Un errático viaje a los orígenes

Tras sorprende gratamente con Muchachos, una cinta de corte realista que sigue el itinerario de tres adolescentes en paisajes reconocibles para el público de Tenerife, Raúl Jiménez Pastor presentó hace unas semanas su segundo largometraje, Guacimara y la tierra roja, una producción de bajo presupuesto al igual que Muchachos, aunque en esta ocasión se sustituyen las localizaciones de una isla como Tenerife por la de la Buenos Aires y Misiones, en Argentina, para relatar cómo su protagonista, la actriz Guacimara Rodríguez, persigue las huellas de su familia materna en un territorio que desconoce, por lo que cualquier cosa le resulta novedosa.
La idea, que lamentablemente explota muy poco Jiménez Pastor, es la del reencuentro con una familia que la protagonista desconoce pero que le pertenece porque forma  parte de su sangre así que es una lástima que, partiendo de una premisa no original pero sí atractiva, el director y guionista haya apostado por el camino fácil para rentabilizar un viaje a la Argentina profunda rodando un largometraje que, más que derivar hacia el relato de orígenes y descubrimientos, se decanta por una fotografía correcta de exteriores no sé si bonitos pero sí que llamativos (y en el que resalta la tierra roja del título, una tierra que el director no explota con la fuerza metafórica que prometía precisamente el título); números musicales que no aportan nada al hilo conductor de la trama salvo su función de hilo musical (probó a hacer lo mismo en Muchachos) todo ello orquestado con un estilo que en Guacimara… resulta errático y simplón.
Si a estos defectos sumamos un guión improvisado ya que parece que fue escrito sobre la marcha, lo que desactiva cualquier potencial emocional que guarda dentro, no se reconoce al Raúl Jiménez Pastor de Muchachos con el deGuacimara y la tierra roja.
No funciona tampoco como película documental, o como cruce entre documental y ficción pese al tufillo de cine verdad que  arrastra involuntariamente. Sí, la cámara sigue a su protagonista en su itinerario por tierras argentinas pero no provoca risa ni llanto sino indiferencia porque el resultado final es aburrido.
Al espectador le importa poco lo que se le ¿quiere? contar en pantalla, por lo que la aventura existencial se limita a ser un recorrido turístico por una geografía que se intuye indómita pero que no registra ni trasmite un filme que, a nuestro juicio, balbucea y alarga lo inalargable.
Guacimara y la tierra roja se resiente también por el trabajo que desarrollan sus actores, muchos de los cuales no son profesionales, algo parecido pasaba en Muchachos, pero si en ésta Jiménez Pastor sí supo manejar el problema y aprovecharse de él, el intento le estalla entre las manos en Guacimara… porque  se trata de una película que  más que estar rodada en Argentina, reproduce paisajes argentinos que podrían haber sido los paisajes de otras geografías.
Lo que nos hace preguntar Entonces, ¿para qué irse tan lejos?
La respuesta puede ser que la película pretendía ser un falso documental que sigue los pasos de su protagonista.
Se entiende así que esta búsqueda –sin alma– es real, aunque desgraciadamente poco cinematográfica pese al exotismo del espacio geográfico en el que se desenvuelve.
Guacimara y la tierra roja supone un paso atrás en la carrera de un director que con Muchachos se intuía prometedora pero que ahora retrocede hacia el casillero de salida con un filme que, probablemente, siendo un cortometraje hubiera resultado otra cosa. No obstante, tenemos la esperanza de que se tome sus próximos proyectos cinematográficos en serio.
Por eso esperamos que con El Bombazo, su nueva producción,  Raúl Jiménez Pastor recupere la mirada que descubrimos en Muchachos y que apenas observamos en su Guacimara y la tierra roja.
Saludos, tierra a la vista, desde este lado del ordenador.

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