Antonio López Ortega: “Hemos hecho una relectura del siglo”

El título de uno de los libros escritos por el “secreto mejor guardado de América Latina”, según Álvaro Mutis cuando se refería al poeta venezolano Juan Sánchez Peláez da nombre a Rasgos comunes. Antología de la poesía venezolana del siglo XX (Pre-Textos, 2019), obra cuya selección, notas y prólogo escriben Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni con el objetivo de transmitir la sensación, a través de los 87 autores que recopila el libro, que el mejor país es “el que aquí se expresa”.

La antología se presenta el martes 2 de de abril y a las 20 horas en el salón de actos de Caja Siete, en Santa Cruz de Tenerife donde uno de los antólogos, Antonio López Ortega intervendrá acompañado de Nieves Concepción, Ernesto Suárez y Rafael-José Díaz.

- ¿Es Venezuela tierra de poetas?

“En Venezuela la poesía ha sido un género muy sólido, muy constante. Hay una ilación que se mantiene, sin discontinuidades. Esto es aún más cierto durante el siglo XX, pues a partir de allí podemos hablar de poesía moderna. Asombra ver la profusión de poetas, la fuerza de la vocación poética. Junto al cuento, que también es un género que ha gozado de buena salud en el siglo XX, estamos hablando de dos géneros rectores, que han marcado y siguen marcando la literatura venezolana. No digo esto en detrimento de la novela, que también es un género importante, aunque no siempre constante. Volviendo a la poesía, siempre es importante preguntarse cuáles serían las razones históricas o culturales para que esta vocación sea tan vigorosa, pero las respuestas no son obvias. Tan sólo pensaría en que Venezuela ha sido siempre un país muy musical, y que con la música llega la versificación. La música tradicional venezolana está llena de poesía. No la conocemos lo suficiente: se trata de un tesoro por redescubrir”.

- En cuanto a la Antología, ¿qué criterios se han seguido para escoger a unos y no a otros poetas?

“Esta antología la hemos hecho a seis manos Miguel Gomes, Gina Saraceni y yo. Miguel es un gran narrador, al igual que gran crítico y ensayista, y hoy en día profesor de estudios hispánicos en la Universidad de Connecticut; Gina, por su parte, que se ha especializado en poesía hispanoamericana, ha estado asociada siempre al muy prestigioso Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, si bien hoy ejerce la docencia y la investigación en la Universidad Javeriana de Bogotá. En el estudio introductorio que firmamos los tres, trazamos cuatro líneas de fuerza que determinan la selección: la primera es cartografía de sujetos y cuerpos; la segunda, espacios y paisajes de la patria; la tercera, construcción de otras realidades; y la cuarta, desplazamientos de la cultura. Fueron como líneas orientadoras para ordenar la vasta creación poética del siglo. Pero volviendo a la pregunta, en estos ejercicios antológicos siempre son menos los que entran y más lo que quedan fueran; no podría ser de otra manera. Esto no es un álbum de fotos; esto es una selección razonada y discutida. Y para mayor consenso, decidimos que nuestras decisiones tendrían que ser todas por unanimidad”.

- ¿Cuáles de los autores que no han podido publicar, cree que deberían de estar en ella?

“Son varios; y es inevitable porque toda antología reduce su campo de selección a lo mínimo necesario. Siempre es difícil, y hasta doloroso, dejar por fuera a escritores que estimas; esa es la parte dura del trabajo. Pero aquí tenemos que actuar bajo criterios y consensos, que es lo que hemos hecho. Reducir cien años de creación poética a 87 nombres podría verse como un parecer rígido, pero para otros quizás sea más bien generoso. No me extrañaría que otros antólogos, enfrentados al mismo reto nuestro, hubieran optado por un número menor. Buena parte de nuestro empeño ha estado centrado en dar cuenta de la diversidad de la poesía venezolana: diversidad de referentes, temas, técnicas, propósitos, lenguajes, raíces culturales. Está comprobado que, a mayor diversidad, mayor vitalidad”.

- En la antología hay varios poetas venezolanos de origen canario…

“Sin pensarlo mucho, mencionaría a dos: Reynaldo Pérez Só y Eugenio Montejo. El primero no sólo es de ascendencia canaria, sino que ha vivido por temporadas en Tenerife. El segundo ha recordado a sus progenitores canarios en alguno de sus poemas. Montejo tiene un libro precioso llamado El taller blanco. Allí hace referencia a su padre, que era panadero. La palabra taller corresponde al espacio donde se hacía el pan, y la palabra blanco corresponde a la harina de trigo que flotaba en el ambiente. El niño Eugenio veía allí nubes o niebla. Ese espacio de elaboración del pan era también el espacio del nacimiento de la poesía”.

