M. El hombre de la providencia, un libro de Antonio Scurati

“Pero no podemos detenernos ahí. La fascistización ha de impregnar la escuela, la administración pública, la prensa, el poder judicial, la diplomacia, el ejército. No solo ministros fascistas, sino también prefectos fascistas, diplomáticos fascistas, sindicalistas fascistas. La magistratura empieza a doblegarse: en la apertura del año judicial de mil novecientos veintisiete, el fiscal general Appiani afirma que ‘la tarea del juez es aplicar las leyes del Estado interpretándolas según el espíritu que las subyace’. Es decir, el espíritu fascista”.

(M. El hombre de la providencia, Antonio Scurati. Traductor: Carlos Gumpert, Alfaguara, 2021)

Hemos tenido que esperar un año para la segunda entrega de lo que se anuncia trilogía M, de Antonio Scurati. Si el primer tomo llevó el título genérico de Un hombre del siglo, su continuación responde a El hombre de la providencia y, contando ya los días para poder acceder a su tercer y último volumen, hacernos una idea de lo que fue el fascismo y el hombre que lo creó, Benito Mussolini, un hijo de provincias con orígenes políticos socialistas que tras se expulsado del partido por querer participar como soldado en la I Guerra Mundial -él, que fue objetor de conciencia y se exilió a Suiza para escapar del servicio militar obligatorio– logró reunir en torno a su figura y un credo primitivo y violento a los excombatientes de aquella guerra en una Italia arruinada tras el conflicto pese a ser una de las potencias aliadas que derrotó a la triple alianza.

El hombre de la providencia, el segundo gran libro de sobre el fascismo y su fundador, Benito Mussolini, repasa desde 1925 a 1932 la evolución de un régimen que toma el poder en 1921 e indaga en las contradicciones de un movimiento que terminó convirtiéndose en partido al mismo tiempo que traicionaba su ideario político. El libro revela cómo era el funcionamiento interno de esta organización y cómo el nuevo sistema relegó a un segundo plano todo signo de democracia, comenzando por la desaparición de formaciones políticas que apostaron por seguirles el juego o declaradas fuera de la ley como sucedió con los partidos de izquierda.

La clave del libro, sin embargo, está en observar qué fuerzas y tendencias se daban a un lado y al otro dentro del mismo partido fascista, cómo hubo un ala de extrema derecha con las manos manchadas de sangre, entre otras la del diputado socialista Giacomo Matteotti, asesinado por escuadrista en plena calle y asesinos que apenas cumplieron condenas de cárcel, y un lado de izquierdas que abogaba por aplicar políticas “demasiado progresistas” para los camisas negras de primera hora, los que marcharon con Mussolini hasta Roma y tomaron el poder de las manos de un rey pusilánime.

Esa manera chusca de hacer política, trufada de eslóganes que dan escalofríos (creer, obedecer, combatir) y de cómo se escogía a unos y condenaban a otros dentro del mismo partido, el Partido Fascista, resulta lo más llamativo de esta segunda entrega al poner de manifiesto que los fascistas no estaban unidos y que su manera de hacer política, hasta ese momento revolucionaria por combinar violencia y demagogia para justificar sus fines, ha llegado a nuestros días solo que con sus lógicas matizaciones. Donde antaño se reventaban redacciones de periódicos o se pegaban brutales palizas en las calles, donde antes se hablaba y se hablaba de ideas que no germinaron en ninguna cosa salvo cierta suerte corporativa que más que enriquecer terminó por arruinar al país, hoy han sido sustituidas por la marginación y el silencio al rebelde mientras que la mentira más descarada ha terminado por instalarse y transformar donde antes había discurso demagógico con algo de ideología.

En este aspecto, casi parece que Scurati quiere decir que el fascismo, que efectivamente perdió la guerra, ha ido conquistando la paz durante la democracia asumiendo distinto pelaje, siempre siguiendo las modas, mimetizando las frustraciones de una mayoría silenciosa que ha dejado de ir a votar porque ya no cree en sus representantes políticos y sí presta atención a los hombres y mujeres que manejan un discurso popular y tramposo, reduccionista y siempre, como leiv motiv, amigo de buscarse un enemigo al que acusar de todas las cosas.

Para los fascistas ese enemigo fueron primero los comunistas y más tarde, en plena germanización, los judíos lo que entró en contradicción con un movimiento que en un principio admitió a hombres y mujeres de esta raza en sus filas, alguno de ellos llegando a ocupar altos cargos de responsabilidad.

Construida como un gigantesco fresco en torno a un hombre que supo explotar las bajas pasiones de todo un país, el libro de Scurati no hubiera decepcionado a maestros como Stefan Zweig o Emil Ludwig, este último autor de un libro de entrevista con el hombre, con esa M mayúscula que da título a los dos primeros volúmenes de una trilogía que habla con distancia de una realidad que asoló a Italia durante algo más de veinte años, y movimiento luego partido que llegó a encandilar a grandes figuras políticas de su tiempo como Winston Churchill, quien elogió el régimen mussoliniano no solo por conseguir que los trenes llegaran a su hora en Italia.

Hablar del iniciador de la política moderna, del primero que utilizó las herramientas democráticas para ocupar un espacio político y luego doblegarlas para conquistar el Estado con un ejército de camisas negras confluyendo a Roma desde todas partes de Italia, marca las pautas de un libro que, al margen de lectores con cierta idea sobre el personaje y aquel periodo de la Historia, interesará también a los que se acerquen por primera vez a la vida y obra de Mussolini y su ejército de gorilas que se hacían llamar unos a otros camaradas. También es un aviso sobre lo que nos puede venir encima si no sabemos leer las advertencias que tanto la extrema izquierda como la extrema derecha están trabajando. Y discurso en el que coinciden los que se encuentran en los extremos más alejados de polo político. Da miedo. Como miedo da leer lo que hizo un hombre y los suyos para alcanzar y mantenerse luego con uñas y dientes en el poder.

Ya conocemos la historia y no creo que a estas alturas a nadie le guste su final.

Saludos, lo que hay que aguantar… A mi edad, desde este lado del ordenador

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