Mi nombre es Falcó, Lorenzo Falcó

La tercera entrega de las novelas de la serie Falcó quizá sea la mas Bond de las que ha escrito hasta la fecha su autor, Arturo Pérez-Reverte, escritor que en entrevistas y foros no se cansa de repetir que lo que pretende con estas historias de acción y espionaje ambientadas en la Guerra Civil española es la de entretener al lector e imitar el estilo de Eric Ambler, uno de los grandes representantes del género.

Pero nada más lejos de la realidad ya que salvo su ambientación, los años treinta, las novelas de Falcó le deben más a Ian Fleming que al autor de la ya legendaria La máscara de Dimitrios, lo que no es un demérito en una serie que cuenta ya con tres libros, el tercero de los cuales, Sabotaje, presenta a un Falcó, Lorenzo Falcó con más consistencia que en las dos novelas anteriores (Falcó y Eva), así como una definición más acabada de un agente secreto que, pese a prestar servicio para los nacionales, además de individualista es un hedonista que recuerda, en su selección de mujeres y en su afición por la buena mesa al mejor James Bond literario.

Sabotaje
, tal y como ya advierte el título cuenta la operación que emprende el espía jerezano para atentar contra el Guernica, cuadro en el que trabaja Pablo Picasso, una obra que financia la II República con la idea de conmover al mundo en la Exposición Internacional de París.

No vamos a desvelar si Falcó se sale con la suya y regresa a la España nacional para recibir el aplauso de su jefe, esa especie de M que en las novelas de Pérez-Reverte se llama El Almirante y es gallego para más señas, carallo, pero sí que aseguramos que el lector que se inició en esta nueva creación del escritor y periodista español no se sentirá defraudado ya que se trata de la mejor de las tres que lleva publicadas hasta la fecha.

Las razones son muchas pero la más llamativa es que el personaje ya no balbucea como en las dos anteriores, así que transita con aplomo por unas páginas que van por la dirección correcta. Y esto se agradece.

Lorenzo Falcó, deja claro Pérez-Reverte, es un individualista que suele actuar por su cuenta en las operaciones que le encargan aunque quien financia y organiza estas misiones sea el gobierno de Franco, empeñado en derrotar a los republicanos, los rojos como comúnmente se les conocía, en una en una guerra que ha dividido a España en dos mitades.

Individualista y hombre de acción, se refuerza la relación paterno filial que mantiene con su jefe, ese M gallego, y se ahonda con cierta ironía en las sombras de una guerra civil que nunca tuvo que haber sucedido. Sin embargo, y por desgracia sí que estalló para separar un poco más si cabe a los españoles de un lado y del otro, también a los que se afiliaron a una tercera España que no estuvo ni con las derechas ni con las izquierdas. Una España neutral que se negó a coger las armas para matar a su hermano, a su vecino, al amigo…

Este no es el caso de Falcó, un hombre que si combate con los nacionales, los rebeldes, los fachas como se les reconocía en las trincheras rojas, es porque tiene algo de señorito y su punto canalla. Por otro lado, sospecha que los que defienden un país católico y que funciona como un cuartel, serán los que ganen la guerra. A él mientras le dejen ir a lo suyo que es cumplir con éxito lo que se le manda y de paso seducir a bellas mujeres, alojarse en hoteles de lujo y comer en los mejores restaurantes la cosa le da igual. Un poco mercenario el tal Falcó.

Si en Eva la acción se desarrollaba fundamentalmente en Tánger, en Sabotaje la aventura tiene lugar París, una ciudad que el espía conoce muy bien y escenario en el que se desenvuelve como pez en el agua no solo en cabarets, bares y algún lupanar sino también en el ambiente artístico que respiraba entonces en la ciudad de la luz, tan ajena a la tragedia española.

Lorenzo Falcó lidia así con artistas que hace tiempo dejaron de pensar en su arte para llenarse los bolsillos de dinero, como Pablo Picasso, un personaje tacaño que no sale demasiado bien en la novela; así como con agentes secretos al servicio de la Alemania nazi. Reino Unido y de la Unión Soviética que se encuentran y desencuentran en la ciudad que baña las aguas del Sena. Mientras, cómo no, Lorenzo Falcó tiene tiempo para hacer el amor y asesinar a unos cuántos con independencia de sus ideologías…

Exquisito y hedonista, Falcó actúa con la profesionalidad letal de un James Bond con acento andaluz. Así se lo exige esa otra guerra que se desarrolla en las sombras y lejos de los campos de batalla que salpican las tierras de España y que el escritor británico Rudyard Kipling denominó como el gran juego.

Saludos, hijas e hijos míos, desde este lado del ordenador

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