Fragmentos de la autobiografía de un hombre de nuestro tiempo

El siguiente fragmento, porque de un fragmento se trata, se descubrió dentro de un sobre apaisado en un libro de ilustraciones de cine que se adquirió en una librería de libros usados situada en pleno corazón de la capital tinerfeña.

Se trata el hallazgo de hojas dispersas de las que al parecer se han encontrado “alguna más” en otros volúmenes que los responsables del establecimiento recibieron de mano de la hermana del autor de estas líneas. Líneas, si se atreven a leerlas, en las que se recuerda y reflexiona sobre lo habido y por haber y se comenta, con músculo sarcástico, novedades literarias, musicales, pictóricas y cinematográficas.

Desgraciadamente, desconocemos el nombre del autor de estas páginas dispersas ni su orden cronológico ya que no están fechadas. Con todo, entendemos que se trata de una curiosidad con la que de tanto en tanto nos tropezamos cuando rebuscamos en cajones que almacenan libros, paseamos por el rastro o investigamos en los estantes a la busca y captura de rarezas. Rarezas como estas hojas escritas a máquina o bien con letra personal muy menuda que hace un tiempo, o quizá fue ayer, escribió un tipo que, según sabemos, fallece dejando como legado el eco de su existencia con la forma de una biblioteca impresionante.

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“Muy bueno…. bueno. Una excelente persona”.

La anciana comenzó a reírse aunque, recatadamente, se tapó la boca con una de sus manos.

“Sí, muy bueno… bueno”, repitió como una cantinela la vieja mirando al otro lado.

Cada vez que abre el libro le rodea el olor de las páginas viejas. Tras narcotizarse con el aroma, lee sin darse cuenta sus páginas canelas, pero de un canelo enfermo, y el libro deja de tener edad para ser lo que solo es: un libro. Un libro antiguo, que consiguió mientras rebuscaba como un hambriento en los estantes de una librería de viejo.

La traducción es de otra época, y resulta hoy engolada aunque apetecible para recitar en alto mientras se pasea por los pasillos de la casa. Así gasta el tiempo que le queda de vida. Una vida que ya tiene su olor y probablemente ese color canelo, el mismo del libro que ahora lee y que probablemente sea resultado del carácter que ha ido tallando la experiencia. Una experiencia en la que ahora prevalece cierta pereza y un miedo extraño, casi como si le alentara a proteger con recelo la soledad en la que se ha instalado por las circunstancias.

Cierra el libro y lo deja en el estante. Pasa un ángel, y otro, hasta que el aroma casi parece que se deposita en sus hombros y recuerda aquel profesor de religión católica que les daba clase, era muy pequeño, y mosca porque nadie se sabe otra oración que el Padre Nuestro y el Ave María, castiga a los alumnos a permanecer una hora fuera del aula y en fila para que el resto, profesores y estudiantes, sepan que ninguno de ellos conoce el Credo, el Por mi culpa y otras del Catecismo.

La verdad es que los pibes se lo toman a guasa, y mejor una hora de pie y en vago silencio que escuchar al sacerdote y sus lecciones de moral cristiana.

Franco ha muerto hace apenas unos meses, y en España comienza a amanecer aunque en clase cuelgan todavía los carteles con el último discurso del dictador y el primero del Rey Don Juan Carlos.

Saludos, misterio, desde este lado del ordenador

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