El viejo Peckinpah

Sam Peckinpah (Fresno, California; 21 de febrero de 1925 – Inglewood, California; 28 de diciembre de 1984) no tuvo sangre india aunque propagó a quien quisiera escucharle que por sus venas sí que corría esa sangre. Insistió una y otra vez en la misma mentira. Puede que lo dijera y que hasta se lo creyera porque la mujer que lo cuidó en su infancia sí que fue india pero así se las gastaba el viejo Sam, ese cineasta al que unos califican como “poeta de la violencia”, relegando a un discreto segundo plano una de las constantes de su cine que no es otra que la amistad masculina. Una amistad que por una u otra razón siempre queda herida en sus películas.

Tuve la suerte enorme de descubrir a Sam Peckinpah en el cine. Y cuando escribo cine me refiero a una pantalla de cine que es como hay que ver las películas quiera o no el maldito virus que nos cambió la vida.

Recuerdo quedar abducido en el cine Numancia tras ver Grupo salvaje. Agradeceré siempre el reestreno en Yaiza Borges de Duelo en la Alta Sierra y en el Rex salir trasquilado con la chiquillada cuando se estrenó La cruz de hierro. En el cine Greco, que fue el que tenía mayor número de butacas en la isla en la que vivo, contemplé Convoy, que sigue pareciéndome la versión gamberra y motorizada de Peckinpah de un filme mítico: Río Bravo/El Dorado… Y más tarde decepcionarme mucho con el tío Sam cuando nos encerramos en la oscuridad del Greco también para visionar Clave Omega, que no, no puede ser una de Peckinpah por mucha cámara leeenta en las escenas de acción… pero sí que era una de Peckinpah. Su testamento, la película que cerraba toda una carrera que se distinguió por sus continuas peleas con los productores, los rodajes erráticos y en los que circulaba la droga y el alcohol y su amor sin barreras a un país que no fue el suyo sino el que está al otro lado de la frontera: México.

Recuerdo, como ven, casi todas las películas que vi de Sam Peckinpah en los cine de mi ciudad. Cines de pantalla única. Aún no se habían instalado las multisalas y apenas conocíamos el vídeo y mucho menos lo que vino después.

En el teatro Baudet, que estaba justo delante de la casa de mis padres el corazón casi se me sale por la boca cuando me di cuenta que el viejo Sam era un director capaz de conmoverme y provocarme profundo rechazo con la que sigo considerando es su obra maestra por personal y peckinpaniana: Quiero la cabeza de Alfredo García. Se trata de un largometraje violento, desagradable, de atmósfera sucia en la que un secundario que siempre fue un actor con todas sus letras, Warren Oates, interpreta al protagonista que debe de ejecutar y cortar la cabeza del Alfredo García que da nombre a esta enfermiza historia de amistad masculina. Warren Oates, uno de los actores habituales del cine de Sam, es el encargado de ejecutar y transportar la cabeza de García a la mansión de un rico hacendado que no es otro que el Indio Fernández. Por el camino conoce a una preciosa mexicana, Isela Vega, a la que maltratan dos motoristas, uno de ellos otro habitual en la corte de Peckinpah, Kris Kristofferson, mientras lo persigue una pareja de asesinos de equívoca sexualidad. Oates lleva una chaqueta blanca y de algodón y se pasa más de la mitad del metraje con una gafas de sol que no dejan ver sus ojos. Interpreta y Sam lo descubre demasiado tarde, al mismo Sam Peckinpah.

En el Cinema Victoria, que estaba debajo del Baudet, descubrí otra de Sam Peckinpah que me dejó traspuesto: Junior Bonner, que si tiene violencia es la de los jinetes que montan caballos en los rodeos del sur de los Estados Unidos; La huida, que me iluminó también en el Greco (¿o fue en el Rex?) y Perros de paja que descubrí también en pantalla grande. Las dos primeras están protagonizadas por el rey del cool: Steve McQueen, la tercera por un actor nada Peckinpah pero que se adapta como un guante al universo Peckinpah: Dustin Hoffman.

Los otros filmes que conforman su filmografía, Mayor Dundee, La balada de Cable Hogue, Pat Garret y Billy the Kid los conocí gracias a la televisión. Como Los aristócratas del crimen, que no es que sea el mejor Peckinpah pero tiene su gracia y algo de la fascinación que rodea al cine de un cineasta al que le hicieron la vida imposible y que se hizo así mismo la vida imposible.

Lo lamento por Gonzalo Suárez que cuenta en un artículo que publicó en su día la revista Casablanca (probablemente una de las mejores revistas de cine que se han publicado en este país desde que el cine es cine) con el título de Mi perro hermano indio pero no, el viejo Sam, como dije, no tenía sangre apache. O cherokee o sioux corriendo por sus venas. Tuvo, eso sí, mala suerte como cineasta para rodar. Aunque pudo hacerlo con un puñado de películas en las que revela toda su extraordinaria grandeza. Algo de esa chispa se detecta también en sus películas menores, cintas que no parecen de Peckinpah salvo cuando aparece de repente un destello de su genio, de su vitalidad, de su manera de ver y entender eso que una vez conocimos como cine.

Sí, tal día como hoy nació San Peckinpah. Y sí, fue y sigue siendo nuestro perro hermano ¿indio?

Saludos, salud, desde este lado del ordenador

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