Todos se van, una novela de Wendy Guerra

A través de los diarios de su infancia y adolescencia, la protagonista de la novela Todos se van, Nieves Guerra, cuenta su particular viaje al abismo en completa soledad.

Escrita por Wendy Guerra, y libro por el que obtuvo el premio Bruguera en 2006, Todos se van propone una dolorosa visión sobre una joven que aprende a ser mujer, y su paulatinano divorcio con una causa, como es la de la Revolución cubana, en proceso de descomposición.

Todos se van, por las cosas que narra y la sutil descripción del proceso de aislamiento al que se somete su protagonista, pone de manifiesto la descarnada verdad que marca el camino literario de una escritora que cuenta hechos, muchos de ellos inspirados en su propia experiencia vital, que muestran cómo se sobrevive a esa edad en el infierno cotidiano que construye la realidad exterior e interior que Nieves Guerra va trabajando a medidas que transcurren los días, que se convierten en páginas de un diario que terminan por convertirse en un pudridero sentimental y emocional.

Dividida en dos mitades, la más atractiva a nuestro juicio es la que plantea esta escritora sobre la infancia. En este relato se despliega cómo las contradicciones que genera el régimen castrista terminan por devorar a sus hijos. A través de la madre, una hija a la que amantó la revolución pero desengañada por la deriva que ha terminado por devorar al sistema, se le inculca a la protagonista a no callarse nada y a ser capaz de enfrentarse a una realidad en pleno proceso de descomposición imponiéndose una férrea disciplina de silencios. Silencios de los que se libera en un diario personal en el que suelta todo lo que observa y debe callar para que no la acusen de gusana, de traidora, de Judas de un proceso político que mantiene a su gente a raya porque genera miedo y esquizofrenia.

Todos se van no plantea una distopía sino una realidad vista a través de los ojos de una niña y adolescente, aunque la sustancia de la novela no gira solo en torno a la política y al desgaste personal al que este sistema somete a su gente sino también, y he aquí lo más importante, incide en la soledad de su protagonista ante la continua fuga de amigos y conocidos al exterior o, en un golpe maestro, en el mismo interior de una isla que hace mucho tiempo dejó de ser un paraíso con rejas.

No he leído otras novelas de Wendy Guerra, pero algo me hace sospechar que he tenido la buena fortuna de llegar a su peculiar y retorcido universo a través de su primer libro. Un libro en el que, se intuye, debe de recogerse la mayoría de las constantes de una carrera literaria que, de momento, no es lo suficientemente pródiga para que su nombre suene con la importancia que se merece no solo dentro de lo más reciente de las letras cubanas.

Saludos, venceremos, desde este lado del ordenador

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