Los tesoros de la cripta, un libro de Juan Manuel de Prada

Juan Manuel de Prada además de ser un notable escritor es un confiable espectador de cine ya que mezcla la más desarmante cinefilia con igualmente la más descacharrante cinefagia. Cualidad, esta última, que le permite ver y analizar películas del arroyo, producciones abominables en las que encuentran entrañable joyas que relucen entre tanta basura transformada en celuloide.

El escritor reúne ahora estas opiniones diversas, lacerante pero siempre vibrantes porque están escritas más con el corazón (o el estómago, escojan ustedes) que con la cabeza, en el libro Los tesoros de la cripta (Editorial Renacimiento, 2018), volumen que ya resulta apetecible a lectores y cinéfilos y cinéfagos confesos por su portada, que ilustra una imagen poderosísima de El signo de la cruz (Cecil B. DeMille, 1932), y largometraje que se incluye en este amplio catálogo de reseñas que tienen la voluntad de recuperar películas olvidadas y en otros casos maltratadas por una crítica que en opinión de Juan Manuel de Prada y de quien ahora escribe estas líneas, no ve cine con entusiasmo ni espíritu descubridor.

La lista de largometrajes que comenta el autor de la novela Las máscaras del héroes es amplísima, casi noventa, y en ella reparte elogios o condenas sobre películas de todos los géneros y colores, sean de cine silente (o mudo) como sonoro. Las preferencias del escritor y ahora estimable crítico cinematográfico son variadísimas y se agradece mano en el corazón que descubra títulos que permanecían hasta ahora olvidados en los rincones más polvorientos de esa cripta a la a más de uno le gustaría meter la cabeza. Olisquear, que se dice en esta tierra, las promesas de festivo espectáculo que describe Juan Manuel de Prada, una especie de Indiana Jones que dedica todos sus esfuerzos en estos artículos a quitarles el polvo del tiempo.

Se podrá estar de acuerdo con la inclusión de algunos de los títulos sobre los que escribe, pero al margen de este hecho (para gustos de inventaron los colores) dan ganas de revisar muchos de estos trabajos para volver a observarlos con otros ojos, despiojados de prejuicios estéticos y sobre todo ideológicos.

Juan Manuel de Prada reivindica una serie de películas ante las que huirán, como el vampiro ante el agua bendita, ese espectador dado a capillas de cineastas en boga, “que allá en mi adolescencia podían ser –O tempora, o mores!– Alan Rudolph o Peter Greenaway”, pero no el que se curtió en las salas de cine de barrio o en casa quemando el vídeo VHS. Ese espectador rarito que lo mismo disfrutaba con una de arte y ensayo que con otra de caspa y ensayo que, a fin de cuenta viene a ser lo mismo, sin desdeñar ese cine comercial y de explotación en el que se combinaba de todo, con independencia del género al que presuntamente perteneciera.

Desfilan así por las páginas de este libro recomendable para todo cinéfilo y cinéfago a la caza de piezas extrañas, cineastas que van desde el celebrado Cecil B. DeMille a Louis Feuillade, David Wark Griffith, Georg Wilhem Pabst, Friedrich Murnau, Tod Browning, Jack Conway, King Vidor, James Whale, Karl Freund, Carmine Gallone, Joris Ivens, Alessandro Blassetti y Mario Camerini, entre otros, así como los españoles Rafael Gil y Edgar Neville, a quienes reivindica sin rubor alguno, y sí con algo de rubor películas firmadas por Ignacio F. Iquino y Antonio Isasi Isasmendi, sepultados hasta ahora bajo tierra por ser cineastas de derechas, escribe sin empacho un escritor que no niega que es, precisamente, de derecha aunque esta forma de ordenar el mundo no le ciegue para elogiar igualmente el trabajo de directores de izquierda.

Los tesoros de la cripta
resulta por ello y otra cosas más un libro muy recomendable para lectores y espectadores con mente abierta. Consumidores culturales que no le hacen asco a un solomillo como a una hamburguesa siempre y cuándo ambas estén bien cocinadas y su sabor y textura las diferencie del resto, esas unidades de una cadena de producción que solo satisface momentáneamente al estómago pero no a la cabeza, que a fin de cuenta debe ser alimentada con productos frescos y originales.

Los tesoros de la cripta es por eso un libro no solo recomendable para el aficionado al cine, sino también para el especialistas sin prejuicios y ganas de seguir aprendiendo como para ese otro que odia el cine pero que disfruta con la lectura de una obra a la que podrán acusar de lo que quieran pero no de aburrir y enseñar a quien la tiene entre las manos y la devora, como fue nuestro caso, con tanto deleite cinéfilo como cinéfago.

Saludos, The End, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta