“¿Seguro que estos libros son buenos, buenos de verdad?”

El rastro de Santa Cruz de Tenerife es un hervidero de actividad cuando el sol cae a plomo. Este domingo, por ejemplo, el sol caía a plomo sobre la ciudad dormida y eso que a primeras horas de la mañana como cuando se llegó a las de inicio de la tarde, comenzó a llover. Una lluvia antipática, floja, de la que cala hasta los huesos sin que apenas te des cuenta…

El caso es que estaba patrullando por el rastro, deteniéndome en los puestos de siempre, tomando el pulso de los libros usados y de ocasión que se despliegan por el suelo cuando una voz gruesa, algo alterada imagino que por el alcohol o por sustancias más elaboradas químicamente, preguntó a una señora que qué libro de los que tenía dispersos por el suelo le recomendaba.

Eché un vistazo a los volúmenes sueltos, y todos eran grandes éxitos de venta. O literatura menor que diría ese amigo que tengo y que ama tanto a los lagartos. En la distancia, sospecho.

La buena señora no sabía qué responder y reconozco que durante unos minutos estuve a punto de socorrerla en plan asesoro al joven… pero no hizo falto porque le señaló El informe pelícano, de John Grisham, y otro título por el estilo al mozo que reiteró, ahora casi como una amenaza, “¿seguro que estos libros son buenos, buenos de verdad?”

Me dieron ganas de preguntarle al tipo que qué entendía él por libros buenos de verdad pero la prudencia me hizo sellar los labios mientras no dejaba de mirar al cielo, donde las nubes comenzaban a tapar los rayos del sol. Me alejé del puesto y paseé por otros sin dejar de mirar hacia atrás. El chico de estado alterado al final se llevó dos libros, los llevaba bajo el brazo, pero no pude leer de qué títulos se trataban…

El rastro es que tiene estas cosas.

En otro puesto, al que llegaba débil pero llegaba, la música que tocan unos indios, pero unos indios de Latinoamérica, bien en directo o en grabación, y en la que reinterpretan temas como My Heart Will Go On pero a golpe de charango, quena y tambor, me encontré con que alguien había liquidado o cedido su biblioteca a los señores que llevaban el kiosco porque la mayoría de los volúmenes estaban firmados por su anterior propietario, y la mayoría versaban de gastronomía y erotismo, que son dos ideas, o mejor dos conceptos que están más unidos de lo que parece.

Me llevé por un precio de risa, y en cuestión de precios el rastro de la capital tinerfeña aún es un notable escaparate en el que toparse con gangas, un texto sobre vinos firmados por Xavier Domingo, y no porque sea aficionado al vino –lo mío es más germánico, ya saben, cervecero– sino porque hubo un tiempo en el que leía a Domingo como a Eduardo Chamorro, autor de Galería de borrachos, volumen que también se viene conmigo y en el que rinde homenaje –hoy políticamente incorrecto– a los dipsómanos que dicen los cultos.

El caso es que callejeo por ese rastro desorganizado, lo que implica uno de sus encantos, en el que además de tropezarte con toda clase de gentes, te llega en oleadas aromas que van desde pescado fresco, hasta hortalizas, frutas y tamales que se venden en el mercado negro… Y perfumes variados, como el de alguna chica que se cruza a tu lado o el fétido sudor que además se adivina por irregulares manchas en los sobacos de personajes que parecen ora sacados de una película de terror, ora de una comedia…

Al final, y tras hacerme con algunas capturas en otros puestos que se encuentran en ese pequeño laberinto de calles, ventas improvisadas en las que encuentro algún título canario que se mete en la cabeza y termina compartiendo espacio con los gritos que gitanos y gitanas lanzan al aire para promocionar sus mercancías (bragas, calzoncillos, sábanas y mantas…) alcanzo la frontera de la entrada principal de TEA Tenerife Espacio de las Arte y me digo a mi mismo que el arte probablemente se encuentre más en esa caótica arteria de calles donde uno venden sus cosas y otras las compran, a la puerta del hermoso arco de entrada del Mercado Nuestra Señora de África, que dentro de ese contenedor que acoge biblioteca, sala de lectura y museo que nació con el nombre de Óscar Domínguez y hoy se le conoce a secas como TEA.

Me dejo llevar por la marabunta que se aleja y se acerca al rastro, y casi siento que nado en contra de la corriente.

Y del cielo, maldita sea, comienza a caer nuevamente gotas de lluvia.

(*) En la imagen James Mason en Larga es la noche (Carol Reed, 1947)

Saludos, de lunes, desde este lado del ordenador.

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