Una intriga danesa en Fuerteventura

“Seguramente es de la Península, de Madrid o puede que sea de Valencia. Tiene un aire de estudiante, y los demás no lo parecen. Eso no se ve mucho por aquí. A esta isla la llaman “isla ingenua”. Es la isla de los tontos. Hay que navegar durante tres o volar cinco horas para toparse con una universidad un poco decente. Así que, cuando uno ve un hombre joven con cierto intelecto, es algo notable. O por lo menos, lo es para Erhard. Aunque tiene una buena ristra de carreras universitarias que ha ido dejando a medias a  lo largo de los años, la vida también se ha encargado de enseñarle a reconocer a un intelectual. Ese chaval tiene una nariz enorme cuando se pone de perfil. Cuelga sobre la boca haciendo un suave arco que nace en la frente y pasa entre los ojos. Parece un kuros, una estatua griega tallada en piedra.”

(El ermitaño, Thomas Rydahl. Traductor: Lisa Pram. Colección Ánfora y Delfín. Ediciones Destino, 2015)

El ermitaño es la primera novela del escritor Thomas Rydahl (Aarhus, Dinamarca, 1974), obra que ha alcanzado un notable éxito en su país, donde ha obtenido numerosos premios y ha sido calificada por la crítica como el libro del año. Sin embargo, y tras leer sus más de seiscientas páginas, algo nos hace sospechar que no deben de ser buenos tiempos para las letras danesas.

Y no porque a El ermitaño le falte sustancia, que la tiene; ni originalidad, que también la tiene. El problema de El ermitaño se encuentra precisamente en su abultadísimo número de páginas. También en que se trata del primer volumen de lo que su propio autor anuncia como trilogía.

Una trilogía que protagoniza un sesentón taxista danés en Fuerteventura.

Lo que hace sospechar que su éxito en Dinamarca se deba al lugar en el que prácticamente se desarrolla la acción. Una isla muy próxima al continente africano pero europea y exótica. Una isla en la que casi siempre brilla el sol y un protagonista que es descrito como un hombre de edad que ya no tiene hambre de futuro aunque es aficionado a la bebida,  a que lo dejen en paz y que ha buscado refugio –sin que sepamos la razón– en Fuerteventura, territorio con el que mantiene una relación de amor y odio.

No estamos pues ante un nuevo Calabuch. Solo sabemos de Erhard, el protagonista,  que un buen día decidió abandonar a su esposa y a su hija en Dinamarca para terminar con sus huesos en la isla. Una isla en la que trabaja como taxista y en la que ha hecho unos pocos amigos.

La novela comienza cuando se descubre el cuerpo sin vida de un bebé dentro de un coche varado en una playa de Fuerteventura y se desarrolla contándonos la investigación que emprende Erhard para descubrir ¿por qué? En sus pesquisa será acosado por la policía, que quiere olvidarse del caso no vaya a repercutir en el turismo de Fuerteventura, y a los poderes fácticos –que en la novela se conocen como Los tres papas–. No obstante, cualquier amenaza y asomo de violencia resulta inútil para Erhard, un personaje que más que crecerse ante las adversidades resulta demasiado obstinado.

A través de su Erhard, que guarda cierto parecido con Max von Sydow le dice una amiga, el lector irá conociendo las entrañas que subyacen en ese paraíso de playas kilométricas y horas de sol casi todo el año.

En las seiscientas páginas en que dura la investigación, a Thomas Rydahl le da tiempo para describir, y muy bien, por cierto, los paisajes desérticos de la isla y sacar a la luz las luces y sombras que caracterizan a su protagonista. Un hombre al que le falta un dedo en una de sus manos, es un loco del jazz, afina pianos y lee para pasar el rato en la chabola apartada en la que vive junto a dos cabras que responden al nombre de Laurel y Hardy.

Poco a poco, muy lentamente, en la novela sale a relucir la corrupción urbanística que castiga a la isla, y da pinceladas sobre cómo funciona la población con los extranjeros, algunos de los cuales han vuelto a reconstruir su vida en Fuerteventura. Hombres y mujeres que como Erhard parecen que huyen de algo. Personajes desubicados que, inevitablemente y por mucho que quieran vivir al margen, han terminado por convertirse en parte del paisaje.

