‘Mientras seamos jóvenes’, una novela de José Luis Correa

“Me fui de allí sin respuestas. Necesitaba andar para dar forma a mis propias dudas. Como las nubes, las dudas tienen a  veces formas descabelladas: un caballo alado, una cometa, un pájaro. Las mías no obstante, andaban a ras de suelo. Reptaban. Olían mal. Todo aquello apestaba. Tenía la sensación de estar metiéndome en un charco. Peor. La de estar siendo manipulado por un titiritero sin rostro.”

(Mientras seamos jóvenes, José Luis Correa, colección: Novela Negra, Alba Editorial, 2015)

José Luis Correa no se cansa de repetir que lo suyo no es la novela negra, negra y criminal o criminal y negra porque el orden de los factores no altera el producto, sin embargo –y pese a su vade retro, Satanás–, el escritor ocupa un capítulo en la futurible historia de la novela policíaca (vamos a dejarlo así) escrita en España por un personaje peculiar y con alto grado de pureza canario como es Ricardo Blanco, detective privado al que ya ha dedicado ocho novelas y cuyas investigaciones se desarrollan fundamentalmente en Las Palmas de Gran Canaria, capital que ha terminado por convertirse en un personaje más en estas historias que, más que negras, son cotidianas, relatos en los que su autor se preocupa más por lo que piensan y hacen sus criaturas que por la consistencia criminal que justifica que estos libros se editen en la colección Novela Negra de Alba Editorial.

Ricardo Blanco, y los secundarios que lo rodean como si de satélites se trataran, evoluciona en cada uno de estos relatos, ocho capítulos en los que el investigador privado ha ido madurando más que como los mejores vinos, como resultado de la edad. Los mismo ocurre con la ciudad en la que se mueve, una geografía urbana en continuo proceso de transformación y, otra clave sobre la que pivotea los episodios que protagoniza Blanco, una mayor preocupación por mostrar el mal no como un coágulo oscuro y siniestro sino como una mancha repleta de matices en la que domina la variedad de los grises.

La casualidad quiso que la última historia de Ricardo Blanco hasta la fecha, Mientras seamos jóvenes –el título forma parte del himno universitario Gaudeamus Igitur–  se mezclara con la realidad, ya que se inicia con el descubrimiento del cuerpo sin vida de una estudiante  de nacionalidad italiana y la detención de su supuesto asesino, un profesor de la facultad de Veterinaria de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

Este profesor, que no cuenta con un pasado inmaculado al descubrirse en él trazas de maltrato, solicita la ayuda de Blanco para que encuentre al verdadero culpable… o no de este crimen execrable. Dos semanas más tarde de publicarse la novela, leíamos en los periódicos o nos enterábamos a través de  los noticieros de la televisión y la radio que en esa misma ciudad, en esa misma capital de provincias, aparecía el cadáver de una joven estudiante de la UPGC, y dos semanas más tarde que la policía procedía  a la detención de su presunto asesino, que resultó ser su vecino.

¿La vida imita al arte?

Desgraciadamente, como se apuntaba, en ocasiones parece resultado de un extraño caso de coincidencias.

Solo eso, coincidencias, ya que el crimen en la novela solo es una excusa que le sirve al escritor para reflexionar acerca de otros temas que aún hoy siguen de lamentable actualidad como son los malos tratos. Y cómo determinan la vida de quienes lo han sufrido.

En este territorio, en el de las confesiones con alto calado sentimental y humano, es donde, a nuestro juicio, se mueve satisfactoriamente José Luis Correa. O al menos mucho mejor que cuando se vuelve estrictamente policial, espacio en el que se limita a señalar el camino hasta la resolución del caso que es de lo que se trata. O el nudo que forma parte el misterio y que es lo que justifica cada la novela de Ricardo Blanco pese a que Correa no se esfuerce en generar más nudos, cortinas de humo, con las que envolver el misterio original. Su apuesta se inclina más a estudiar la relación de los personajes, y en especial, por cómo observa este universo Ricardo Blanco, ya que narra en primera persona la historia y enseña sus contradicciones, sus miedos y su soledad

Ya comentamos a propósito de El verano que murió Chavela Vargas la no sé si involuntaria influencia de Simenon que planea en la serie Blanco, quizá sea ese entusiasmo (que a veces consigue y en otras se le escapa malamente) por dotar de más consistencia a su protagonista y a los que se mueven en su entorno, constantes en las que insiste en Mientras seamos jóvenes aunque ahora cierra el círculo y las relaciones en las que se producen las revelaciones resulta más intimista.

Adquiere así más relevancia que en títulos anteriores personajes como el inspector Álvarez y Beatriz, la novia farmacéutica de Blanco y que sirve de contrapunto en el debate que sobre violencia machista plantea el escritor al ser ella, Beatriz, una víctima de malos tratos por su anterior pareja y cuestionar al detective que trabaje ahora al servicio de un maltratador que ha sido acusado –le recuerda Ricardo Blanco– de un crimen que, sospecha, no cometió…

En su investigación, el detective conocerá el ambiente universitario pero éste escenario no devora el relato salvo en aquellos capítulos en los que el protagonista interroga a los compañeros y colaboradores del presunto asesino. En estas breves visitas a la Universidad, Correa sí que aprovecha para describir –aunque por encima– las rivalidades y zancadillas que se producen en los departamentos. Nada nuevo bajo el sol y, como explica el investigador privado, rematadamente normal en ambientes masificados, tan propensos a alianzas y enemistades en su juego de tronos.

Mientras seamos jóvenes garantiza entretenimiento a iniciados y a profanos en los relatos de Blanco. Cada libro que protagoniza este personaje que no olvida de salpicar su vocabulario de palabras tan genuinamente canarias como tolete, cumple con lo que se espera: evasión y, lo que es de reconocer, reflexiones sobre realidades que como un cáncer devora nuestra civilizada convivencia como es la violencia. Una violencia que no entiende de clases y sí de abusos: abuso indiscriminado al débil.

Saludos, en el nombre del padre, desde este lado del ordenador.

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