“Y ya se doblaba, ambas manos en el vientre”

“Distraído, canturreando, silboteando, avanzaba, la cabeza baja, pisando los pámpanos secos, los sarmientos, sobre la tierra dura, y arrancando, aquí una uva, más allá otra, entre las más granadas, cuando de pronto –“¡Hostia!”–  muy cerca, ahí mismo, vio alzarse un bulto ante sus ojos. Era –¿cómo no lo había adivinado antes?–  un miliciano que se incorporaba; por suerte, medio de espalda y fusil en bandolera. Santolalla, en el sobresalto tuvo el tiempo justo de sacar su pistola y apuntarla. Se volvió el miliciano, y ya lo tenía encañonado. Acertó a decir. “¡No, no!”, con una mueca rara sobre la sorprendida placidez del semblante, y ya se doblaba, ambas manos en el vientre; ya se desplomaba de bruces…En las alturas, varios tiros de fusil, disparados de una y otra banda, respondían ahora con alarma, ciegos en el bochorno del campo, a los dos chasquidos de su pistola en el hondón. Santolalla se arrimó al caído, le sacó del bolsillo la cartera, levantó el fusil que se le había descolgado del hombro  y, sin prisa –ya los disparos raleaban–, regresó hacia las posiciones. El capitán, el otro teniente, todos, lo estaba aguardando ante el puesto de mando, y lo saludaron con gran algaraza al verlo regresar, sano y salvo, un poco pálido, en una mano el fusil capturado, y la cartera en la otra.”

La imagen es de Gorka Legarceji.

(El Tajo, relato incluido en La cabeza del cordero, Francisco Ayala, Los libros del mirasol, 1962)

Saludos, leemos, leemos, leemos, desde este lado del ordenador.

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