando música y en gente pobre compartiendo comida y en gente pobre bailando aun cuando llevan una vida tan desesperante y tan deprimente que ya ni debería haber sitio para la música o para algo de comida extra, cuando no deberían quedarles energías para bailar. Y ya me pueden venir con que no tengo razón, con que somos un pueblo puritano, un pueblo evangélico o un pueblo egoísta, pero yo no lo creo. No quiero creerlo.”

(Canciones de amor a quemarropa, Nickolas Butler. Traducción: Marta Alcaraz. Libros del Asteroide, 2014)

La historia de cuatro amigos que crecieron juntos en un remoto pueblo de Wisconsin es el tema central a través del cual gira la novela Canciones de amor a quemarropa, de Nickolas Butler, uno de esos títulos que la crítica de su país elogia sin que lector que vive en las colonias entienda muy bien las razones.

No es una novela demasiado larga, apenas supera las trescientas páginas, pero sí un relato que pese a su apuesta narrativa digamos que arriesgada, termina por hartar a quien busca que le cuenten una historia, o varias, sin recordarle todo el tiempo que lo que lee va más allá, que se trata de un libro que habla de lo grande que es la amistad.

Narrada a través de monólogos interiores de sus cuatro protagonistas y de algunas de las mujeres con las que comparten su vida, Canciones de amor a quemarropa se salva ocasionalmente por alguna chispa de humor, pero a la postre resulta un continuo pasar de páginas que se caracterizan por no contar con demasiada sustancia. O igual es que sus contenidos resultan demasiado norteamericanos. Un retrato amable sobre un país que todavía conserva sus esencias, reflexiona Butler, en sus pueblos pequeños, microcosmo donde todo el mundo se conoce y ayuda.

Se tiene la sensación mientras se lee Canciones de amor a quemarropa que se trata de una de esas películas independientes norteamericanas en las que se proponen ideas, sí, pero en la mayoría de las ocasiones esbozadas, a trazos, sin hurgar en la llaga. Casi ajena al fascinante escenario natural en el que se desarrolla y que aún conserva su estado salvaje. Un paisaje que, a mi juicio, está muy por encima de esas relaciones que se han forjado, precisamente, para vencer su hostilidad.

Cuenta la novela con una reflexión universal que si bien apenas explora da que pensar: la necesidad de abandonar el entorno en el que te criaste y la paradójica necesidad de volver a él para reencontrarte como persona. Es un elemento que plantea Butler pero que apenas explora como fuente original de los conflictos interiores que genera.

Canciones de amor a quemarropa resulta, en este sentido, una novela muy fría. Tan fría como el tiempo que la mitad del año toma ese lugar remoto de Wisconsin.

Una frialdad que hace que el lector no comulgue con sus protagonistas, aunque haya alguno que sí que decante sus simpatías.

Los cuatro amigos de la novela son:

Henry, un granjero que se quedó en el pueblo y se caso con la mujer de su vida, y de la vida de algunos de la pandilla.

Lee, una estrella de rock.

Ronny, el más libertario de todos y un vaquero retirado del rodeo tras sufrir un accidente de trabajo

y Kip, un agente de bolsa.

Los amigos se reencuentran. Y… y eso, que se reencuentran. Poco más, salvo confesiones que ponen a prueba la inquebrantable amistad que mantienen Lee y Henry y crítica, aunque no muy ácida, al exitoso tiburón de las finanzas que encasrna Kip, aunque al final no tenga los colmillos tan largos como pretendía hacernos ver.

Treintañeros, en definitiva, a los que les cuesta mucho madurar pese a que Henry, el granjero, sea el tipo más cuerdo de esta banda de cuerdos aburridos de lo que son y del lugar que ocupan en el mundo.

El tema principal, mientras tanto, queda soterrado por las juergas que se cogen y por las bromas que se gastan. De fondo, cómo no, suena mucho rock. Casi como si el escritor pretendiera orientar musicalmente al futuro director de cine independiente que se encargue de dirigir su novela sobre la amistad de cuatro amigos que dejan de serlo cuando cruzan la frontera de su Estado.

Me ha resultado, confieso, titánico el esfuerzo por terminar esta novela. Y eso que estuve tentado varias veces de dejarla cuando iba por la mitad y alojarla en algún rincón de las estanterías de mi caótica biblioteca. Al final ganó el interés por conocer qué camino tomaría Canciones de amor a quemarropa.

¿Mereció la pena tal curiosidad?

Mucho me temo que no.

Y eso que Butler intenta encender en sus últimas páginas los leños de una hoguera que dé calor a tanto frío.

Saludos, caminemos, caminemos, caminemos, desde este lado del ordenador.

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