Vicente Molina Foix: “Soy un señor que trabaja la palabra escrita”

Escritor, poeta, ensayista, dramaturgo, crítico de cine y cineasta, Vicente Molina Foix (Elche, 1946) ha cultivado prácticamente todos los géneros literarios con resultados satisfactorios. Es autor, entre otros libros, de El vampiro de la calle Méjico, por el que obtuvo el premio Alfonso García-Ramos de Novela en 2002, certamen que convocaba el Cabildo de Tenerife; El abrecartas y El invitado amargo, que firma junto al también escritor Luis Cremades y El joven sin alma (2017), de momento su última novela.

A la larga relación de trabajos que realiza, Vicente Molina Foix es un buen amigo, una faceta que demostró cuando aceptó la invitación de viajar a Tenerife para presentar en su capital la primera y por desgracia última novela de Alfonso Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1955-2019) Queda la broza y celebrar su segunda edición en un acto que tuvo lugar en la vieja marquesina del puerto chicharrero, un lugar, un espacio, tan querido para el artista tinerfeño y que en esta su única novela adquiere un protagonismo determinante al ser puerta de entrada y salida de viajeros como escribiera Domingo Pérez Minik.

En la siguiente entrevista centramos la atención en la relación que mantuvo con Alfonso Delgado, el trabajo que realizó como traductor de diálogos para varias películas dirigidas por Stanley Kubrick, y que van desde La naranja mecánica (1971) a la última, Eyes Wide Shut (1999), y que ahora condensa en Kubrick en casa (Anagrama, 2019); y de dos novelas que por una y otra razón son claves en su trayectoria como escritor: El vampiro de la calle Méjico, por la que recibió el premio Alfonso García-Ramos que convocaba el Cabildo de Tenerife; y El joven sin alma, novela que se inspira en las amistades y enemistada que generó el grupo poético los nueve novísimos (Josep María Castellet, Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, Félix de Azúa i Comella, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero) aunque por necesidades narrativas quedan reducidos a seis en esta obra que mezcla ficción y realidad a partes iguales, afirma.

- Su último libro es Kubrick en casa, en el que relata su colaboración con el cineasta en el doblaje de sus películas al español. ¿Cómo fue esa relación?

“Trabajé más de veinte años en las traducciones de los diálogos de sus películas desde La naranja mecánica hasta la última, Eyes Wide Shut, y durante esos años tuve varias ocasiones de hablar con él, era muy aficionado al teléfono, y más tarde por fax. Tuve la oportunidad además de quedarme en su casa y conocer al personaje de cerca. Al artista meticuloso desde dentro y conversar con él sobre cine porque de cine sé algo. Mi primera crítica la publiqué en Film Ideal a los quince años y cuando conocí a Kubrick ya llevaba más de diez escribiendo de cine. Eso hace que entienda que un personaje como Stanley Kubrick quisiera recabar mi opinión sobre su nueva película, película que solo había visto él y su equipo. Quería conocer lo que pensaba un desconocido español de su nuevo trabajo”.

– ¿Cómo era Kubrick en las distancias cortas?

“Kubrick mantenía una relación muy estrecha con sus colaboradores, entre otros, con su asistenta así que no era extraño que pidiera opiniones de su círculo más cercano”.

- ¿Qué opina usted de El resplandor?

“Es de las que más me gustan. Trasciende el género de terror. Es un filme sobre las decisiones, el bloqueo artístico, los espacios que a veces nos dominan. Es una película con muchos temas y no todos proceden de la novela de Stephen King. Los temas de Kubrick la enriquecen”.

- Recuerdo que el doblaje de El resplandor fue muy criticado en España.

“Él me impuso todo. La voz de Verónica Forqué doblando a Shelley Duvall estuvo elegida por Kubrick, quien pedía a los directores de doblaje de sus películas –Carlos Saura en El resplandor– que utilizasen como actores de doblaje preferiblemente a los de teatro porque encontraba en ellos la sonoridad que buscaba, la que creía adecuada. En el caso de Verónica Forqué le dije que tenía una manera de hablar que me gustaba mucho así que la escuchó y la escogió. En el doblaje al español de El resplandor se hizo lo que él quiso”.

- Usted mantiene una gran relación con el cine pero ¿que fue primero: el cine o la literatura?

