Fernando Fernán Gómez, un recuerdo cinéfilo

Además de actor, dramaturgo, escritor, guionista y cineasta Fernando Fernán Gómez (Lima, Perú, 28 de agosto de 1921-Madrid, España, 21 de noviembre de 2007) fue un gran hombre en lo personal a tenor de lo que dicen sus amigos y conocidos. Por desgracia, pasará a la memoria colectiva de este país que se nos pierde por aquel exabrupto que lanzó a un aficionado que a destiempo le pidió que le firmara un ejemplar de su libro, uno de tantos que escribió, y situación que empañó el carácter que la sociedad española de aquel tiempo tenía de una de sus estrellas. Una de sus escasas esterellas si se tiene en cuenta que don Fernando, además de actor, ya era y sigue siendo toda una institución.

Como director cuenta, es una opinión muy personal y discutible, con tres obras redondas, acabadas, que enorgullecen a cualquiera de que nuestro cine tenga nombres y apellidos: El mundo sigue (1961), que adapta la novela del mismo título de J.A. Zunzunegui, hoy un escritor inexplicablemente olvidado y en la que propone un retrato feroz de la España de su tiempo que explica que el filme fuera secuestrada por la censura; El extraño viaje (1964) y El viaje a nuinguna parte (1986). Aunque hay otras en las que estuvo detrás y delante de las cámaras como El malvado Carabel, que lleva al cine la novela en clave de humor de otro de los grandes olvidados de nuestra literatura como es Wenceslao Fernández Florez.

Fue como actor, sin embargo, como lo conoce la mayoría y es como actor como lo descubrimos siendo tiernos infantes a través de la pantalla de un televisor que emitía (hermanos y hermanas) imágenes en blanco y negro.

Como actor me gusta todo lo que hizo don Fernando pero sobre todo lo que hizo junto a uno de los más grandes cineastas de este país que se carcome: Edgar Neville: Domingo de Carnaval, El último caballo y La ironía del dinero son obras de un profundo casticismo que a mi, personalmente, me hace muy feliz. Claro que el cine de Neville me hace muy feliz incluso cuando se pone serio, como en su biopic del marqués de Salamanca que todo hijo de vecino y vecina debería ver.

Hombre adelantado a su tiempo, que sorteó a la censura y los dimes y diretes de un régimen con el que no comulgaba se da la paradioja, sin embargo, de que su cine pero no su literatura se minimizó cuando las Españas alcanzaron la democracia tras la muerte de ese militar de cuyo nombre no quiero acordarme.

A partir de entonces, probó con series, series tan rigurosas y fantásticas como El pícaro y escribió teatro y novela con resultados más que notables. Sus memorias, las que tituló El tiempo amarillo, son más que recomendables para los que quieran acercarse a la vida y obra de un autor genial que existe en nuestro ecosisetma más allá de su exabrupto catódico porque como decía aquél “por sus obras lo conocerás”.

Y la obra de don Fernando no es que diga, es que dice mucho, tanto, que todavía hoy sigue suscitando reflexiones, algunas tan interesantes para los tiempos que toca cómo ¿hacia dónde va este país de locos?

Saludos, tres hurrah por don Fernando, desde este lado del ordenador

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