- ¿La poesía de estos autores con origen canario los diferencia de los otros? Y respecto a su origen isleño, creo que me dijo que uno de ellos recurría al paisaje en sus obras para revelar unas islas no muy gratas…

“No creo que sean diferentes; más bien calzan de lleno en la tradición venezolana. La diferencia pudiera estar en que, en vez de evocar antepasados andinos o llaneros, recuperan vivencias de culturas españolas o portuguesas o italianas, lo cual nos lleva a otro enriquecimiento, que es el del mestizaje y la transculturización. La diversidad de orígenes y de culturas de los poetas venezolanos no ha hecho sino engrandecer nuestra poesía. Pero volviendo a la pregunta, sí es cierto que en el caso de Pérez Só hay visiones del paisaje canario (el mar, los muelles, los barcos pesqueros, las playas volcánicas) que transmiten algo de desaliento, de desamparo. Quizás podríamos hablar del término saudade, que tanto gustaba a Montejo”.

- ¿Cómo se dividieron el trabajo los responsables de esta Antología?

“En principio, todos hicimos todo. Es decir, cada quien estaba muy al tanto de lo que estaban haciendo los otros dos. Este libro lo montamos entre 2014 y 2018, y durante todo ese período nos intercambiamos innumerables correos y nos visitábamos virtualmente al menos una vez por semana. A veces nos hemos dicho que, cuando nos toque reeditar el volumen, convendría agregar un apéndice con todos los correos que nos cruzamos, porque allí están compilados, esencialmente, todos nuestros juicios de valoración y selección. La verdad es que, en todo el proceso de trabajo, que fue extenuante por lo minucioso, nos sentimos muy a gusto, y por momentos conmovidos. Hemos hecho una relectura del siglo, y toda relectura cambia los pareceres. Ninguna antología se salva de omisiones, pero en la nuestra yo destacaría los redescubrimientos y las revalorizaciones. La selección la hicimos por etapas, y en la fase final los tres interveníamos hasta lograr la unanimidad en torno a cada poeta. En cuanto a las notas, nos las repartimos en tres bloques, pero al final todos interveníamos en la revisión y redacción. Y para el prólogo, dibujamos una especie de frankenstein al que cada quien le arrancaba un brazo o una pierna para engordarlos a adelgazarlos. Al final lo reensamblamos y lo obligamos a entrar en cintura con sucesivas ediciones”.

- ¿Cuáles son los temas y constantes entre los autores que se incluyen en la antología?

“La respuesta a esa pregunta es la propia antología: en esas mil cien páginas damos cuenta de los temas y las constantes. En todo caso, como temas deberíamos advertir la fascinación por el paisaje, que se extiende desde la generación del 18 hasta las últimas promociones del siglo; la irrupción de la ciudad como nuevo escenario del sentido, muy presente en la generación del 58; el cuerpo como superficie, que se advierte desde la precocidad de María Calcaño, pasando por Miyó Vestrini, hasta llegar a las poetas de los años 80, como Yolanda Pantin a María Auxiliadora Álvarez; también algo que, a falta de mejor nombre, llamaría terredad, para usar un término de Eugenio Montejo, presente desde Enriqueta Arvelo Larriva, hasta Ramón Palomares en los años 60 o Igor Barreto en los 90. Podríamos mencionar muchos más, hasta llegar a verdaderas singularidades: el sentido de extrañamiento, la subjetividad quebrada, el noctambulismo, el pasado visto como territorio de la orfandad. Ahora bien, en cuanto a constantes yo mencionaría el tratamiento del lenguaje, ya sea para hablar desde la exaltación o ya sea para reducirlo en pos del silencio. Siento que los poetas venezolanos, consciente o inconscientemente, han entendido desde muy temprana edad que la forma es el fondo, es decir, que tanto importa lo que se dice como cómo se dice. Las palabras son siempre peces muy vivos, que el poeta pone a nadar en un estanque en el que, sin quererlo, se refleja y lo reflejan”.

- ¿Qué poetas destacaría de los que se han escogido en este libro?

