El niño de la tienda de telas, relatos de Jesús Ibrahim Chamali

“En las tardes de los domingos, el tiempo pasaba más lentamente en la casa del niño de la tienda de telas. Era como si el segundero del reloj, llegado el mediodía, empezara a caminar de manera más pausada, como si él también quisiera estirar al máximo las horas que quedaban de día festivo. Sobre todo en verano”.

(El descastado, El niño de la tienda de telas, Jesús Ibrahim Chamali, Puentepalo, 2021)

Lector ante que escritor, no resulta extraño que Jesús Ibrahim Chamali demorara su salto al otro lado de la literatura, el de la creación, tras años y años de lecturas quiero creer que compulsivas cuando cae la noche y cantan los grillos.

Con su primer libro, El niño de la tienda de telas, deja sobradas muestras de lo que promete en una carrera literaria que apenas inicia, cultivando un género tan difícil como es el relato corto, género que utiliza como herramienta a través de la cual dejar rienda suelta a su imaginario. Un imaginario que se vuelca en contar historias sobre su infancia en la capital grancanaria, una ciudad que aparece como protagonista secundario entre este abanico de recuerdos que Ibrahim Chamali desgrana en ocasiones con el delicado temple de un orfebre.

No se tratan de cuentos retorcidos, de relatos que no llevan a ninguna parte, una tendencia ésta que estoy encontrándome en lo último que he leído escrito y publicado en estas tierras abandonada de la mano de los dioses sino, más bien al contrario, de pequeñas y delicadas piezas que rezuman por los cuatro costados nostalgia. Nostalgia por un tiempo pasado, nostalgia de cuándo éramos niños y todo parecía más complicado, sí, pero también más sencillo por contradictorio que resulte.

La infancia y la adolescencia de ese niño de la tienda de telas cuaja por lo tanto en las narraciones que arman un libro que en aparente desorden sí que guarda una poderosa coherencia interna. El lector se siente además identificado con las experiencias reales e imaginarias que vive el protagonistas de estos relatos y a veces incluso puede llegar a pensar que eso mismo que narra el escritor también lo vivió él no de idéntica manera pero sí con un parecido revelador. Casi parece que la sensación de vivir es prácticamente la misma si las condiciones en las que desarrollamos nuestra niñez y adolescencia se asemejan. Aunque el protagonista de estas historias no tenga mucho que ver conmigo, sí que me roza lo que siente hacia un universo que el tiempo se llevó.

Ya lo advierte con una de las citas que abre el libro, muy conocida por otro lado de Rainer Maria Rilke: “La verdadera patria del hombre es la infancia”.

Y sobre la infancia del niño de la tienda de telas se habla en este libro modesto, breve en páginas, pero directo en contar recuerdos de un tiempo que no sé si fue mejor pero seguro que más feliz. Es lo que tiene la niñez, esa capacidad por olvidar al minuto siguiente todo lo malo aunque queden rastros sombríos en una memoria que intenta echar tierra sobre todo lo negativo que sale al paso en esta carrera de obstáculos que es la existencia. La vida.

El niño de la tienda de telas se presentó hace unas semanas en la capital grancanaria y cuenta la edición con un prólogo personal y esclarecedor del también escritor Emilio González Déniz. Se escribe esclarecedor porque el prologuista es consciente que no tiene que explicar nada porque los cuentos ya se explican por sí mismos; personal porque sus opiniones sobre este libro de apenas medio centenar de páginas dan una visión atractiva de cómo González Déniz entiende estos relatos que, vistos con perspectiva y más como un todo que como historias independientes, forman un sobresaliente fresco de cómo vive un niño de familia de clase media la infancia en una capital de provincias.

Los amigos, las primeras novias, el anhelo por ser reconocido. También, cómo no, la figura del padre y de la madre, la de una familia que se esfuerza por dar todo lo que ellos no tuvieron a sus descendientes.

En ocasiones, y en contra de lo que aseguraba José Luis de Vilallonga en algunas de sus memorias, la nostalgia no es un error. Menos cuando, como hace Jesús Ibrahim Chamali, la recupera en una serie de estampas en las que se desnuda con mucho pudor ante el lector. Y se escribe desnuda porque revela las inseguridades que se siente siendo un niño que tiene aficiones que no son las comunes entre los que tienen su misma edad. En el caso de Ibrahim Chamali su amor ya temprano por los libros, por sumergirse en la evasión que provoca la lectura.

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un libro que se lee con gozosa rapidez. También la invitación que tiende para que se relea una y dos veces si se quieren encontrar claves que quizá pasaron desapercibidas en una primera lectura.
Tomaré muy en cuenta la que espero sea una carrera literaria prometedora la que ahora inicia Jesús Ibrahim Chamali con este libro que hace evocar otro tiempo, otro mundo. Otra realidad que, por desgracia, terminó siendo devorada por el paso de los años. Como escribe el escritor en La silla vieja, ese momento de la vida en el que descubres que “la tienda de telas iba dejando de ser ese sitio divertido donde el tiempo se detenía. Según iba creciendo, el niño iba notando que su pequeño mundo se quedaba cada vez más pequeño y que se sentía menos cómodo en él; que ese espacio lleno de aventuras, más imaginarias que reales, se convertía en un lugar triste donde el polvo acre, que se le pegaba como una segunda piel, y el aburrimiento de las tareas repetitivas, iban ganando la partida a todo lo demás”.

Saludos, sean felices, desde este lado del ordenador

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