“Primero fue la literatura pero porque se hace en cualquier sitio, basta tener un lápiz y un papel. Recuerdo que una de las primeras cosas que escribí cuando era muy joven y católico fue una oda a la Inmaculada Concepción que aún conservo en aquel cuaderno escolar. Escribir era una manera de expresar algo. Pero más que escribir, uno empieza como lector. Yo era lector y quería entrar en la literatura. Mi padre heredó de mi abuelo una biblioteca no muy nutrida pero sí con muchos libros de teatro. En cuanto a cine yo he sido un espectador fiel y he escrito mucho de cine y pienso en cine aunque cuando escribo la prioridad es la palabra escrita. Palabra escrita que no tiene nada que ver con la imagen fílmica. Pero sí que pienso en cine y lo trato como una fuente de inspiración”.

– Usted fue director de dos películas.

“Y fue una experiencias divertida e interesante pero ahora me veo como un señor que primero escribió a lápiz, después con pluma estilográfica, que es como escribí hasta muy entrada mi carrera y textos que yo mismo pasaba a máquina, hasta el descubrimiento de ese veneno que es la informática aunque desde hace 26 años escribo a mano y a tinta un diario, poemas o un texto corto. La mano en el papel me gusta mucho. La pantalla da muchas cosas pero también desgasta”.

- ¿Y a que da más importancia en sus libros?

“Depende del género, un poema lo suscita una imagen pero una novela es la construcción de un edificio y el desarrollo de los personajes que lo habitan. A mi lo que me gusta es la palabra, utilizarla, por eso me ha gustado siempre y le he sacado partido narrativo a las cartas”.

- ¿Por qué?

“Porque escribir cartas es una forma de literatura. Recuerdo que mi padre, que no era escritor, le gustaba mucho escribir cartas y se notaba que se lucía porque creía en el rol de la palabra escrita en una carta. Yo soy un señor que trabaja la palabra escrita”.

- Me gustaría que hablara de El vampiro de la calle Méjico, por la que obtuvo el premio Alfonso García-Ramos de Novela 2002, y de El joven si alma, que publicó en 2017.

El vampiro de la calle Méjico, con j y no x, es una calle que está en Madrid cerca de mi casa. Lo de la j me valió discusiones con mi editor, Jorge Herralde, que no lo veía hasta que le dije que el cartel con el nombre de la calle pone Méjico y no México. La novela tiene algún elemento autobiográfico, poco, más en la parte veneciana. Y personalmente, lo considero un libro importante porque llegó en un momento en el que estaba cerrando una parte de mi narrativa y comenzaba otra. Un nuevo período que llamé de novelas documentales porque frente a la pura ficción de El vampiro de la calle Méjico, ahora empezaba a mezclar documentos, cartas, informes policiales”.

- ¿Y El joven si alma?

“En El joven sin alma y un libro anterior, El invitado amargo, utilizo las cartas como soporte literario, de ayuda, porque creo en el formato de la carta, es una mina literaria. Y lo digo también como lector”.

– ¿Asoman los nueve novísimos en El joven sin alma?

“En la novela solo salen seis novísimos, no los nueve. El grupo era dispar y brotó en los años 70 donde tuvo bastante repercusión siendo alabado y denostado por unos y otros. Después cada uno siguió su carrera y algunos llegaron incluso a pelearse lo que resulta natural cuando los egos son fuertes. En El joven sin alma hablo de todo aquello como si fuera una novela de aventuras, de formación. Una novela romántica en la que seis muchachos que se conocen a través del cine, lo que coincide con los nueve novísimos, se enamoran a veces sin éxito unos de otros mientras quieren cambiar el mundo. La novela habla del grupo de los seis y no de los nueve porque a mi no me cuadraban todos en el libro. Lo que cuento en ella es el 50 por ciento verdad y el resto inventado por Vicente Molina Foix”.

- ¿Y la realidad supera a la ficción?

“Miguel Ángel Aguilar me animó en una cena a que contara mi relación con Vicente Aleixandre pero no se me ha ocurrido”.

– ¿Y eso?

“Porque soy un novelista y no un erudito ni un biógrafo profesional. Soy un escritor de ficciones. En El joven sin alma aparecen Ana María Foix, Pere Gimferrer, personajes, gentes que conocí pero todos son personajes de un autor que soy yo pero este hecho no tiene porqué guiar la lectura de un libro que plantea un juego digamos que pirandelliano”

– ¿Y su mirada es benevolente?