“Justamente los más desconocidos, que son la mayoría. El lector podrá reconocer a los grandes poetas del siglo: Ramos Sucre, Gerbasi, Sánchez Peláez, Cadenas, Sucre, Montejo, Pantin, Barreto, que son los árboles altos del bosque, pero yo diría que lo más importante es el bosque. Esta antología permite entender que nuestros grandes nombres son inexplicables sin esa tradición, o mejor dicho, que nuestros grandes poetas forman parte de una tradición: no salen de la nada. Y lo importante es tenerlos a todos allí, para que el lector reconozca, justamente, los rasgos comunes, que son muchos. En el bosque también hay singularidades, obras que son mundos propios, como las de Hanni Ossot, o Armando Rojas Guardia, o Edda Armas, o Santos López. Hay mucho por descubrir, por reconocer, por validar. Mi impresión, al ver el libro ya editado, es que la poesía venezolana, y en esto quisiera ser lo mas objetivo posible, es de las más importantes poesías del continente verbal iberoamericano. De esto no me cabe ninguna duda”.


- ¿Y qué etapas, y autores, cree que son las más importante por su calidad del pasado siglo XX?

“La generación del 18, incluyendo a Ramos Sucre, es de las más importantes: fueron cosmopolitas, se abrieron al mundo, tradujeron a los románticos alemanes, pero a la vez fueron grandes paisajistas verbales. Ellos se apartan de los tardomodernistas, muy europeizantes, y comienzan a hablar de nuestros árboles autóctonos: apamates, araguaneyes, bucares. Paz Castillo o Moleiro son poetas a los que regresamos porque fijan el rostro de la geografía nacional, pero no haciendo un inventario de especies, sino urdiendo una emocionalidad en torno al paisaje, esto es: el paisaje somos nosotros mismos. Luego, hacia mediados de siglo, nos hicimos vanguardistas, con obras como las de Luz Machado o Juan Sánchez Peláez. Un libro como La casa por dentro, de Machado, exige una relectura, que aquí proponemos, porque el ámbito de la domesticidad, donde se ha querido recluir a la mujer, explota en mil pedazos, por no decir en mil versos. En paralelo, la lujuria verbal de Sánchez Peláez, a mi manera de ver, parte el siglo en dos mitades: ya nunca se escribirá de igual manera a partir de su obra, que tiene la virtud de fijar un antes y un después en nuestro discurso poético. Si seguimos caminando por el siglo, llegaríamos a la generación del 58, que fue prodigiosa en muchos sentidos: allí están los nombres de Cadenas, Calzadilla, Silva Estrada, Pérez Perdomo, Sucre, Palomares, Montejo o Barroeta, poetas todos que marcaron a todas las promociones siguientes. Y como etapa final, yo señalaría la promoción que irrumpe en los años 80, que bien podríamos llamar del 78, con un protagonismo envidiable de mujeres poetas, como Yolanda Pantin, Edda Armas, Blanca Strepponi, Laura Cracco, Ana Nuño, María Auxiliadora Álvarez o Verónica Jaffé”.

- ¿Hay una poesía venezolana vinculada al mundo del petróleo?

“Curiosamente, el referente petrolero no ha sido importante en la poesía venezolana, como sí lo ha sido en la narrativa. Pero esto nos lleva a consideraciones mayores, que es la de preguntarnos por qué el pensamiento venezolano ha satanizado un hecho económico tan determinante como el petróleo. Sigue viéndosele como una riqueza mal habida. Allí tenemos un prejuicio estructural que ha campeado a través del siglo. Una economía cafetera como la de Colombia o del cobre como la de Chile han entrado de manera franca en la literatura, pero en nuestro caso, cuando ha entrado, es para maldecirla. Se diría que el paradigma agrícola es el que vale, mientras que el minero, riqueza fácil, se condena. ¡Pues ya el petróleo convive desde hace 120 años con la nación y todavía se le considera una extrañeza! Yo creo que eso habla más negativamente de nosotros que del chorro negro que sube anónimamente a la superficie. En síntesis, literariamente hablando, es una asignatura que tenemos pendiente”.

- ¿Hacia donde miran los poetas venezolanos del siglo XX?, ¿hacia España, Francia?, ¿por qué?

