Aquel cine de verano… en la plaza de toros

Érase una vez una capital de provincias que dedicaba en verano su plaza de toros no a los toros, no, sino a cine. Ese cine de verano en el que la pibada de aquel entonces podía ver las películas recomendadas para mayores de 18 años en unas condiciones penosas, sí, pero en un ambiente de cachondeo que hacía soportable cualquier cosa para adultos que se proyectara en aquella pantalla. Una pantalla que se agitaba al soplar el viento y un espacio en el que si levantabas la cabeza podías observar el cielo estrellado o la luna redonda mientras estirabas las piernas sobre la arena rubia que cubría el suelo.

La nostalgia, que dicen que es un error, pero una nostalgia de la que guardo grato recuerdo cuando asocia plaza de toros a cine de verano. Cine al aire libre.

Sí, me refiero a esa misma plaza de toros que hoy se derrumba lentamente, como un dinosaurio que ya no encuentra su sitio en un mundo como éste.

Para un tipo con la misma memoria que un pez, resulta sorprendente que aún recuerde las emociones que compartió en aquel sitio en el que más que ir al cine se iba a pasarlo bien y a comer pipas Churruca, esas pipas de girasol con cáscara repleta de sal que te dejaba la lengua reseca como una mojama.

Mientras, el que hacía de acomodador desfilaba por el patio de butacas –unas butacas incomodísimas y de madera aunque más tarde instalaron unas de plástico– para que el público le gritara escondido en la oscuridad “linterna, linterna” o “linterna, mano, dame un duro…” que despertaba su ira y hacía mover a un lado y al otro la, precisamente, linterna que llevaba entre las manos con la intención, siempre frustrada, de coger al bromista.

Aquel círculo de luz con la que el linterna repasaba a los espectadores se me antojaba entonces como el reflector de una de esas películas de guerra, mientras en pantalla los mods y los rockers se rompían la cara a cachetones; aquel Drácula negro –que se llamaba Blácula– y con patillas se convertía en el amo de los no muertos o Lucifer, el mismísimo rey de las tinieblas, convocaba a las huestes del infierno. Eso sin contar la de balazos que se daban los vaqueros en las del oeste rodadas en Almería ni la de bombas y demoliciones que se repartían en las películas bélicas hispano-italianas…

Ya  hemos contado en este mismo su blog muchas de las anécdotas de aquel cine de verano al aire libre pero es inevitable que la añoranza reviva en este verano constipado, con rayos y truenos y un calor húmedo y africano que atonta un poco más a la parroquia.

Fue un tiempo que ya no volverá.

La ciudad no es la misma y la plaza de toros, digo, envejece un poco más, cerrada a cal y canto.

Permanece como un monumento olvidado, de otra época no sé si más feliz pero es probable que sí menos compleja y miedosa que ésta.

Repaso la lista de películas que todavía guardo en mi memoria y que contemplé en aquel coso taurino y ninguna es de toros. Y mira que me gustaba Los clarines del miedo

Paseo por los alrededores de la Plaza de Toros y cuando mis dedos se deslizan por su pared se me queda en las yemas rastros de pintura y pienso que mala cosa es olvidar el pasado. A veces, incluso, deseo que se derrumbe de una vez tan histórico edificio porque para verlo languidecer mejor es que acabe como una montaña de escombros.

¿Cuál será su estado por dentro?, ¿cuántos bichos hacen su agosto en sus entrañas? ¿Cómo sería esa plaza cuándo vivió sus momentos de gloria taurina?

Tras suspenderse las corridas de toros, el espacio sirvió para charlotadas, cancha de boxeo, galas de elección de la reina del Carnaval, conciertos… y cine de verano entre otras actividades lúdicas y para toda la familia. Luego se convirtió en terraza, y se instalaron algunos pubs y restaurantes en sus aledaños que no tuvieron demasiada suerte en la caprichosa y kafkiana vida nocturna de esta capital de provincias que parece que ya no cree en nada.

Y mucho menos en el érase una vez con el que comienzan los cuentos…

(*) La imagen que ilustra el post corresponde a Drácula negro (Blácula), una película de William Crain del año 1972. El actor William Marshall hace del príncipe afro de los vampiros. Marshall repetiría este papel en ¡Grita, Blácula, grita! (Bob Kelljan, 1973).

Saludos, no, no volverán, desde este lado del ordenador.

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