“Es benevolente con todos aunque me muestro muy crítico con uno de ellos: Vicente Molina Foix, a quien llamo gordito y otras cosas peores como egoísta. No es una novela de ajuste de cuentas contra nadie. Muchos fueron mis amigos y todos ellos abrieron puertas de mi mismo. La sensibilidad que emana de Ana María Foix, la entrega desapasionada de Terenci Moix; la pedantería irónica de Guillermo Carnero y la locura fascinante de Leopoldo María Panero fueron momentos importantes de mi vida”.

- ¿Qué libro recomendaría Vicente Molina Foix de Vicente Molina Foix?

“Está gustando mucho el libro de Kubrick, que funciona muy bien. Es un libro que si te interesa el cine y leer al mismo tiempo sin que se trate de unas memorias es recomendable ya que retrata una época y un trabajo apasionante como fue el de traducir a un genio como él. Es un libro que los cinéfilos que pertenecen a la secta kubrickiana, porque Kubrick tiene una secta, les encantará. Algunos de los aficionados al cineasta me han preguntado si pueden dar la mano que estrechó la de Stanley Kubrick”.

- ¿Por qué sigue despertando esa fascinación?

“Tuvo olfato para hablar de cosas de las que no se hablaban o se pasaba de puntillas”.

– ¿Y que otros libros recomendaría Vicente Molina Foix de Vicente Molina Foix?

“De las últimas El invitado amargo, que escribí con Luis Cremades, y un libro que me refleja mucho como lector, Enemigos de lo real, que son ensayos literarios. No se tratan de reseñas sino de ensayos, prólogos, el estudio largo sobre los malditos y en el que aparece Félix Francisco Casanova gracias a Alfonso Delgado. Hablo de Susan Sontag, a la que tuve la suerte de tratar mucho; Jane Bowles… Es un libro que retrata una vida de lector”.

- Antes comentaba que escribe todos los días un diario. ¿Piensa publicarlo?

“Lo empecé hace ahora 26 años, y reúne de momento 32 cuadernos gruesos. Comencé a escribirlos a raíz de la muerte de una persona que fue muy importante en mi vida, Juan Benet. Su fallecimiento resultó devastador porque se encontraba en plena madurez como escritor y persona. Tuve sueños en los que aparecía y un día decidí escribir esos mismos sueños. Ya me había pasado antes con la muerte de mi madre, quien se me aparecía en sueños, lo que me convenció para llevar un diario de sueños porque los sueños normalmente se esfuman así que, como los románticos alemanes, escribía mis sueños cuando me despertaba en mitad de la noche. Los diario salen de ahí, por lo sueños que tuve con Juan Benet”.

- ¿Cómo eran esos sueños?

“Algunos muy divertidos, aunque ya no escribo solo sueños y no creo que los publique en mi vida”.

- ¿Por qué?

“No lo sé. Diarios que se publiquen ahora y sean conocidos están el los de Andrés Trapiello pero los publica veinte años después y sin nombres, los personajes se reconocen por una inicial. Yo no me oculto. En esos diarios el mundo a mi alrededor y yo mismo estamos al desnudo y eso me hace impertinente. Lo que me preocupa es hasta que punto quiero que esto sea motivo de cotilleo y quede como mi legado literario ya que los diarios no están escrito como una obra de arte, sino que son sueños y reflexiones del día, anotaciones de películas que he visto, viajes, lugares…”

Vicente Molina Foix visitó Tenerife para rendir homenaje a su amigo Alfonso Delgado, fallecido a finales de enero de este mismo año. Esta relación nació “cuando éramos muy jóvenes” y se reforzó a raíz de la publicación en el diario El País de un artículo en el que “mencionaba al poeta Félix Francisco Casanova, libros que obtuve gracias a Alfonso. Pasados los años, me pidieron en Babelia que escribiera un artículo sobre la literatura maldita en España y en ese texto citaba como caso de poca obra y temprana muerte a Casanova y agradecía a Alfonso Delgado que me hubiera ayudado a conocer al poeta. Alfonso leyó el artículo y le gustó verse mencionado, lo que reinició una amistad que se sustentó en cartas y largas conversaciones telefónicas. Hace unos meses me llamó para anunciarme que tenía una novela, Queda la broza, novela que me envió creo que en noviembre del 2018 y que leí y me gustó. Lo llamé para decírselo y mantuvimos una larga conversación telefónica. Luego, llegaron las navidades y en enero de este año me comunicaron su muerte. He vuelto a leer la novela, su primera y última novela, y es de una gran calidad. Mezcla con refinamiento cultura con la viveza de los personajes, en especial los femeninos, que son extraordinarios. Es un libro que deja poso” .

Saludos, lo repite el eco, desde este lado del ordenador

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