Sombras nada más

Título original: Proyecto Lázaro. Duración: 112 min. País: España. Productora: Arcadia Motion Pictures / Canal+ España / Noodles Production. Director: Mateo Gil. Guión: Mateo Gil. Música: Lucas Vidal. Fotografía: Pau Esteve Birba. Reparto: Tom Hughes, Charlotte Le Bon, Oona Chaplin, Barry Ward, Julio Perillán, Rafael Cebrián, Bruno Sevilla, Daniel Horvath, Alex Hafner, Godeliv Van den Brandt, Melina Matthews, Efrain Anglès, Sebastian R. Bugge, Tony Corvillo, Jordi Cots, Óscar Dorta.

Mateo Gil ha tanteado varios géneros desde que comenzó su carrera como cineasta. Sus paseos por estos géneros no han sido casuales –le viene de generación– y en casi todos ellos ha procurado dejar su impronta, por impersonal, mimética y distanciada que resultara en ocasiones.

No se detecta, por ahora, unas señas de identidad que definan el trabajo como director de Mateo Gil. Unas constantes en las que se aprecie esa huella a la que nos referimos aunque su cine sí que brilla por su acabado técnico pese a lo ajustado del presupuesto, y Proyecto Lázaro es una película de presupuesto más que ajustado, en el que prima también el guión y un formalismo que ya reveló en la irregular Blackthorne y que ahora repite en Proyecto Lázaro.

Es incontestable que Mateo Gil juega con los género. Exploró el thriller con sabor andaluz en Nadie conoce a nadie y lidió con las claves del western clásico en Blackthorne, películas correctas pero sin alma. En Proyecto Lázaro transita por los senderos de la ciencia ficción para narrar un relato en lo que importa, por encima de la imagen, es lo que se dice.

El director y guionista pone el acento en el discurso (voz en off y diálogos) y no en los silencios ni en unas imágenes capaces de traducir lo que se cuenta. Unas imágenes que reforzaran, precisamente, ese silencio que pedía a gritos –involuntario oxímoron– su Lázaro resucitado.

Se nota en falta pulso cinematográfico para describir –sin palabras– el calvario que vive su protagonista, hombre que renace no por obra y gracia de un milagro (el imperioso levántate y anda que exclamó el Nazareno para despertar a Lázaro de entre los muertos, y que le sirve a Gil para rendir homenaje a la versión cinematográfica de La última tentacíón de Cristo, de Martin Sorsese) sino del poder la ciencia médica. Una ciencia capaz de desafiar a los mismísimos dioses.

Es complejo y a su manera polémico hablar de resucitar a los muertos. La eternidad, cómo sería la vida tras la destrucción de la muerte son algunas de las ideas que se plantea el cineasta en esta glacial pero también, y he aquí la paradoja, inteligente y distanciada mirada sobre volver a la vida tal y como la dejaste, y lo que dejaste detrás: el amor, la familia, ahora un puñado de recuerdos que puedan estar a la vista de todos, ni siquiera son privativos en esa gélida sociedad futura.

Una reflexión entre otras muchas que suscita el discurso más que el visionado de la película: la perversión de existir si la ciencia adquiere la capacidad de despertarnos del sueño eterno.

Rodada en gran parte en las islas Canarias –las instalaciones de TEA Tenerife Espacio de las Artes son uno de los escenarios del filme– el lastre de Proyecto Lázaro es la profudidad discursiva de sus reflexiones, pensamientos que Gil materializa a través de la voz en off y los diálogos.

Esta apuesta por lo que se dice repercute en el ritmo de un largometraje que se hace lento, grisáceo y a ratos difícil de digerir, no de seguir.

Por fortuna, el cineasta recupera brío al final de la historia, una historia que cierra con clave desconcertante y que suscita preguntas, algunas de ellas muy incómodas.

Así que, como plantea Mateo Gil, mejor ser sombras, sombras nada más.

Saludos, maldito catarro maldito, desde este lado del ordenador.

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