Con él llegó el escándalo

Las películas que protagonizaron Bud Spencer junto a Terence Hill no pasarán a la historia del cine. Tampoco aguantan demasiado bien si se las recupera con la idea de viajar en el tiempo y ubicarte en aquellos años donde todo era más grande pero no sé si mejor y feliz… pero sí que guardo excelentes momentos, que se han convertido en recuerdos, viendo rodeado de amigos muchas de sus películas. Aquellas películas que nos divertían por tontorronas y groseras.

Spencer y Hill, que comenzaron a funcionar como pareja cómica en filmes como Le llamaban Trinidad, título en el que se parodiaba al espagueti western, basaban su humor explotando lo radicalmente diferente que resultaban física como mentalmente ambos actores sino por los cachetones, eructos y ventosidades (lo de los eructos y ventosidades se explica por la de judías que les hacían comer en pantalla) que plagaron muchas de las películas que protagonizaron juntos.

Todos, o más bien casi todos, sabíamos que detrás de estos dos actores se encontraba un profesional de la escena italiano en unos años donde todos, o casi todos, cambiaban su nombre original por uno que sonara anglosajón. De esta manera, Carlo Pedersoli pasó a llamarse y a conocerse como Bud Spencer, mientras que Mario Girotti, Terence Hill.

Nadie esperaba que cuando algún avispado casual o premeditadamente los unió primero para la trilogía Cat Stevens y Hutch Bessy y más tarde la de Trinidad, estaban creando para el cine una pareja que robó, literalmente, el corazón de miles de adolescentes. La mayoría rendidos ante sus payasadas y un cine que de ingenuo es imposible tomarse en serio.

Alguien  podrá decir que el secreto, la clave que explica la química que caracterizó a estos dos actores cuando trabajan juntos es que actualizaron el espíritu del pícaro a su tiempo pero aquí, entre nosotros, nos parece bastante excesivo un argumento que exige retroceder al pasado para buscar algún tipo de explicación a lo que, mucho me temo, no lo tiene.

Si Spencer/Hill funcionaron en su día es porque las películas que interpretaron resultan ligeras, bastante absurdas e inocentes. Esa misma mezcla, que va de lo absurdo a lo inocente, que tiñe las historias de cachetones de Los tres chiflados, aunque en el caso de los italianos no fueran tontos sino tipos que actuaban así porque no tenían más remedio.

Bud Spencer representaba al gigante bonachón pero cascarrabias. Un tipo de pocas palabras, ya que prefería actuar antes que hablar. Terence Hill hacía de pícaro. Un pillo atractivo y simpático que también repartía bofetones pero sin la espectacularidad de su compañero de viaje cinematográfico.

Ya dije que era obligatorio ir a verlos al cine cuando estrenaban cualquiera de sus películas. Mejor si trabajaban juntos. Recuerdo aún con sumo placer cómo la chiquillería se partía de la risa mirando cualquiera de aquellas producciones que contaban lo mismo (pero eso era lo de menos) e inevitablemente imitaban casi siempre la misma coreografía de leñazos. O peleas que dice la gente fina.

No ha muerto con Bud Spencer un gran actor pero sí un tipo que supo hacerse con el corazón de muchos jóvenes que hoy, los que sobreviven, ya no lo son. Eso explica que conocer la noticia de su muerte haya entristecido a la mayoría que lo adoptaron y adoraron en su particular panteón de querencias.

La ausencia de Bud Spencer es como la ausencia de un tío apreciado que, de tanto en tanto, irrumpía como una apisonadora por la casa. Y casi siempre en fiestas, cuando uno disfrutaba de vacaciones kilométricas y tenía tiempo de ir al cine (cuando de verdad se iba al cine) con los amigos, que eran legionarios de la inconsciencia.

De todo esto me doy cuenta ahora, mientras escribo estas líneas a modo de modesto tributo por Bud Spencer. Un gigante que no hizo de ogro aunque sus pintas (estatura y físico colosal, barba de náufrago) quisieran demostrar, precisamente, lo contrario.

Saludos, calor, desde este lado del ordenador.

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