Thomas Rydahl conoce bien la geografía que describe, aunque se permite licencias que sorprenderá a quienes habitamos estas tierras. Delirante resulta en este sentido el rápido viaje que Erhard realiza a Tenerife como parte de su investigación.

Tenerife es una isla imaginada, sin asomo de parecido con la real:

“La otra vez llegó en barco y sintió devoción, incluso amor, por Santa Cruz. Desde arriba, simplemente parece la ciudad grande que nunca llegó a ser. Las palmeras están grises y los edificios cubiertos de anuncios publicitarios. Desde el avión puede ver una propaganda gigante que cubre el tejado del edificio que constituye el aeropuerto. Es el anuncio de un nuevo perfume de enamorados que se fusionan en un intenso abrazo.”

No creo de todas formas que la intención del escritor fuera la de fotografiar la capital tinerfeña sino, más bien, la de utilizarla como escenario un tanto oscuro de su trama y dar la oportunidad a su héroe de que saliera al menos durante unas páginas de Fuerteventura, que es la isla que monopoliza como escenario el grueso de esta obra.

Una obra, reiteramos, excesivamente generosa en páginas y en ocasiones bastante excéntrica porque apenas aporta más información, por lo que parece que muchas de ellas están escritas para dar contenido numérico pero no profundidad al relato.

Lo mejor de la novela es detectar cómo el escritor quiere reflejar el carácter majorero, un espíritu visto a través de los ojos de un turista no accidental al que se le ocurrió en una de sus estancias en la isla la idea de construir una de misterio en un paisaje soleado y con playas. Escenarios muy alejados del frío nórdico. De hecho, El ermitaño transcurre en febrero, fecha en la que los turistas del norte de Europa buscan el clima de las islas para pasar sus vacaciones. Erhard los lleva del aeropuerto a los hoteles y de los hoteles al aeropuerto en su taxi, un viejo Mercedes, para ganarse unos euros, algunos de los cuales envía a la mujer que abandonó en Dinamarca.

Mientras tanto y a raíz de su investigación, intenta conocer cómo respira esa isla por dentro. La que no observan los turistas que se ponen rojos como gambas en las playas. Una visión que araña y en la que, cuenta, gobiernan caciques que controlan incluso a las mismas fuerzas del orden. Uno de ellos, Emmanuel Palabras, y también su hijo son personajes fundamentales en la historia. Una historia en la que Rydahl cuela a veces reflexiones sobre la desesperante capacidad de improvisación de los canarios y de las feas estructuras de apartamentos a medio construir que rompen la belleza del paisaje.

Además de Fuerteventura y Tenerife, El ermitaño hace viajar a su protagonista a la isla de Lobos, donde escribe una anécdota que, tras investigarla, sospecho que es fruto de su imaginación:

“Es la isla de Lobos.

Es altiva e independiente. Solo la aman los pescadores, los pájaros, algún turista despistado y, en su día, John Coltrane. En los años sesenta, unos meses antes de morir, parecía obsesionado por dar un gran concierto en la montaña de la Caldera, el punto más alto. Concretamente, en el único café de la isla. Acompañado de los mejores músicos de jazz del momento. Antes de esa fecha, Coltrane ya había vivido allí unas semanas, solo. Dormía en una cabaña con vistas a unas playas repletas de lobos marinos. De ahí el nombre de la isla. Hoy ya no habitan en esos parajes. Por lo visto, vio llegar a un hombre caminando sobre el mar desde Fuerteventura. Más tarde había explicado que el tipo desnudo tenía tatuadas varias composiciones por todo el cuerpo. Coltrane le puso el nombre de Ogunde.”

A modo de conclusión, El ermitaño es una irregular novela sobre la que pesan los nervios de una ópera prima que no justifica su estiradísimo número de páginas. Pese a todo, sí que cuenta con momentos vibrantes, escenas en las que se atisba la calidad de un escritor que sí sabe contenerse habrá que seguir en próximos títulos. Estén o no protagonizados por su anacrónico taxista de nueve dedos: Erhard.

Sañudos, leamos, leamos, leamos, desde este lado del ordenador.

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