El choque de civilizaciones, según Conan Doyle

“Hacía menos de una hora  estaban en la cima de aquella roca, charlando  y riéndose, quejándose del calor y de las moscas, irritándose ante las pequeñas incomodidades. Headingly había llevado hasta la disconformidad su crítica de las tonalidades de la Naturaleza. Lo que los prisioneros no olvidarían era la tonalidad de sus mejillas  sobre la piedra negra.  Sadie había chachareado acerca de los vestidos estilo sastre y de las modas de París. Ahora marchaba medio enloquecida y sujetándose con todas sus fuerzas al pomo de la silla de madera del camello, y la idea del suicidio se alzaba en su cerebro como roja estrella de esperanza. El sentimiento de humanidad, las justicias, las razones, todo había desaparecido, quedándole únicamente la brutal humillación de la fuerza.”

(La tragedia del Korosko, Arthur Conan Doyle. Traducción: Amando Lázaro Ros, Aguilar, 1964)

Sir Arthur Conan Doyle es uno de los grandes escritores populares que ha terminado asumido por crítica y lectores digamos que de gustos refinados.

Me refiero a esas insatisfechas minorías que suelen leer con el dedo meñique estirado y a los que se les llena la boca de elogios cuando evocan el trabajo del creador de Sherlock Holmes, personaje cuyas aventuras confiesan devoraron en su más tierna adolescencia, aunque hoy han superado esa etapa leyendo a otros autores con libros de contenido más espeso. O con pedigrí intelectual, lo que ha terminado por relegar a Doyle, como a Verne, a Kipling, a Salgari, a London, a Stevenson, a Wells y a Rider Haggard, entre otros, al baúl de sus nostálgicos recuerdos.

Como no soy socio del Club Diógenes recurro de tanto en tanto y por razones de salud a muchas de las novelas de los autores anteriormente mencionados. Suelo encontrármelos  en una biblioteca, o en una librería, o en un rastro, donde los escritores que alimentaron mi juventud continúan gritándome en silencio porque saben que así tengo un viaje garantizado.

Es verdad que al principio intento revelarme, ponerme tonto, explicarles que hay muchos libros espesos y no tan espesos que esperan pacientemente su turno pero al final siempre ganan ellos porque nunca traicionan.

Es una de las pocas cosas que he sacado en claro a lo largo de mi vida como adicto lector, que no es otro que el que lee por necesidad.

Conocía pero no había leído La tragedia del Korosko, una novela de aventuras de sir Arthur Conan Doyle, por lo que sumergirse en sus páginas ha sido como reencontrar a un viejo amigo que todavía posee una entrañable capacidad de sorpresa pese a que hoy su historia pueda ser tachada de imperialista y racista.

Y si bien no le falta razón, Conan Doyle además de ser un excelente escritor de aventuras fue un inglés convencido de haber nacido en una nación de naciones cuya misión era la de civilizar el mundo. Y se escandalice o no, si se sabe extraer una idea en la que sí insiste por cierto en La tragedia del Korosko, a mi con todos sus prejuicios continúa pareciéndome una excelente novela de aventuras.

Una excelente novela de aventuras con todas sus sagradas letras.

Y Conan Doyle forma parte de esas letras sagradas.

La tragedia del Korosko es un relato de personajes –turistas británicos, norteamericanos y un francés de excursión por el Nilo– que sufren un violento intento de transformación tras ser secuestrados por un grupo de sanguinarios derviches que, entre amenazas de torturas, pretenden que se conviertan al Islam.

El Islam o la muerte.

¿Les suena la historia?

Leída en estos tiempos tan convulsos que vivimos es inevitable pensar que la obra de sir Arthur Conan Doyle debe de estar proscrita por los radicales, unos derviches en este caso que el autor retrata con distanciado respeto –no hace mofa de ellos– pero sin alcanzar a entender las razones que los mueven para vivir en otro tiempo y combatir con las armas el progerso que implica la civilización occidental, que en este caso representa la Gran Bretaña.

El apasionante choque de civilizaciones que propone Conan Doyle es uno de los grandes temas de una novela redonda en su género, y en ella además de alertar de los peligros que acechan a los acomodados turistas que se adentran en zonas remotas del Oriente medio, se informa de algunas de las claves que caracterizaron el progreso colonial occidental de aquel tiempo –como la construcción del canal de Suez–, las insurrecciones derviches que estallaron para evitarlo, y los héroes trágicos británicos que murieron por hacerlo posible, como Gordon Pachá en la ciudad de Jartum, Sudán.

Como en toda novela de aventuras que se precie, el paisaje es un protagonista más de este relato de esfuerzo y superación, entre los que transitan los pasajeros del Korosko, que son presentados al principio con certeros brochazos: la independiente norteamericana Sadie Adams, los solitarios ingleses coronel Cochrane, un militar jubilado y el apagado procurador James Stephens;  un francés protestón, monsieur Fardel, y un feliz matrimonio irlandés, los Belmont que, entre otros, integran un estrafalario grupo de turistas (¿qué grupo de turistas no es estrafalario?) hasta que son secuestrado por los feroces derviches.

Porque en La tragedia del Korosko los derviches son bárbaros feroces, gente, destaca Conan Doyle, que necesitaba entrar en cintura. La cintura que implica el “generoso progreso británico.”

¿Y los inocentes?

¡Ah!, si en el camino muere algún inocente que al menos muera como en las novelas solo sabe hacerlo un inglés: con la cabeza muy alta.

Grande, único e irremplazable sir Arthur Conan Doyle.

(*) En la imagen recreación de la muerte del general Gordon en Kartum, de Jean Leon Gerome Ferris

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

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