“Era el Palacio de las Ilusiones”

“Era El Palacio de las Ilusiones.

Carpófoto y Clotilde penetraron en la barraca estremecidos por la curiosidad y por esa extraña alarma que producen siempre los espectáculos misteriosos y ocultos entre cortinajes. Dentro había un espacio rectangular en el que se alineaban, primero, varias filas de bancos, como en una escuela pobre, y luego, filas de sillas. No había otro suelo que el arcilloso de la madre tierra. Había, en cambio, diversos olores; desde el impreciso y popular que iban dejando las sucesivas oleadas de espectadores, hasta el de menta, que procedía de la cola especial empleada en la cabina de proyección para pegar rápidamente los trozos de películas que se rompían durante las sesiones. Es decir, desde el famoso olor a león hasta el olor a caramelo.

Fue maravilloso.

Las película duraban tres o cuatro minutos cada una. Vieron Llegada de un tren de viajeros; apareció el tren en la lejanía, arrastrado por una locomotora poderosa que se detuvo cuando parecía que iba a pasar por encima del publico”.

(Don Adolfo, el libertino: (novela de 1900), Jacinto Miquelarena)

Saludos, día muy extraño, desde este lado del ordenador.

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