Otro sitio con encanto al que dejar morir

Kala y su mascota llegan al parque Viera y Clavijo, uno de esos sitios con encanto que han dejado morir en esta ciudad, para recorrer los jardines mientras el viejo edificio se cae a pedazos. Da un poco de grima, sobre todo porque quien ahora les escribe recuerda cómo era antes de que terminara abandonado.

Antaño, hace muchos eones como diría Lovecraft, el parque pasó a llamarse Parque Cultural Vieja y Clavijo, y con razón. Además de la iglesia neogótica, se habilitó en su parte trasera un teatro, el teatro Pérez Minik. Allí vi, entre otros, a Faemino y Cansado y todavía me duele la barriga cuando recuerdo aquella función de la risa maríaluisa que me entró viendo a esta pareja de extraterrestres del humor. Tras la iglesia neogótica que dice la Wikipedia, existía un patio con cipreses y un busto de Viera y Clavijo. Era un sitio perfecto para abastraerte del espíritu abúlico de esta capital de provincias pero no sé en qué estado se encuentra ahora, imagino que ruinoso como el resto del complejo. En la actualidad, no hay acceso posible a la recoleta plaza de los cipreces y mucho me temo que ya no tendrá ni cipreses ni el busto del pensador canario.

Si uno camina un poco más, se topará en la trasera del edificio varios escenarios al aire libre y una amplia explanada repleta de rabo de gato y una fauna variada de alimañas que parecen burlarse del pasado esplendor cultural que tuvo el Viera y Clavijo en unos años que ahora, cuando pienso en ellos, me resultan de los más anormales en estos tiempos de nueva normalidad.

Paseaba digo por los jardines que mantienen afortunadamente empleados del Ayuntamiento de la capital tinerfeña cuando Kala, que por naturaleza es bastante tímida, se aproximó a otro perro, atado éste a un banco en el que estaba sentado un caballero. Un tipo moreno y arrugado con una cerveza en la mano que me preguntó:

- ¿Sabe como se llama el perro?

- El mío Kala.- respondí.

El hombre, que estaba sentado bajo la sombra fresca de un laurel de indias, hizo un gesto de fastidio aunque percibí que también sonreía.

- No, no… el mío.

Negué con la cabeza.

- Sultán. Le puse Sultán porque me gsta el nombre.

Hablaba moviendo la mano en la que llevaba la lata de cerveza. Una lata verde.

- ¿Vive aquí?

Asintió.

- ¿Hay más gente?

Respondió que como unas catorce. Le dio un trago a la cerveza y me contó que vivía en un cuartito, con Sultán y dos gatos. Más tarde me dijo que vivía con una compañera pero no me lo dejó muy claro. Le pregunté, por el acento que tenía, de dónde era y dijo que argentino. De la provincia de Buenos Aires. Me contó también que estando en su país –aunque comentó que su pasaporte era italiano y por lo tanto miembro de la Unión Europea que se pierde– saltó a la calle con miles de compatriotas cuando Argentina ganó el Mundial de Fútbol de 1978 y que allí, en lo que fue el Parque Cultural Viera y Clavijo, residía gente de todas las nacionalidades. Los cubanos, los peores, me dijo. “Piden dinero si te hacen un favor”.

- No se dan cuenta de cómo vivimos los que estamos aquí. Solo piensan en dinero. Ya podrían volver a su país.

Los perros mientras tanto jugaban. Creo que Kala estaba a sus anchas porque Sultán estaba atado, así que se ponía a bromear con Sultán sin dejar de mover el rabo.

Le pregunté que dónde comía. Y me dijo que tenía un infernillo. ¿Y agua, tienen agua?. Había que ir a buscarla, señaló un poco fastidiado porque ya no le quedaba cerveza en la lata.

Cuando Kala se cansó de jugar, me despedí del caballero y caminé un poco más antes de abandonar aquel parque que una vez fue otra cosa. Y no, en ese momento no pensaba en la función de Faemino y Cansado.

La imagen que acompaña estas íneas está tomada de change.org.

Saludos, ruinas, solo ruinas, desde este lado del ordenador

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