La ternura del caníbal, una novela de Víctor Álamo de la Rosa

Tras pasar el fechillo (o cerrojo, como prefieran) a su ciclo de novelas de Isla Menor, Víctor Álamo de la Rosa regresa con La ternura del caníbal (Ediciones Siete Islas, 2020), libro que cierra una trilogía que, según el autor inició con Todas las personas que mueren de amor, novela por la que obtuvo el Premio Benito Pérez Armas en 2013 y continuó con El pacto de las viudas. Tres libros que, aparentemente, no tienen nada en común salvo cierto barniz fantástico que en La ternura del caníbal transita por los territorios de la distopía aunque lo que más le interesa a su autor son las relaciones de pareja y dar una explicación a lo que las condena irremediablemente al fracaso.

En este aspecto, La ternura del caníbal mantiene una continuidad con las otras dos novelas que forman parte de la trilogía, siempre según el autor, libros que salvo el primero, Todas las personas que mueren de amor, revelan a un escritor más suelto y no tan amarrado (o atado) a las complejidades del estilo.

Esto da como resultado que La ternura del caníbal sea una novela que se caracteriza entre otras cosas por un notable (e insospechado) sentido del humor, un humor corrosivo (reír es tomarse las cosas en serio, decía el músico y escritor francés Boris Vian) que vuelca en su resignado protagonista que podría llamarse Pablo.

El libro está divido en dos grandes bloques, un primero titulado Del susto y un segundo De la interferencia y consta con una Introito (para amenizar el baile) y un Epílogo (para darte un final). Llama también la atención, en contra de otras novelas del autor, el tinte de crítica social que asoma en sus páginas.

Crítica que arremete contra las clases sociales que aparecen en ese universo distópico en el que habitan los ricos y poderosos, los trabajadores y los parias de la tierra. También una horda de caníbales que reparten justicia social en una ciudad con cuatro elevadas y enigmáticas torres. Estos elementos no se sabe muy bien si son reales o ficciones de ese estado explotador que se parece tanto al nuestro pero saben captar la atención del lector, quien se deja llevar por los laberintos en los que se sumerge primero el protagonista y en la segunda mitad, Melany, la otra mitad de una naranja que se seca lentamente al sol.

Como ya hiciera con Todas las personas que mueren de amor, La ternura del caníbal reúne dos novelas en una, por lo que gustará a algunos más la primera o segunda parte del libro. En nuestro caso ha sido su primer tramo, que es donde Víctor Álamo de la Rosa deja correr su imaginación e intenta dar coherencia a ese mundo inventado con el que juega continuamente con el lector para recordarle que, a pesar de tratarse de una ficción, esa misma ficción está inspirada en hechos que podrían ser reales. La vida misma, con independencia de la ciudad y en el país en el que se viva.

En este escenario, el escritor plantea entre otros dilemas uno bastante transparente: el amor o el romance o mejor la seducción. También la convicción de que todas las épocas (o mundos) son iguales y que solo el amor es capaz de hacerlas soportables.

No obstante, y en ese universo que promete oportunidades que son mentira, Víctor Álamo insiste en destacar que solo podemos sobrevivir si hay amor. Y si en esa relación hay sexo, mucho mejor porque la cosa funciona además de proporcionar placer, lo que relaja y ayuda a ver las cosas de otra manera porque da perspectiva al quitarnos las tensiones de la vida diaria. O esa realidad demasiado cambiante.

La segunda parte toma como protagonista a Melany, la supuesta pareja del supuesto Pablo y el punto de vista anterior se fragmenta en mil pedazos. Si antes hubo asomo de crítica social, caníbales que actúan contra los poderes (una especie de espontáneos parias de la tierra que no muertos vivientes o zombis), romance y amor que queda en nada por el egoísmo sentimental de su protagonista masculino, el relato de los acontecimientos da un giro radical según la mirada femenina ya que no tiene, a mi parecer, el encanto de la primera parte. Un hecho que suele ocurrirme con otras novelas del autor pero que en La ternura del caníbal logra manejar con brío ya que propone una nueva y fresca mirada sobre el relato. Relato en el que Víctor Álamo de la Rosa se cuestiona todo lo que se ha leído hasta ese momento.

El juego, si se acepta sin condiciones las reglas, tiene hasta su gracia y sirve para reconocer el compromiso de un escritor que se mueve bien en estos espacios donde más que presentar personajes propone variaciones de sí mismo con independencia del sexo de sus protagonistas.

Melany va en busca del que podría llamarse Pablo en las torres que se erigen en el centro de una urbe que acepta todos los puedes que quieran: es una invención o es una realidad, aunque si se continúa la lectura da igual que resulte una cosa u otra porque lo que importa, más allá de dar credibilidad al atractivo escenario en el que van de un lado a otro los personajes, es contar cómo él y cómo ella viven dentro de un universo que si pertenece a alguien es a su creador. Un escritor que explora ahora otros espacios tras explotar el de Isla Menor.

Territorios, los de su nueva literatura, curiosamente, urbanos y en los que da rienda suelta no ya a sus constantes sino a su mirada como escritor. Mirada que observa con resignación a la especie humana, a las relaciones de pareja y a una acción política que no deja de ser rabiosamente radical pero también significativamente política.

Saludos, la nueva normalidad, normalidad, nueva, desde este lado del ordenador

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