“Toda la poesía hispanoamericana moderna mira primero hacia Francia, que es de donde provienen movimientos tan importantes como el simbolismo o el surrealismo. Y Venezuela no escapa de eso. Esas corrientes de influencias recíprocas están bien estudiadas, y sobre todo en un libro que me parece capital: Los hijos del limo, de Octavio Paz. En cuanto a influencias literarias, los siglos XVIII y XIX de España no fueron importantes para Hispanoamérica. Todo lo importante venía de Francia: desde el pensamiento del Siglo de las Luces, que nutre las corrientes emancipadoras, hasta los poetas románticos, que siembran la poesía amorosa en el continente. Hay que esperar hasta el surgimiento de la generación del 98 para volver la cara hacia España, y esa renovación literaria peninsular provoca del otro lado del Atlántico un movimiento medular, que es el Modernismo. Luego, como otro eco, los poetas del Modernismo son una influencia determinante para la generación española del 27. Es decir, García Lorca es inconcebible sin Rubén Darío. Octavio Paz demuestra que, a partir del Modernismo, la literatura escrita en castellano comienza a contrapuntear de una orilla a otra, sin cesar, y me parece que ese danzón lo mantenemos hasta hoy, para fortuna nuestra. Volviendo a Venezuela, ya la generación del 18 leía a los simbolistas franceses, y de alguna manera rozaba los primeros brotes del Surrealismo. Pero hay que esperar hasta los poetas de la vanguardia, como Sánchez Peláez, para que ese lenguaje de la libre asociación que postulaba el Surrealismo se asumiera a fondo, con profunda convicción. La influencia surrealista llega hasta la generación del 58, y se ve claramente en las primeras obras de Cadenas o Pérez Perdomo”.

- ¿Y hacia donde creen que miran los poetas venezolanos del siglo XXI?

“Creo que miran hacia todos lados: no hay rincón del mundo que no conozcan. Leen por igual poesía hindú o náhualt, poesía griega o rusa. Están sujetos a todas las influencias, y en gran medida porque este mundo interconectado lleva información hasta las más lejanas fronteras. Son muy universales, y viven el mundo como una gran casa. Tienen por detrás una tradición que ya es muy vigorosa, y me parece que se relacionan con ella con mucha curiosidad y devoción. También son muy maduros, serios, precoces. Yo diría que surgen por generación espontánea, en todos los recodos del país, pero con un alto nivel de calidad”.

- ¿Cuál es el estado de salud de la poesía venezolana en lo que llevamos de siglo XXI?

“Desde el punto de vista de la edición, circulación y promoción de obras, estamos en uno de los peores momentos de nuestra historia, sencillamente porque no hay políticas públicas en el campo cultural. Pero en cuanto a creación poética, es un momento muy auspicioso, muy movido. Los jóvenes poetas se organizan para hacer concursos, montar recitales, hacer ediciones artesanales, colgar portales de poesía. No se amilanan con nada; más bien siguen con una energía que no se apaga. Han crecido en el peor país posible, en el país que les ha negado toda ayuda, y sin embargo persisten, porque la fe es inquebrantable. A mí me parece una generación admirable, que dará mucho que hablar en los tiempos venideros. Los nombres de Willy Mckey, Graciela Yáñez Vicentini, Jairo Rojas, José Delpino, Natacha Tiniacos, Alejandro Sebastiani, Santiago Acosta, Franklin Hurtado, Néstor Mendoza, Alejandro Castro, Adalber Salas, Camila Ríos y Raquel Abend serían referencias ineludibles en una eventual antología poética del siglo XXI.”

- En los tiempos de Maduro qué poesía se escribe, ¿una poesía contestataria?

“Más que contestataria, yo hablaría de otras persistencias. Una es la reconstrucción de la memoria, en tiempos en que el discurso oficial la quiere borrar; otra es la persistencia de la subjetividad, en tiempos en que todo se mide en términos masivos; otra es la vigilancia del lenguaje, en tiempos en que se nos quieren imponer neolenguas; otra es la afirmación de la libertad expresiva, en tiempos en que se censura; otra es la pulsión estética, en tiempos en que el lenguaje se corroe; otra es el hambre de universalidad, en tiempos en que se cierran fronteras; otra es una cierta reivindicación ética, en tiempos en que el poder es un nido de corrupción; y una última podría ser la apuesta ciega por recuperar los legados culturales, en tiempos en los que se nos quiere llevar a la anonimia. La poesía plural que se está escribiendo es el mejor antídoto contra la intención de borrarnos del mapa”.

Saludos, sol, otra vez sale el sol, desde este lado del ordenador

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