Hija de revolucionarios, un libro de Laurence Debray

“Mi padre salía cabizbajo de la cocina y se enfrascaba, aliviado, en sus libros y manuscritos; al menos estos no tenían estado de ánimo. En esas circunstancias, preveía un pollo demasiado hecho para la cena y una crisis de lágrimas a la hora de acostarse. Las veladas con el Che en plena selva debieron ser menos complicadas que aquellas noches con su hija recalcitrante y su cocinera temperamental. Cuando nace un bebé, no viene acompañado de un manual de uso. Y sin manual de uso, mi padre estaba perdido”.

(Hija de revolucionarios, Laurence Debray. Traducción: Cristina Zelich, colección Panorama de narrativas, Anagrama, 2018)

Resulta cuanto menos curioso y extraño según el parecer de cada cual que los hijos de la revolución hayan cambiado las ideas de sus padres por una nube en la que se mezcla un poco de todo, liberalismo y socialismo más de derechas que de izquierdas con el que, a su manera, han terminado más que por matar, por desembarazarse de las ideas del padre aunque no tanto de las enseñanzas de la madre.

Hija de revolucionarios, de Laurence Debray, es uno de esos títulos, título de notable interés para entender cómo han envejecido los que una vez lucharon con la palabra y las armas por la venida de un mundo que creían sería mejor.

Hija del intelectual marxista Régis Debray, que acompañó al Ernesto Guevara por las selvas bolivianas y quien, tras ser detenido y torturado por el ejército fue otro más de los que reveló que el comandante Ramón no era otro que el Che Guevara, el libro describe cómo fue desvelando la casi prohibida historia del pasado como revolucionario de su padre con el fin de conocer el fondo y la forma de un hombre al que parece que devoraron sus impetuosos años en los que intentó cambiar el mundo.

Criada prácticamente por sus abuelos, una buena parte de la obra narra cómo fue gracias al trabajo realizado por los padres de Régis Debray y la presión que ejercieron para que la república francesa mediara en su liberación, para que éste, finalmente, saliera de la cárcel boliviana. Al mismo tiempo, la escritora relata cómo su padre se convirtió desde ese momento en una persona marcada tanto para las derechas como para las izquierdas, lo que le obligó a permanecer en una especia de purgatorio hasta que fue nombrado asesor del presidente Miterrand.

Las conclusiones de este libro no se enmascaran, lo que dice mucho de su autora, una mujer, hoy madre pero también hija, que no quiere hacer sangre sobre los suyos aunque sí que muestra, en ocasiones de refilón, las contradicciones de su progenitor, un Régis Debray que pertenece a la burguesía francesa de izquierdas y que como tal y, probablemente a consecuencia de su fracasado proyecto por convertirse en un auténtico revolucionario, terminó por acatar las normas de su sociedad y contagiarse de sus vicios una vez que regresó a Francia años después de la muerte del Che en La Higuera, Bolivia, en octubre de 1967.

El libro no indaga de todas formas lo suficiente en estos hechos que conmovieron al mundo, pero sí que retrata cómo oxidó las relaciones de una familia instalada hasta ese momento en cómodos algodones.

La traición de Debray al hombre que a partir de ese momento se convirtió en icono de la revolución es, en este aspecto, el gran eje de un testimonio en el que se repasa con un lenguaje que huye del efectismo porque pretende ir al grano, cómo afectó a su niñez la ausencia de un padre que estuvo marcado desde ese entonces por un lado y el otro del espectro político con el estigma de Caín.

No obstante, no deja de sospechar al lector iniciado en las revoluciones y, concretamente, en la cubana y en el espectral viaje al corazón de las tinieblas que realizó el Che Guevara con sus guerrilleros en Bolivia, que Laurence Debray se ha dejado muchas cosas, claves, en el bolsillo probablemente por pudor. Se intuye que en todo caso lo que persigue es dar su perdón y el perdón de todos al padre. A su padre. Un padre que no fue el traidor que pintan sus adversarios de izquierdas y derechas sino la víctima involuntaria de una causa que ya no despierta atractivo alguno para sus hijos.

Saludos, ¿patria o muerte, venceremos?, desde este lado del ordenador

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