El ladrón de los guantes blancos cumple 90 años

INTRO

José González Rivero y Romualdo García de Paredes han pasado a la historia como dos ilustres visionarios y como dos ilustres visionarios deberían de ser reconocidos entre sus paisanos aunque Canarias nunca ha sido una tierra generosa en reconocer los logros y aciertos de los suyos porque, como alguien apuntó una vez, parece que los naturales de esta tierra se han acostumbrado a vivir en una isla de plácida ignorancia. Este año se cumple, y se celebra, el noventa aniversario del estreno de El ladrón de los guantes blancos, una película dirigida por José González Rivero y Romualdo García de Paredes que está considerado como el primer largometraje de ficción rodado por un equipo canario en el archipiélago. El estreno tuvo lugar en el hoy desaparecido Parque Recreativo y el Teatro Leal, en Santa Cruz de Tenerife y La Laguna respectivamente, y es un título que se reestrena cada equis años para sorpresa de los que todavía desconocen que en este territorio desestructurado se comenzó a soñar con el cine hace ahora casi cien años.

FECHA DE PRODUCCIÓN: 1926 / PRODUCCIÓN: Film Rivero Canarias / PAÍS DE ORIGEN: ESPAÑA / DIRECTOR ARTÍSTICO: Romualdo García de Paredes. / DIRECTOR TÉCNICO: José González Rivero. / GUIÓN: Rodolfo Rinaldi. / FOTOGRAFÍA: José González Rivero. / MONTAJE: José González Rivero. / COLOR: Blanco y Negro con teñidos en color. / PASO: 35mm. / INTÉRPRETES: Romualdo García de Paredes (Tom Carter); Angelina Navarro (Ketty Henrry); José Miguel Mandillo (David Henrry); Rodolfo Rinaldi (Hamilton); Pedro Rodríguez Bello (Claret); Guetón Rodríguez-Figueroa Melo (Carlos Simpson); Carlos Reyes (Smith); Antonio E. Varela Prieto (Malcorne); Juanita Morales (Edith); Pedro Martín Valiente (Chófer).

Comenzaremos por el final porque este final, como el de muchas películas, es amargo. El domingo 5 de marzo de 1933 fallecía a causa de un disparo José González Rivero, pionero del cine en Canarias. Los hechos, aún rodeados de misterio y sospecha, tuvieron lugar en el antiguo bar del Hotel Aguere.

Solo se conoce que González Rivero, por aquel entonces concejal del Ayuntamiento de La Laguna por el Partido Republicano Radical Socialista, moría a consecuencia de un disparo que salió de un arma que empuñaba Isidoro Salazar y Yanes pero, y aquí comienza a ensombrecerse el caso, ¿por qué ochenta años después las circunstancias del suceso continúan suscitando tantas conjeturas?

La prensa de la época, tal y como recoge el volumen Ciudadano Rivero, informa que la muerte del cineasta fue a causa de un accidente involuntario pero algunas voces afirman que otras razones decidieron la muerte del fundador de la Rivero Films. Sean o no ciertos los rumores, con el paso del tiempo las noticias sobre este hecho luctuoso se han ido espaciando lo que ha escorado hacia el territorio de la leyenda la extraña circunstancia de la muerte de José González Rivero. Un visionario que tras el estreno de El ladrón de los guantes blancos en septiembre de 1926 comenzó acariciar la posibilidad de continuar produciendo y dirigiendo películas bajo el sello de la Rivero Films. Entre otros títulos, estudiaba poner en marcha Mencey de Abona, inspirada en la composición de Domingo J. Manrique, y El hombre negro, según un guión de Eduardo Diez del Corral y que “sería la segunda e inacabada película de ficción de la Rivero Films”.

Desgraciadamente, y por un accidente fortuito o premeditado según las fuentes, se puso fin a la vida de un hombre de cine que, todo hace sospechar, fue un soñador. Y que como tal, supo rodearse de otros soñadores iguales o más progresistas que él. Los que le sobrevivieron despertarían tres años después en la pesadilla de la Guerra Civil española pero como escribió el británico Rudyard Kipling esa es otra historia…

En septiembre del 2016 de se celebra el 90 aniversario del estreno de El ladrón de los guantes blancos, una película en blanco y negro y silente que fue rodada íntegramente en la isla de Tenerife por obra y gracia de dos espíritus adelantados a su tiempo y con una visión sobre el cine que iba más allá de las fronteras que impone vivir en una isla.

Ellos fueron José González Rivero, nacido en Cuba pero trasladado a pronta a edad a La Laguna donde residió toda su vida, siendo empresario y gerente del Parque Viana y del Teatro Leal; y Romualdo García de Paredes, diez años más joven, criado en el seno de una familia con tradición en la marina de guerra española y colaborador en varios periódicos tinerfeños.

Para la realización de la película se dividieron el trabajo. José González Rivero asumió la dirección técnica y la de operador de cámara mientras que Romualdo García de Paredes se encargaría de la dirección artística de un filme que, pese a su inevitable raquitismo presupuestario, respira el entusiasmo épico y saltimbanqui de las películas de aventuras de los años veinte. Y un sentido del por aquel entonces aún rudimentario lenguaje cinematográfico que sorprende, como sorprende sus atrevidos adelantos visuales.

La historia de El ladrón de los guantes blancos no oculta su origen en la literatura de folletín de marcado carácter policíaco, incluyendo a un inteligente detective, Tom Carter, que interpreta el mismo Romualdo García de Padres, que debe de encontrar junto a sus sagaz ayudante un collar que ha sido robado, a la hermosa hija de un acaudalado banquero que ha sido secuestrada y desvelar, por último, la identidad del villano que ha provocado todos estos males y que va encapuchado.

