Hotel Graybar, cuentos desde la prisión de Curtis Dawkins

La república de las letras cuanta con bastantes escritores delincuentes que se pasaron a la literatura como vía de escape, también a modo de terapia para exorcizar sus demonios.

Delincuentes y escritores fueron Edward Bunker, Jean Genet, Chester Himes y Jack Black, entre otros. Escritores que se hicieron un hueco en la sociedad cuando comenzaron a publicar sus novelas, todas ellas inspiradas en su pasado como ladrones y en algunos casos incluso como asesinos.

A esta lista se suma ahora Curtis Dawkins, quien cumple cadena perpetua por haber matado a un hombre en una cárcel norteamericana tras una vida desordenada en la que mezcló el alcohol con las drogas.

Su primer libro, recibido con parabienes por las crítica norteamericana, lleva el título de Hotel Graybar (Seix Barral, traducción: Inga Pellisa, 2019) que hace referencia al término al que recurren algunos hombres avergonzados de admitir ante amigos y familiares su paso por la cárcel, y reúne varias historias, catorce en total, que transcurren en ambientes carcelarios o fuera de ellos.

Una advertencia, defraudará al lector que acuda al libro buscando morbo, un escenario cerrado en el que se mueven hombres salvajes solos ante el peligro.

Llama poderosamente la atención el tono pausado de estas narraciones, algunas de ellas insólitas por el lirismo que respiran. Estos cuentos, muchos de ellos bastante cortos, reflejan escenas cotidianas entre rejas y apenas muestra la violencia desatada a la que nos ha acostumbrado el cine de temática carcelaria ya que el autor se preocupa por enseñar en estos cuentos el hastío que devora a sus protagonistas, sumergidos en una monotonía bastante peculiar. Se tratan de hombres que cumplen condena, un período de tiempo entre rejas en el que intentan vivir y dejar vivir. Se molestan en no molestar al compañero de al lado y procuran hacer su estancia lo más cómoda posible pese a la privación de libertad.

En cada una de estas historias se percibe el gran escritor que está detrás, un tipo que describe con sencillez situaciones muy complejas en las que da prioridad a lo que piensan y sienten sus personajes. Los cuentos que reúne en este volumen ponen de manifiesto que su literatura, que huye de barroquismos, está escrita con aplastante sinceridad, esa verdad que se nota tanto en falta en la literatura actual, cuyos productos la mayor parte de la veces son objetos prefabricados, sin vida y diseñados para vender.

Quizá sea por esto último por lo que sorprende un libro como éste. El universo en el que se mueven sus protagonistas es un universo que conoce a la perfección el escritor, por lo que su realismo es creíble aunque en algunas ocasiones los relatos se dejen arrastrar por un halo poético que propone otra mirada sobre la realidad que presenta en este puñado de historias.

No todos los cuentos que se incluyen en el libro tratan el tema carcelario, la vida de hombres encerrados en prisión, sino que también abarcan situaciones de la vida exterior, la que se desarrolla fuera de los muros de una prisión, escenarios en los que el autor construye su mundo literario basado algunas veces en hechos reales.

Estas historias de fuera no descarrilan la calidad de las otras, las que narran la aburrida vida cotidiana entre rejas, pero adquieren precisamente por su carácter de rareza en una obra de estas características otra dimensión ya que funcionan como ventanas a través de las cuales el autor asoma la cabeza a lo que era vivir en la calle, en libertad. Otro tipo de aburrimiento cotidiano solo que sin rejas.
No sé si se trata de la aparición de un nuevo gran escritor norteamericano, pero Curtis Dawkins consigue con este puñado de relatos el latido de un escritor de la vieja escuela literaria estadounidense. Esa en la que hombres y mujeres se dedicaron a contar su historia y no a fabular las historias de otros. Esa que contiene el indiscutible y personal sello de la verdad, esa literatura necesaria en tiempos tan extraños como los que se viven en la actualidad.

De momento, Hotel Graybar ha sido recibido con alborozo por la crítica norteamericana deseosa de descubrir nuevos talentos, y mucho más cuando estos salen de entre la mugre, el barro y la escoria.

No se trata de un libro crudamente violento, ni siquiera se posiciona del lado de los presos aunque sean ellos los protagonistas de la mayoría de unos relatos que a veces ponen los pelos de punta por el subtexto que yace más allá de lo que narra.

La pérdida de la libertad se hace notar así en la mayoría de los cuentos que contiene un libro que está destinado a ser leído sin prejuicios en la cabeza y sí la firme convicción de entender y asumir que los otros, los hombres y mujeres que cumplen condena, son también seres humanos. Por sus faltas están encerrados en un ecosistema que tiene sus reglas.

Pese a todo, estos hombres y mujeres intentan no perder un gramo de su independencia y humanidad durante el encierro, aunque la cárcel impone nuevos tipos de relación en los que está vedado hablar demasiado de uno mismo.

La procesión se lleva por dentro mientras se buscan rutas alternativas para olvidar las rutinas del encierro, la privación de la libertad.
Una palabra, libertad, que a tenor de los relatos que se reúnen en este libro tiene un espeso pero agradable sabor a miel.

Saludos, maratonianos, desde este lado del ordenador

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