La noche en que se odiaron dos colores, una novela de José Luis Correa

La noche en que se odiaron dos colores (Alba Edotorial, 2019) es la décima novela que el escritor grancanario José Luis Correa dedica al detective privado Ricardo Blanco, una obra que pone de manifiesto que el personaje disfruta de buena salud y que ha sabido calar hondo entre sus lectores que ya son legión.

No faltan razones para explicar lo que podría denominarse como el fenómeno Blanco aunque personalmente considero que lo más destacable es la capacidad de Correa para dar entidad al personaje, un hombre con sus grandezas pero también miserias que ama la ciudad en la que desempeña su trabajo como investigador privado: Las Palmas de Gran Canaria, un lugar que se convierte junto a Ricardo Blanco en el otro gran protagonista de una saga que, reiteramos, ya ha hecho historia no solo en las letras canarias sino nacionales porque pocos son los llamados y mucho menos los elegidos. O personajes literarios que han alcanzado la novela número diez.

Más que el caso en sí, en esta historia la búsqueda de un padre desaparecido, el interés de los relatos que José Luis Correa articula en torno a su héroe, o antihéroe porque el pobre Blanco recibe más que da en todas sus aventuras, es el entorno en el que se mueve, la ciudad se insiste, que ama, y la galería de secundarios que como el detective han ido acompañándolo en las sucesivas entregas con sus ausencias incluidas, como la del abuelo Colacho.

En estas diez novelas, el escritor no ha perdido el tiempo y ha sabido envejecer al héroe/antihéroe y describir con notable pulso narrativo los cambios y vaivenes que ha sufrido la capital grancanaria desde que apareció el personaje en Quince días de noviembre un ya lejano 2002, año en el que todos todavía estábamos más pendiente del siglo XX que del XXI.

Los secundarios son también otro de los grandes logros de estas novelas que se leen con una eterna sonrisa dibujada en los labios pese a que lo que se cuente sea en serio. Ricardo Blanco, como los grandes private eye de la literatura negra y criminal norteamericana no pierde su más que sentido del humor, afilada ironía en cada caso que resuelve. Investigación en la que aprenderá a conocerse un poco mejor y a tener muy claro las cosas que merece la pena defender en la vida.

En esta nueva y apasionante entrega toman protagonismo además de Ricardo Blanco, que es quien nos cuenta la historia, su secretaria Inés y el policía, mejor ex policía Gervasio Álvarez. Nada más comenzar la novela, asistimos con Blanco a la fiesta de jubilación de Gervasio, un personaje clave en la saga, y unos capítulos más adelante conocer que, a partir de ahora, el antaño agente de la ley se ha convertido en socio de nuestro detective.

En cuanto al caso a resolver, la desaparición de un veterano fotógrafo, solo diremos que Ricardo y los suyos se encargarán de encontrarlo porque la clienta, Niágara Caballero, parece estar al borde del ataque de nervios, estado natural si se tiene en cuenta que, a medida que se avanza en la investigación, las cosas se complican y mezclan.

Se asiste a una guerra soterrada entre libios y colombianos, sabremos de un policía al que le falta un tornillo y que disfruta con el abuso de poder y de una conjura que pretende cometer un acto terrorista que podría tener fatales consecuencias en la capital grancanaria.
Al margen de la trama criminal, José Luis Correa se crece como escritor cuando mueve a su personaje en su ámbito privado, en ese pequeño círculo al que solo accede su novia farmacéutica y sus ahora dos colaboradores de faenas detectivescas.

Entre las mejores páginas de La noche en que se odiaron dos colores están aquellas que describen con matices luminosos las calles y plazas de una ciudad que su autor conoce muy bien y en la que hace pasear a su investigador privado para mostrar al lector la cara y la cruz de una capital de provincias que mira razonablemente al mar.

Como en otras novelas de José Luis Correa, el estilo de La noche en que se odiaron dos colores está trufado de canarismos que no suenan a impostados porque simple y llanamente así habla su protagonista desde que lo conocimos hace ya más de diez años a través de sus novelas, y un rasgo fundamental que define el carácter de un personaje que, no nos cansaremos de repetir, ya ha hecho historia.

Saludos, tal día como hoy…, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta