La eterna sonrisa de William Holden

No fue hasta su encuentro con el cineasta Billy Wilder cuando la carrera cinematográfica de William Holden (William Franklin Beedle Jr.; O’Fallon, Illinois, 17 de abril de 1918-Los Ángeles, California, 16 de noviembre de 1981) cambió de tercio. De la noche a la mañana y gracias a su primera colaboración juntos, El crepúsculo de los dioses, William Holden se había especializado en interpretar papeles de chico guapo que reforzaba con una irresistible sonrisa (demonios, qué sonrisa tenía) a la que puso fin al interpretar al guionista sin ideas que se pone a trabajar y a vivir de prestado en la mansión de Norma Desmond, una vieja gloria del cine silente y casi un fantasma en ese cine sonoro que se le ha quedado pequeño.

William Holden volvió a trabajar a las órdenes de Wilder en otras tres películas más. A mi, personalmente, me gusta mucho en Traidor en el infierno, en la que interpreta a un cínico oficial del ejército norteamericano recluido con otros en un campo de prisioneros alemán durante la II Guerra Mundial. También rodaría a las órdenes de Billy Wilder Sabrina (¿verdad que es romántico?) y Fedora, que es otra mirada a la industria del cine del cineasta de origen austrohúngaro, en esta ocasión inspirado por una novela corta del sobresaliente escritor y también actor, Tom Tryon.

Pero fue a partir de El crepúsculo de los dioses cuando los profesionales y el público descubrieron que Holden además de ser un buen chico podía ser un chico malo. O al menos tremendamente individualista capaz de derretir a sus contrarios fueras hombres o mujeres con su, se reitera, desarmante sonrisa.

A partir de ese momento comenzaron a proponerle papeles más atractivos, personajes que prácticamente monopolizan largometrajes como Picnic (donde la química con Kim Novak todavía hace derretir la pantalla); La colina del adiós, Los puentes de Toko-Ri, El mundo de Susie Won y dos cintas, entre otras muchas, que forman parte irrenunciable de mi memoria cinéfila. O esas películas que reviso de tanto en tanto para confirmar qué grande fue el cine. Me refiero, cómo no, a El puente sobre Kwai y Misión de audaces. La primera bajo las órdenes de David Lean y la segunda de John Ford. En ambas cintas, William Holden se mide ante dos actores muy distintos pero igual de grandes en pantalla: Alec Guiness y John Wayne. La sombra de los dos, sin embargo, no oscurece para nada la interpretación de Holden, un tipo que se forjó como actor en el cine. Que aprendió a ser otro gracias al cine.

La carrera del actor dibuja en los años sesenta una filmografía muy irregular aunque tanta sangre, sudor y lágrimas mereció la pena al llegar 1969, año de una de sus grandes películas como de su director, “mi perro hermano indio” Sam Peckinpah.

La película fue Grupo salvaje y los que tuvimos la suerte de verla en un cine (en mi caso de reestreno en el Numancia, en la capital tinerfeña) fue como descubrir a otro actor y a otro cine. No pueden imaginarse lo que me marcó este western que respira todas las constantes de la filmografía pecknpaniana al mismo tiempo que cuenta con uno de los trabajos más maduros y seguros de sí mismos de su protagonista, William Holden.

Grupo salvaje es una historia crepuscular en todo su sentido. Fin de una época, fin de una amistad, ‘desperados’ que se redimen cuando toca rescatar a un compañero… México como otro país, otro mundo. Tierra donde fríos mercenarios pueden retroceder a su infancia… infancia que entre sus juegos incluye observar cómo un escorpión es devorado por un ejército de hormigas (qué metáfora, recórcholis) y, cómo no, la irresistible aunque ahora y más que nunca cansada sonrisa de William Holden

La carrera del actor prosiguió en los años setenta mientras en los mentideros de Hollywood se comentaba a voces el alcoholismo que embargaba al actor. Quienes lo conocieron aseguran, sin embargo, que la ebriedad de Holden resultaba simpática y no la furiosa que le entra a muchos cuando se acostumbran a libar todo el santo día.

En esta década lo pueden ver en Network, que es un filme que no aguanta bien el paso del tiempo; Damien: Omen II, una digna continuación que que no hace olvidar a La profecía, aquella cinta de terror que narraba la llegada del mismísimo Satanás a La Tierra; la ya mencionada Fedora y como secundario de lujo en Ashanti, que se basa en Ébano, una novela de aventuras del tinerfeño Alberto Vázquez Figueroa y El coloso en llamas, entre otras.

Su último trabajo, su testamento como actor, fue S.O.B., siglas que en España tradujeron por aquello de la censura como Sois (h)Onrados Bandidos y que en inglés responde a Son Of a Bitch. Quizá no sea una de las mejores comedias de Blake Edwards, su director, aunque personalmente me sigue gustando esta película pese a que el paso de los años le haya hecho mella. Vaya tallando en su celuloide las cicatrices de la vejez. Todavía recuerdo donde la vi, y si lo recuerdo además de por la cinta es porque fue con alguien muy, pero que muy especial en el Teatro Baudet, hoy un cine desaparecido pero que aún se encuentra cerrado en la por aquel entonces avenida del general Mola, hoy de las Islas Canarias.

La muerte de William Holden en circunstancias muy desgraciadas y que por desgraciadas no me apetece contar, puso fin a una carrera con sus altos y con sus bajos pero reveló también la profesionalidad de un actor que pronto se convirtió en estrella aunque no se sintiera muy cómodo interpretando este papel en la vida real… Es probable que muchos no lo recuerden hoy y que para otros sea uno más en la constelación de gigantes que contribuyeron a forjar el cine americano cuando el cine era eso mismo cine, pero William Holden sigue siendo un caso aparte. Un tipo que hizo prácticamente de todo acompañándolo siempre con su única e irrepetible sonrisa.

Saludos, hip, hip, hip hurrah, desde este lado del ordenador

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