Tiemblo, luego existo

Superé uno de los periodos más tristes de mi vida gracias a las películas de Jerry Lewis. Recuerdo que animé a mi madre a que las viéramos semanas después de que se nos fuera el hombre que más quisimos y respetamos en nuestra vida. No descubro nada nuevo si digo que fue mi padre. Mi padre como mi madre, que fue la mujer que más respeté y quise y que tampoco está ahora conmigo, me enseñaron muchas cosas que descubro ahora mientras me toco la frente, respiro y me vuelvo nostálgico porque soy consciente que cuando esto acabe, porque tendrá que acabar algún día, ya no volveré a ser el mismo. Ya no volveremos a ser los mismos.

Pero contaba que en estos días de confinamiento, con el móvil que no deja de ladrar avisos de whatsap, llamadas de la familia y amigos, he vuelto a recuperar al viejo Jerry. Las sensaciones son las mismas aunque ahora veo algo más allá de las muecas y las caras que ponía el rey de la comedia. Y pienso entonces que Jim Carrey no sería Jim Carrey si no hubiera nacido Lewis, y menciono a Carrey porque quizá sea el más exagerado de los humoristas que se ha inspirado, no mimetizado, en el actor y cineasta que protagonizó y realizó el Profesor Chiflado. El otro dìa, 16 de marzo, celebraba su cumpleaños volviendo a ver El botones, una obra redonda, con un actor y cineasta que sabe lo que hace. Un prodigio de talento inimitable.

En dìas aciagos como los que vivimos recurro también a los dibujos animados de la Warner porque también me borra cualquier asomo de tristeza que me invada como el puto corona virus invade a mis semejantes. Así que los subo a mi página Facebook con la esperanza de que otros compartan las carcajadas que me asaltan cuando veo cualquier historia protagonizada por el pato Lucas, mi favortio; o Bugs Bunny o el gallo Claudio, entre otros. Recuerdo que esos dibujos los veía con la familia en aquellos años en que la televisión era en blanco y negro y que las risas en mi casa resultaban estruendosas aunque es probable que mi memoria amplifique aquellos buenos ratos que revivo repescando sus episodios. Si uno lo piensa bien, cada corto de estos dibujos animados es el relato de un fracaso. Si quito de la lista a Bugs, que es un canalla simpático, al atolondrado de Porky, al pajarito cursilón Piolín, al Correcaminos y al ratoncito Pérez, aquel que corría como una centella, sus antagonistas como el pobre Silvestre o el Demonio de Tasmania son unos perdedores.

Los capítulos cuentan la historia de sus fracasos. Fracasos como cazadores. Siento más empatía por Silvestre (que es mi segudo personaje favorito de la Warner) que por Piolín. Estoy con el Coyote y no con el Correcaminos (bip bip) y con el pato Lucas y es verdad que con Bugs Bunny, que suele ser un ganador, en su atrápame si puedes con Elmer el cazador.

Cada uno de estos episodios es como el mito de Sísifo. Con o sin marca ACME. Es llegar a la cumbre para que la roca caiga por el lado contrario y vuelta a empezar. El Gordo y el Flaco hicieron su lectura particular en aquella escena en las suben un piano por unas escaleras.

Escribo todo esto porque me estoy escribiendo a mi mismo y quiero y deseo apartar de mi cabeza el viento enfermo que nos sacude a todos por igual. Ese viento que no distingue entre buenos y malos.

En fin, hasta aquí he llegado.

Nos vemos otro día.

Saludos, seamos felices, desde este lado del ordenador.

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