En recuerdo de Rubem Fonseca, vastas emociones y pensamientos imperfectos

Recuerdo que a Ezequiel Pérez Plasencia le gustaba mucho el libro de relatos El cobrador, de Rubem Fonseca, el escritor que nos dejó un poco más huérfanos ayer, miércoles, cuando nos enteramos de su fallecimiento… Por el contrario, yo me había acercado a la obra del escritor brasileño por sus novelas negras aunque no sé si es correcto acuñar lo de negro en la producción de un hombre que siempre fue un paso adelante del resto.

El caso es que Fonseca gustaba tanto a lectores que cultivaban con devoción de cartujo el género policíaco como a los que no. Y Ezequiel Pérez Plasencia no era de los seguidores de este tipo de literatura aunque sí que conocía a Hammett, pero era próximo a él más por las elogiosa palabras que le dedicó su admirado Albert Camus al escritor norteamericano que a sumergirse en la lectura de El halcón maltés, Cosecha roja o La llave de cristal que, a mi modesto entender, es la obra maestra de este detective privado que antes de dedicarse a la literatura trabajó a las órdenes de la patronal para reventar huelgas. Y no, no era algo que a Hammett le gustara recordar.

Tengo en casa varios libros de Rubem Fonseca. Cuando me enteré ayer de su fallecimiento los saqué de la estantería donde estaban apilados y me puse a ojearlos porque esa es una manera que tengo de recordar las sensaciones que me provocaron cuando los leí por primera vez.

No descarto ahora releer a este genial escritor brasileño que fue poco amante de dar entrevistas y salir en los papeles. Lo que quizá poca gente sepa es que don Rubem antes de ser escritor fue abogado. Alguien me dijo que también policía pero no he encontrado ese dato mientras me documentaba para escribir estas líneas que quieren servir de homenaje.

A Fonseca y a mi amigo Ezequiel Pérez Plasencia, con el que mantuve largas conversaciones sobre el escritor brasileño, los imagino dándole la brasa a don Rubem en ese otro mundo en el que recalan los escritores gigantes que no fueron reconocidos como merecían en este planeta Tierra mordido por la enfermedad.

Quien lee a Fonseca ama a Fonseca. Esta es una verdad tan grande como que estamos en casa confinados para evitar que nos pille el monstruo invisible. Repaso los libros que tengo justo a la izquierda del ordenador: El cobrador, Pasado negro, Lucía McCartney (cuentos); El gran arte, Vastas emociones y pensamientos imperfectos, Los prisioneros (cuentos) y El caso Morel.

El gran arte,
Pasado negro y Vastas emociones y pensamientos imperfectos son sus tres obras mayores aunque esto no desmerece los otros libros que escribió. Fonseca además se movía muy bien en la novela como en el cuento, lo que no suele ser habitual, pero recomendaría con mucha humildad a los interesados por conocer su trabajo que se aproximaran al escritor con El gran arte, Pasado negro y Vastas emociones y pensamientos imperfectos.

Ahora que tengo los ejemplares a mano recuerdo con agrado el momento que les dediqué hace ya tiempo. Mucho tiempo. Tanto, que ahora me parece que nunca existió ese tiempo porque entonces era anormal pensar que alguna vez podríamos llegar a la situación en la que nos encontramos ahora.

Viajé en varias ocasiones a Brasil pero nunca visité el estado en el que nació don Rubem, Minas Gerais. El escritor ubica algunos de sus libros en su tierra natal, que es un territorio gigantesco que no tiene salida al mar. Fonseca muere sin embargo en Río de Janeiro, que sí que da al mar y que quizá sea la ciudad más conocida del país, mucho más popular en nuestro imaginario carioca que Sao Pablo, Salvador de Bahía o Brasilia.

En algunos viajes que hice a ese país, cuando me atrevía a hablar brasileño que no es portugués, me preguntaban si yo era paulista por aquello del acento… En fin, conociendo más o menos un poquito Brasil, su afición a la fiesta, al carnaval y al fútbol, es natural que entre caipirinha y caipirinha mi corazón tenga desde entonces mucho de verde y amarillo que son los colores de su bandera, moteada además con un círculo azul cruzado con una banda blanca en la que se lee Ordem e progresso...

Si uno lee las novelas de Fonseca descubre, no obstante, la realidad aplastante de aquel país, ni hay orden ni progreso sino corrupción escandalosa y escalonada. Brasil, me dijo una vez uno de allí, solo se moviliza cuando hay fútbol (doy fe porque lo vi, las calles desiertas mucho antes de que apareciera el Covid-19) y carnaval… Es además el único país del mundo que he visitado donde sentí que me decía todo el tiempo que me quedara, que dejara mi pasado anclado y que comenzara una nueva vida allí, en esa tierra de verdes brillantes, música que emborracha y amaneceres que parecen que serán para siempre…

Muere Rubem Fonseca y me acuerdo de Ezequiel Pérez Plasencia hablándome atropelladamente del escritor, de los fascinantes cuentos que encontraba en El cobrador, y pienso también en mis viajes a una tierra que siempre encontré generosa. De gentes que solo le pedían una cosa a la vida: vivirla.

Rubem Fonseca falleció este miércoles en un mundo completamente diferente al que conocimos hace unas semanas. Me pregunto que pensaría mientras se lo llevaba al otro lado la Señora e imagino, permitan esta licencia, su encuentro con uno de sus reconocidos admiradores, ese Ezequiel Pérez Plasencia al que sigo echando de menos después de tantísimo tiempo…

Muere Rubem Fonseca

Muere…

Saludos, que cansino, reitero, es todo esto, desde este lado del ordenador

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