Los gigantes no andan solos



William Wyler
(Mulhouse —hoy Francia, entonces Alemania—, 1 de julio de 1902 – Los Ángeles, 27 de julio de 1981) fue, es y será uno de los más grandes cineastas del cine norteamericano de todos los tiempos.

Su filmografía debería de estudiarse con la atención que se merece y si bien ha sido reivindicado por un puñado de fanáticos entre los que me encuentro, no termina de ocupar un espacio en ese canon donde gravitan otros grandes directores como John Ford y Alfred Hitchcock.

Los aficionados le debemos a Wyler un magnífico western, Horizontes de grandeza, que es esa película donde el cineasta de afilada mirada rinde homenaje a un paisano antes de que este país, España, se fuera al carajo, Francisco de Goya, en una escena que, personalmente, me parece de las más bellas de la Historia del Cine: en un plano general, Gregory Peck y Charlton Heston miden sus diferencias a puñetazos que el espectador otea y escucha en la distancia porque nos encontramos en un lejano territorio cuyo horizonte solo puede ser de grandeza…

William Wyler se manejó muy bien en el drama y, en contra de otros compañeros de generación, supo dar carácter al reparto femenino. Bette Davis es la protagonista absoluta de Jezabel con permiso de Henry Fonda y su gótica versión de Cumbres borrascosas continúa siendo la mejor adaptación al cine de la inmortal novela de Emily Bronté con una gigantesca Merle Oberon invisibilizando al mismísimo Laurence Olivier, inolvidable Heathcliff por otra parte.

Wyler, que sirvió en la fuerza aérea durante la II Guerra Mundial y experiencia que dio origen a un ejemplar trabajo propagandístico titulado Memphis Belle, la fortaleza volante que surca los cielos de Europa, es autor de dos grandes películas sobre aquel periodo y sus secuelas como son La señora Miniver, largometraje que contribuyó a que Estados Unidos entrara en guerra y Los mejores años de nuestra vida, un filme que narra la vuelta a casa de los veteranos de aquel conflicto.

Otros filmes del maestro son La heredera, La carta, La calumnia y una de romanos que ha terminado con el tiempo en convertirse en la película de romanos: Ben-Hur. Tuvo tiempo, en el otoño de su carrera, de dirigir una desarmante película de terror psicológico y romance enfermizo, El coleccionista, y de firmar una deliciosa comedia de altos vuelos, Cómo robar un millón y… así como un musical que adoran los aficionados de Barbra Streisand, Funny Girl.

William Wyler trabajó con Olivia Mary de Havilland (Tokio, 1 de julio de 1916-París, 26 de julio de 2020) en La heredera, una de las mejores adaptaciones que se han realizado sobre una novela de Henry James, uno de esos escritores que deberíamos de leer (o releer) una vez al año.

La actriz, que falleció en 2020 a la friolera edad de 104 años, comenzó su carrera como compañera cinematográfica de Errol Flynn en una serie de películas que, al menos para quien les escribe ahora, ocupan un espacio muy importante de su memoria cinéfila aunque muchos la recordarán por su papel de Melanie Hamilton en Lo que el viento se llevó, que es esa película que ahora quieren mutilar por racista, que lo es.

Hermana de Joan Fontaine, con quien no se llevaba bien cuentan las malas lenguas pero que no es verdad tampoco, son muchos los dimes y diretes que se han escrito en torno a una actriz que supo amoldarse a toda clase de papeles. Ya en el otoño de su carrera, está inmensa en Canción de cuna para un cadáver, a las órdenes de uno de los mejores y más ácidos cineastas norteamericanos de todos los tiempos, Robert Aldrich.

En cuanto a Charles Laughton (Scarborough, 1 de julio de 1899 – Los Ángeles, 15 de diciembre de 1962) poco que decir ya que a su obra me remito. El caso, sin embargo, es singular porque además de ser uno de los mejores intérpretes de su tiempo, cuenta con una sola película como director a la que el paso del tiempo en vez de empequeñecer engrandece como es La noche del cazador.

Como actor a mi me encanta como profesor chiflado en la maravillosa por oscura La isla de las almas perdidas, una adaptación de La isla del dr. Moreau, de H.G. Wells; también como diabólico capitán Bligh en Motín a bordo y en las biográficas aunque ya viejunas La vida privada de Enrique VIII y Rembrandt.

Creo que sin él y su ya legendario grito de ¡¡¡Chadwick!!! La posada de Jamaica, de Alfred Hitchcock, no sería la misma película y que gracias, precisamente, a él, todavía se me pone la piel de gallina cuando dicta su discurso sobre la libertad en Esta tierra es mía a las órdenes de Jean Renoir, que sabía de esto y muchas cosas más.

Afortunadamente, la carrera cinematográfica de Laughton fue extensa y está salpicada de obras eternas, cito títulos de memoria: El reloj asesino, El proceso Paradine, otra vez con Hithccok; Testigo de cargo (Billy Wilder adapta un relato corto de Agatha Christie); Espartaco y Tempestad sobre Washington, que fue su último trabajo.

Me dejo muchas otras películas en la que su presencia dignifica materiales que quizá no lo fueran tanto, pero no es nuestra intención las de agobiarles con una relación de trabajos donde resulta difícil desprenderse de alguno de ellos porque en todos Charles Laughton les imprimió la misma credibilidad.

Vaya trío, por cierto, al que rendimos improvisado homenaje en el día de hoy. Un 1 de abril que demuestra que los gigantes no andan solos.

En las imágenes, William Wyler y Olivia de Havilland para una tarta el día de su cumpleaños durante una pausa de rodaje de La heredera (1949) y Charles Laughton como el inolvidable senador Tiberio Sempronio Graco en Espartaco (Stanley Kubrick, 1960).

Saludos, qué grandes es el cine, a veces, desde este lado del ordenador

One Response to “Los gigantes no andan solos”

  1. DANIEL LEÓN LACAVE Says:

    Calle sin Salida de Wyler. Para mí, mi película favorita de todos los tiempos.
    No es la mejor película de la historia. Puede ser. Pero es mi película.

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