Papo, papo

Al final el virus, o lo que sea que llevo dentro, se ha instalado con cierta comodidad en el organismo para marcar unos tiempos de actuación y dejarme otros para mi solo.

Sobre las seis de la tarde me sube la temperatura, no sé cuántos grados, pero me tumba literalmente y me deja como una marioneta sin hilos sobre la cama mientras pasa el tiempo, inexorable, que no admite pausas sino avance, avance…

Me da tiempo de ver mientras bebo un tazón de menta poleo regado con miel y varias gotas de limón, un remedio que es mano de santo me asegura una amiga que se sacó el título de Medicina en la prestigiosa universidad de la vida, La noche de San Lorenzo, de Paolo y Vittorio Taviani.

La película transcurre durante la guerra de liberación, y no he visto una metáfora que represente mejor el fascismo en el cine que en esta película de eminente carácter social.

El fascismo lo representa un padre camisa negra y su hijo de quince años, también camisa negra, balilla, como se les conocían, y que no deja de llamar a su padre, papo, papo, para que vea lo bien que hace las cosas: engañar, torturar, recoger la cosecha…

Junto a otros fascista recorren la región para “limpiarla” de guerrilleros mientras colaboran con las tropas alemanas.

No se revelará que pasa con estos dos personajes, padre e hijo unidos por la sangre y una misma idea que se inspira, dicen, en la patria pero la conclusión es muy amarga.

Los hermanos Taviani necesitan solo de estos dos personajes para contarnos en dos o tres escenas lo que Bertolucci necesitó en un centenar con miles de extras en Novecento, una película que ha dejado de ser lo que fue con el paso del tiempo.

Papo, papo resuena en mi cabeza una vez finaliza la película de los hermanos Taviani, cineastas que cuentan con una filmografía muy irregular pero entre las que destacan obras poderosísimas, inmunes al esclavista paso del tiempo.

Una vez la sensación de calor se atenúa, y que el tazón vacío me recuerda que debo de encontrarme mejor, continuó con la biografía de Bram Stoker, el autor de Drácula, un libro que me resulta fascinante no porque la vida del escritor lo fuera especialmente, sino por las vicisitudes que tuvo que sufrir como burgués –antaño te acusaban de pequeño burgués, nunca gran burgués– y que lo arrastraron a escribir primero informes y más tarde cuentos y novelas con el fin de aportar algo más al esquelético saldo de su cuenta corriente.

El resfriado que me acompaña desde las últimas semanas de 2017 y que continúa ahí, aferrado a mi persona como una lapa me ha hecho pensar mucho en mi vida, mis relaciones y el paso de los años. Y las conclusiones en contra de lo previsto no son malas.

Voy a la cocina en busca de un vaso de agua y me detengo en el pasillo cuando suena dentro de mi cabeza otra vez la cantinela del niño fascista: papo, papo…Y chasqueo los dedos porque así, de pronto, como quien no quiere la cosa, conozco el nombre del invitado que llevo dentro…

Papo, papo... maldita sea tu espampa.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador,.

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