El señor Wilder y yo, una novela de Jonathan Coe

“Cuando volvimos al hotel, pedimos las llaves de nuestras habitaciones (la suya era la 313, y la mía la 422), pero en el ascensor él miró mi llave y dijo:

– No creo que te haga falta esta noche.

Y luego…

Bueno, se cuenta que Billy dijo una vez (de un modo bastante grosero, supongo) que “Ernst Lutbitsch podía conseguir más con una puerta cerrada que la mayoría de los directores con una bragueta abierta”. Así que ahora debo seguir la técnica del maestro y cerrar la puerta de la habitación 313, suave pero decididamente, sobre lo que ocurrió a continuación”.

(El señor Wilde y yo, Jonathan Coe. Traducción: Javier Lacruz, Panorama de narrativas, Anagrama, 2022)

El cineasta español Fernando Trueba se lo dedicó a Dios cuando recogió el Oscar a la Mejor Película Extranjera por Belle Époqueen la edición de 1993 y cuentan que él mismo Dios, un Dios que nació en Austria, Viena, el 22 de junio de 1906, contactó con él para que se conocieran personalmente. El resultado de ese encuentro se publicó en un diario de tirada nacional y no decía nada nuevo sobre el trato cariñoso que dispensaba Billy Wilder a sus amigos y admiradores en privado.

Y de Billy Wilder en privado se ocupa El señor Wilder y yo (Panorama de Narrativas, Anagrama, 2022), una novela sentimental sobre la vejez y el cine que escribe con admirable pulso narrativo Jonathan Coe, uno de esos escritores británicos que se han preocupado en reflejar la situación actual de su país aunque en esta novela su mirada se centra en otras cosas, como la relación de una joven compositora con el director de El apartamento y su guionista I. A. L. Diamond. Estos tres personajes, uno ficticio y dos reales, son los protagonistas de un relato que se mete rápidamente en el bolsillo a los aficionados al cine y, cómo no, a los seguidores de Dios, Billy Wilder, a quien se retrata como un hombre sumamente amable y con finísimo sentido del humor, ese mismo humor que supo tan bien trasladar a la pantalla aunque en el ocaso de su carrera, y El señor Wilder y yo gira en torno a los últimos años de vida profesional del cineasta, cometió equivocaciones, la principal no darse cuenta que los tiempos habían cambiado.

La novela se desarrolla en gran parte durante el rodaje de una de las últimas películas que firmó Billy Wilder, Fedora, un filme que fracasó en taquilla y que no es uno de los grandes trabajos en su filmografía. Basado en una novela corta del actor Tom Tyron (autor de una fascinante novela de terror psicológico, El otro), Fedora cuenta la historia de una actriz retirada que no ha perdido su belleza. Inspirada en la vida de Greta Garbo, Wilder intentó radiografiar el Hollywood de aquellos años, finales de los setenta, con una mirada clásica que ya no resultaba fácil a la nueva generación de espectadores que aplaudían en masa éxitos taquilleros como Tiburón, de Steven Spielgerg. Spielberg es la gran sombra que se cierne sobre las esperanzas de recuperar su carrera, plagada de éxitos por otra parte, de Wilder, quien acaricia la idea de adaptar la novela La lista de Schindler, que llevaría más tarde al cine el director de Encuentros en la tercera fase, y versión que vio el propio Wilder.

Coe describe ese momento, cuando Billy ve La lista de Schindler, de Spielberg, en uno de los capítulos más conmovedores de un libro agradecido no solo con el cineasta sino también con quien se convirtió en su leal pareja creativa, el guionista I. A. L. Diamond, quien acoge bajo su ala a la protagonista de la novela, Calista Frangopoulou, que es la que cuenta en primera persona esta historia de cine, pero no de cine dentro de cine, que también, sino de las relaciones que se tejen en una industria llamada al entretenimiento y en la que participaron con éxito dos hombres excepcionales (Wilder y Diamond) al que el paso de los tiempos han superado solo que el cineasta hace que no lo sabe mientras que su guionista no evade la realidad.

Escrita con un lenguaje sencillo, sin entusiasmos experimentalistas, El señor Wilder y yo es una novela que no tiene muchas ambiciones salvo la de ser un enternecedor homenaje a la carrera de dos artistas que hicieron tanto por un arte que hoy ya no es lo que fue.

Jonathan Coe, que se han informado bastante sobre el rodaje de Fedora y sobre quiénes fueron Wilder y Diamond (el libro incluye en sus páginas finales una extensa bibliografía que usó el escritor para dar credibilidad a la historia) se detiene en ocasiones para contarnos la vida de la protagonista, sus primeros devaneos amorosos y cómo se introduce en el mundo del cine donde teje una cariñosa relación sentimental con dos hombres muy inteligentes y excepcionales que le doblan la edad.

Esta relación, que tiene mucho de paterno filial, es continuamente interrumpida por el rodaje de una película que ya desde su inicio estaba condenada al fracaso, como los senderos sentimentales que emprende su protagonista al sumergirse en un universo, el del cine, que le resulta fascinante pero que al final descubre que es igual de humano que cualquier otro trabajo.

He disfrutado mucho con esta historia, y no solo por el amor que siente y sabe transmitir el autor de la novela hacia Wilder y Diamond, sino por el realismo casi poético con el que narra una relación que a medida que se va desarrollando en las páginas de la novela va creciendo en intensidad. Calista Frangopoulou, que no sabe nada de cine en un principio, irá aprendiendo lo que no es otra cosa que un arte cuando se encuentra ante un hombre que –no solo para Fernando Trueba– demuestra que Dios existe.

Saludos, gracias a Dios, desde este lado del ordenador

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