Con una duración de 103 minutos y dividida en dos jornadas y trece partes, se da la circunstancia que el segundo rollo de la película está desaparecido, lo que ha disparado también toda clase de especulaciones, una de las cuales sugiere que se escondió porque registra una escena de baile en el Casino de Tenerife en la que aparecen destacados afiliados de partidos políticos contrarios. Gente que, tres años después, fue capaz de asesinar por su idea de España. Sea o no cierto, se pone en duda también que el presupuesto de la película rondase las 250.000 pesetas de la época, más cuando iniciado el rodaje algunos de los socios abandonaron el proyecto.

Para los investigadores Fernando Gabriel Martín y Benito Arozena esta “desorbitada cantidad” hace sospechar que fuera engordando a medida que pasaba el tiempo.

En cuanto a las localizaciones del largometraje, algunos de los exteriores de El ladrón de los guantes blancos se realizaron en el Camino Largo de La Laguna, la carretera de Tacoronte, la carretera de la Cuesta y tanto exteriores como interiores en el Hotel Quisisana y el antiguo salón de los espejos del Casino de Tenerife, en Santa Cruz de Tenerife; el Hotel Taoro del Puerto de la Cruz y la antigua Recova de La Laguna, entre otros. La cámara grabó además una de las primeras voladuras que tuvieron lugar en la cantera de La Jurada de la carretera de San Andrés.

Por imposible que resulte, todos estos rincones pretendían situar al espectador en una Inglaterra en la que crecen las palmeras y disfruta de un tiempo envidiable, casi con seguro de sol. Nada que ver con el de la capital del Reino Unido, ese que el tópico asocia con niebla y una atmósfera casi siempre impregnada de humedad.

Pese a que el discurrir de los años resulta implacable con El ladrón de los guantes blancos, no deja de resultar aún hoy una entrañable curiosidad. Más si se tiene en cuenta quienes fueron capaces de levantar este proyecto, una producción de estas características. En todo caso, dice mucho del espíritu emprendedor de ese grupo de chalados por el cine y en especial de José González Rivero, quien continuó tomando vistas de las islas con su cámara una vez se diluyeron en el aire los ecos del estreno de su primer y último largometraje de ficción.

El ladrón de los guantes blancos conserva aún su sabor añejo y ha quedado para la historia como un ejemplo de lo que fueron capaces de hacer unos jóvenes entusiastas. Hombres y mujeres que apostaron por generar una industria que, en aquellos tiempos, era prácticamente inexistente en España.

Con todo, y siendo justos, no es oro todo lo que reluce en esta película de trepidantes persecuciones, romances bajo la luz de la luna y misteriosos encapuchados… pese a que la distancia de los años suaviza cualquier asomo crítico en torno a esta obra silente, uno de los elementos que lastran el resultado final de la producción es la irritante abundancia de rótulos con líneas de diálogo o de descripción de escenas, algunos de los cuales están escritos con un lenguaje florido que, leídos hoy, puede resultar bastante cursis.

Puestas así las cosas, sería interesante recuperar la copia que se guarda en los archivos de la Filmoteca Canaria para ver una vez más una película que ostenta el título de ser la primera película de ficción rodada íntegramente en Canarias por un equipo de las islas aunque como recuerda el arquitecto Jorge Gorostiza hay dos experiencias anteriores pero cuyos rollos se perdieron como Odio de razas (Rogelio Periquet, 1925) y Flor silvestre (Constantino Domínguez y Antonio Labarta, 1926).

El cine mudo que se rodó en las islas cuenta con otro largometraje que casi parece nacer a raíz del éxito que cosechó al menos en las islas el estreno de El ladrón de los guantes blancos. La cinta se titula La hija del  Mestre (Carlos Luis Monzón, 1927) y se rodó en su total integridad en Gran Canaria. Se trata de un melodrama que no obtuvo la popularidad del filme dirigido por González Rivero y García de Paredes el año anterior, aunque los decorados de este melodrama que se desarrolla fundamentalmente en el barrio de San Cristóbal están firmados por un artista del prestigio de Néstor de la Torre.

Tras estas experiencias cinematográficas, Canarias continúa siendo un excelente plató para la filmación de producciones nacionales y extranjeras, una actividad que continúa explotando en la actualidad. No deja de sorprender por eso el llamativo silencio entre los naturales y residentes de las islas con el fin de dar el primer paso para la configuración de un sector industrial que, aún hoy, se asocia a quimera más que a una realidad relativamente consolidada.

Gran parte de la culpa la tiene, en este sentido, un gobierno regional que apostó desde el principio por estimular políticas de subvenciones muy erráticas en sus criterios de calidad y valoración, evitando tender puentes con el objetivo de abonar un empresa que podría estar fusionada a la principal fuerza de riqueza de las islas: el turismo.

NOTAS:

Se ha consultado para la elaboración de este artículo los volúmenes Ciudadano Rivero. La Rivero Film y el cine mudo en Canarias, de Fernando Gabriel Martín y Benito Fernández Arozena, edita Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna, 1997; Rodajes en Canarias (1896-1950), varios autores, edita Gobierno de Canarias, 2004 y El templo oscuro. La arquitectura del cine en Tenerife 1897-1992. Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1993. Las imágenes han sido cedidas por la Filmoteca Canaria

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