Maurice Sachs, historia de un canalla

“Y durante cuarenta y ocho horas me olvido de todo por la versatilidad de pensamiento, la ligereza de conciencia moral y mimetismo con el medio que me caracterizan.”

(La cacería, Maurice Sachs. Introducción: Alfredo Taján. Traducción: Lola Bermúdez Medina. Cabaret Voltaire, 2016)

Maurice Sachs, escritor homosexual y judío. Traidor e indeseable, según sus amigos, algunos de los cuales fueron acosados por su arrolladora personalidad, y otros denunciados, se dice, se rumorea, por él mismo ante las autoridades de ocupación. Descrito así, parece un personaje de Patrick Modiano.

En todo caso, Maurice Sachs forma parte de esa excelente y también maldita nómina de artistas franceses que colaboraron con los nazis cuando toda Europa se desangró en una Guerra, la segunda, que alcanzó dimensiones mundiales.

No tiene su literatura, sin embargo, la profundidad psicológica de ese hedonista, pero también suicida potencial que fue Pierre Drieu de La Rochelle; ni la obsesión por mostrar los retorcidos laberintos del espíritu de Céline. Ni siquiera la doble moral de Montherlant ni el señorío de Paul Morand o la crudeza intelectual de Brasillach, pero sus libros en los que la realidad pretende estar por encima de la ficción, son el retrato de una vida al límite y de paso una ojeada sin compromiso pero auténtica –quizá porque carece de compromiso– sobre una realidad en la que prima, por encima de todas las cosas, ganar dinero para mantener un alto nivel de vida en la debacle, en un país  humillado pero hipócrita, también cobarde, que ha sido ocupado y dividido por los alemanes.

La cacería, memorias dispersas, habla de esto y muchas cosas más. Su lectura genera vértigo y en ocasiones puede arrojar al abismo a un lector desprevenido, ajeno al sucio  universo de una Francia arrodillada que, pese a todo, no pierde el gusto de vivir bien.

En La cacería no se rinde elogio a la Resistencia, que ni siquiera existe en estas páginas, sino a las estafas y negocios siempre sucios que emprende Sachs para, lo dice con total desparpajo, casi parece que el escritor desconoce el significado de rubor, vivir como un pachá en una Francia que ha perdido el rumbo y la dignidad. Las lecciones de la supervivencia, que se dice.

El escritor lo deja claro en estas memorias: le gusta el lujo y le gusta el sexo. Y engaña, y en otras consigue lo que desea con una aplastante sinceridad, para obtener ambas cosas.

A uno le asalta que Sachs no se tomó demasiado en serio, y que al no tomarse en serio tampoco tenía que tomarse en serio a los demás. Si hubo algo por lo que sintió ternura y amor, y al margen de algunos de los muchachos con los que compartió fragmentos de su existencia, fue la literatura aunque como sucede con otros artistas, es su propia vida –que fuera chivato de la Gestapo, un tipo sin escrúpulos que adoptó a dos niños judíos a los que abandonó cuando se dio cuenta que no servía para padre– lo que hace olvidar una obra en la que, caso de La cacería, cuenta su experiencia desde dentro sin emitir juicio crítico ni moral aunque en ocasiones hace responsable a su carácter de los vaivenes de su dispersa existencia.

Con deudas hasta las pestañas porque no quiso renunciar a una vida de lujo, Maurice Sachs terminó sus días en el STO (Servicio de Trabajo Obligatorio) de los alemanes. En Hamburgo tuvo la misión de vigilar a los trabajadores forzados aunque aprovechó el tiempo para continuar explotando sus placeres hasta que los alemanes, cansados de sus chanchullos, lo encerraron en una celda en la que no paró de leer y escribir hasta su muerte.

Una muerte violenta que aún confunde a los eruditos que estudian su vida y su obra.

El caso es que circula que los presos del campos en el que trabajaba lo golpearon hasta la muerte cuando fue liberado por las tropas aliadas las primeras semanas de abril de 1945 o que, tras incorporarse a una columna de prisioneros bajo las órdenes del higienista Henning, exhausto, se negó a continuar caminando hasta que un oficial de las SS le voló la tapa de los sesos.

Sea como fuere, nunca sabremos la verdad porque todo, absolutamente todo es impulsivo en Maurice Sachs, un hombre, un artista, que escribió la novela de su vida inspirándose, precisamente, en su vida.

Saludos, llueve, no llueve, desde este lado del ordenador.

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