Stan Laurel, el flaco

Stan Laurel, nombre artístico de Arthur Stanley Jefferson (Ulverston, Lancashire, Reino Unido, 16 de junio de 1890-Los Ángeles, 23 de febrero de 1965) fue durante muchos años la pareja cinematográfica de Oliver Hardy en numerosos cortos y largometrajes que todavía hoy se ven más que con risa boba, con risa sabia porque detrás de los elaborados gags que salpican estos filmes hay un trabajo de cálculo que explica que todavía la mayoría de las situaciones que plantean provoquen no ya la risamaríaluisa sino la carcajada más profunda que no es otra que la que arranca del estómago y sale por la boca como una explosión.

Un boom que contagia al resto que, vale, pueden no conocer a estos dos amigos del alma que no dejan de molestarse en pantalla pero que llega, les llega, sumándose al coro griego de los que, como quien ahora les escribe, siente cuando ve una película protagonizada por estos dos. El Gordo y el Flaco, que es como se conocían en el desgraciado país en el que nací y en el que todavía vivo.

Stan Laurel fue el arquitecto, el hombre que aprovechó la energía atómica que surgía cuando se juntaba con Hardy para crear las escenas cómicas que los hicieron famosos y eternos gracias a ese arte hoy tan devaluado como es el cine.

Y fue tanto su éxito, siempre juntos nunca por separados, que incluso el notable escritor argentino Osvaldo Soriano lo utilizó como protagonista en una novela inolvidable en la que además de rendir homenajes al género policíaco y en concreto a Philip Marlowe, el detective romántico de Raymond Chandler, también tributa emocionado panegírico a Stan Laurel y a un Hollywood que a mi me parece ya no existe.

¿Título del libro? Triste, solitario y final.

Stan Laurel llegó al cine cuando éste se encontraba en pañales y recaló en la ciudad del pecado con otro actor que en aquellos años todavía era un perfecto desconocido, Charles Chaplin. Trabajó también como guionista, creador de gags y lo que le pusieran por delante hasta que un buen día se topó con el hombre de su vida: Oliver Hardy. Luego el productor y director Hal Roach se fijó en estos dos y el resto es Historia. Historia con H mayúscula. A mi me encantan porque me siguen sorprendiendo en Hijos del desierto (1933) así como en Laurel y Hardy, en el oeste (1937), que son películas que tengo la suerte de seguir viendo con las voces originales de ambos porque solían doblar ellos mismos sus películas.

Afortunadamente hay más cortos y largos en sus filmografía que es de esas a las que apenas araña el paso arácnido del tiempo. Les invito a que las vean y a que lloren de la risa porque hay que llorar, sí, pero de alegría. Y eso lo consiguen tanto el gordo y el flaco como el flaco y el gordo.

Contrastado entonces que Stan Laurel fue genio y figura hasta la sepultura me quedó con una frase de las muchas ingeniosas que dio a lo largo de su carrera:

“Si alguno de vosotros llora en mi funeral, no volveré a hablaros jamás”.

Y, así lo aseguran todas las fuentes consultadas, efectivamente no volvió a hablar con nadie más cuando estuvo bajo dos metros bajo tierra.

Y ahora les dejo que ya va siendo hora…

Aprovecharé el rato para ver una película de el Gordo y el Flaco y, si hay suerte, morirme de la risa con ellos dos… Claro que, así escrito, “morirme de la risa” parece más un chiste malo. Una bromita a la que falta chicha o limoná y sobre todo la inteligencia de un Stan Laurel, el flaco de El Gordo y el Flaco. Una pareja que, desafiando al mismísimo Sísifo, demostró que una piano puede ser la famosa piedra que se sube para ver como cae por el otro lado de la cuesta, en este caso escalera y vuelta a empezar. Y empezar y empezar porque la vida, ya lo dice la canción, es rodar, rodar y rodar. Y vaya si hizo, hicieron, eso de rodar, rodar y rodar primero el flaco y después el Gordo y el Flaco.

Millones de gracias.

Saludos, me quito el bombín, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta