Los amigos del crimen perfecto, una novela de Andrés Trapiello

“Yo creo en el destino, pero dentro de un orden, o sea, de un caos. Porque es verdad que sin destino no hay Crimen Perfecto, pero sin caos no hay novela ni literatura.  Ahora todo el mundo quiere ser como Bogart en el cine, pero al mismo tiempo hacerse millonario, tener una casa en Beverly Hills y ponerle un pisito a Lauren Bacall para hacer con ella, los fines de semana, escalibada con ajitos tiernos y sepia a la plancha, en la cocina. Se podía ser detective y cultivar rosas, pero ¿dónde se han visto detectives con el mandil puesto? Hemos degenerado como bizantinos. Se han roto las reglas. Somos de otro tiempo. Además, en todos estos años yo no he dado con un personaje como Dios manda. He tenido buenos casos, no lo niego, pero los han resuelto malos personajes. En este negocio depende todo del detective. Los crímenes son poco más o menos todos igual en todas partes y en todas las épocas. Se mata por amor, por dinero o por poder. Lo que varía es el modo de resolver los casos.”

(Los amigos del crimen perfecto, Andrés Trapiello. Ediciones Destino, 2004)

Andrés Trapiello obtuvo el premio Nadal 2003 con Los amigos del crimen perfecto, una novela que pese a los años transcurridos todavía conserva la frescura y la ironía con la que fue escrita y texto en el que su autor rinde un irónico homenaje a la novela policíaca en todas sus variantes.

No es así el tributo, precisamente, el rasgo más determinante de un libro en el que planea algunas de las constantes del universo narrativo del escritor. En sus capítulos se disemina y dejan rastro muchas de las constantes que definen su corpus literario, como Miguel de Cervantes y los fantasmas de la Guerra Civil, muy presentes estos últimos en esta novela que se desarrolla en los años ochenta y, en uno de sus tramos, en los momentos más graves e intensos de la por aquel entonces aún joven democracia española como fue la intentona de golpe de Estado de febrero de 1981.

No obstante, y para el aficionado a la novela negra y criminal, Trapiello construye un tapiz en el que el lector iniciado en esas letras puede sentirse identificado.

Los amigos de ese club que acoge una de las mesas del café Comercial de Madrid se hacen llamar con nombres simbólicos como si de una logia masónica se tratara. Así, entre sus protagonistas se encuentra Sam Spade, en su vida órdinaria un tal Francisco Cortés que se dedica a escribir novelas policíacas con pseudónimo anglosajón; Marlowe, Maigret, el padre Brown, Poe, Perry Mason, Miss Marple, Scherlock Holmes, Nero Wolfe o Miles, la dama de negro, entre otros. El club cuenta, además, con su propio anagrama: “Una circunferencia con intrincados viales”, parecido a “esos ideogramas que se ven en los letreros de los restaurantes chinos”. “Un laberinto que no desemboca en ningún lugar, sino que acaba en el mismo punto del que se parte.”

Lo interesante de esta emotiva y sutil aproximación al universo policíaco visto con distancia y sutilísimo sentido del humor –casi como si estuviera escrita por un Chesterton travestido en español– es que lo policíaco no es lo más importante aunque un crimen aparentemente perfecto sea el peso que sostiene la trama.

Lo significativo, el elemento distintivo del libro es su amplia red de personajes y las motivaciones que hacen avanzar a todos ellos en unas páginas en las que además de hablar sobre posibles crímenes perfectos, se reflexiona sobre el amor y los muertos provocados por una guerra cuyas heridas –ni unos ni otros– quieren que se cierren.

Da que pensar por lo tanto Los amigos del crimen perfecto ya que si bien parece un libro de consumo rápido e ideal para leer en la playa, cuenta con otras capas que obligan a una lectura más sosegada y si quieren profunda. Entre otras, que el crimen perfecto no deja de resultar –en el caso de esta historia– un acto de justicia.

Novela muy medida, y en la que también se medita sobre la importancia como entretenimiento que guarda el género criminal y de misterio como vía de escape, si por algo sobresale Los amigos del crimen perfecto es por cómo describe su autor la evolución de unos personajes que, en ocasiones, están unidos por lazos que van más allá de la amistad.

Personajes, los principales, marcados por un pasado que ha dejado demasiadas huellas en la forja de su carácter. Ahí la grandeza de un texto tan sencillo de leer, de un relato que cuenta con numerosas bifurcaciones que al final terminan por confluir en un mismo espacio, en un mismo lugar.

Una aventura, en definitiva, que no dejará indiferente a nadie. Y cuando escribimos nadie nos referimos a los que buscan una historia con tintes policíacos como a todos aquellos que desean entregarse a un libro que habla de ellos mismos.

Y es precisamente ese ellos mismos la clave de una novela redonda, que aún respira un excelente estado de salud y que consagra a Andrés Trapiello como uno de los mejores escritores españoles de la actualidad.

Saludos, lecturas de verano, desde este lado del ordenador.

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