“Me vino la idea de que aún teníamos colonias”

Escritor y pintor, de Santiago Rusiñol se puede decir que jugó en literatura a ser un poquito frívolo aunque esa frivolidad se transforme en De Barcelona al Plata, un viaje a la Argentina de 1910 en una deliciosa sátira hacia tierra desconocida. Es tal la sorpresa que no el asombro lo que describe que hace inevitable la sonrisa cuando se lo lee. El escritor explota todos los recursos de la ironía. Pero una ironía con guasa, de esa que provoca un placentero por tonto enfado.

De Barcelona al Plata se reeditó a finales de los años 80 en la colección Biblioteca Grandes Viajeros, una iniciativa de Ediciones B. El libro escrito en catalán fue traducido al castellano por Xavier Moret, autor también del prólogo, y en sus páginas, cuenta como antes de llegar al continente americano, el barco hace escala en Santa Cruz de Tenerife. Momento que aprovecha Santiago Rusiñol para hacer una descripción deliciosamente demoledora de aquella capital tinerfeña de 1910, hace ya más de un siglo, y que ocupa un capítulo entero, el tercero para ser más exactos, de la obra.

“Santa Cruz es un grupito de casas que parecen bajar de la montaña y detenerse junto al mar. Es una ciudad completamente rubia: las casas, con tonos de pergamino; los tejados, de encuadernación; los muros, de ancla oxidada. Por entre las casas asoman las plantaciones de plátanos y, entre los plátanos, las ventanas, todas pintadas de tonos de sol: verde, azul claro, azul mar, rosa de piel de granada, pero como si todos esos colores los hubieran rociado de oro. Un pueblo con esos tintes que sólo tienen las islas”.

El barco en el que viaja Santiago Rusiñol rumbo a la capital Argentina, lleva el nombre de Argentina, navío que se detiene frente a la ciudad, “cerca de muchos otros trasatlánticos, y un remolcador nos lleva a tierra”.

“Al entrar en la población todo es pequeño, limpio, ordenado, con olor a colada. Las tiendas parecen juguetes que tienen para entretenerse, y da la impresión de que no quieren clientes para que no se les ensucien las baldosas. Las aceras son lisas y limpias, y el forastero no se atreve a pasar por ellas por miedo a estropearlas. Aquí y allá se ven pequeños patios que son como cajas de juguete. Y persianitas y postigos. Y chimeneas sin humo, para no ensuciar el tejado.. Y en medio de todo esto, una gran plaza, lisa y limpia como una azotea: una plaza de las islas, para oír el ruido del mar y para tomar el sol y amodorrarse”.

Rusiñol se sorprende durante su recorrido de no encontrarse a nadie por las calles, aunque pronto, escribe, descubre la razón: “Pasaba un entierro… (casi iba a decir que habíamos tenido la suerte de ver un entierro) y en la comitiva iban todos, sin contar al muerto que también estaba. Como era persona oficial según los símbolos de la caja, le seguían todos los elementos, y al ver a tanta autoridad –todos con levita y sombreros de copa–, no sé por qué me vino la idea de que aún teníamos colonias”.

¿La razón? La razón no es otra que “En la comitiva iban treinta gobernadores, treinta señores con cara de serlo, intendentes de eso, delegados de aquello, empleados de todos los ramos de todo tipo de oficios… Y cuando había pasado, las calles quedaban desiertas, y no se veía más vistas que el centellear de unos ojos negros, encendidos como lucecitas detrás de las persianas verdes.

La vida estaba abajo: en el puerto”.

El texto deja su tono desenfadado a medida que su estancia en la capital tinerfeña termina. Ese es el momento en que el protagonista, ya de noche y estando en la cubierta del barco, observa las luces de los muelles y se produce un efecto que “no lo olvidaremos jamás. A medida que se acercaba la noche de arriba, de abajo, de todas partes fueron surgiendo puntos de luz, azules, verdes, rojos, de todos los colores”. El libro continúa contando la travesía del Argentina hasta que llega a destino, la ciudad de Buenos Aires, que tras destripar con su mirada regresa de nuevo a Barcelona dejando atrás “a los amigos que se quedan”.

La pintura de Santiago Rusiñol estuvo muy influida por los impresionistas y tiene temática paisajista, tanto rural como urbana, retratos y composiciones simbólicas de inspiración modernista. Entre sus obras más destacadas figuran La morfina y La medalla, ambas de 1894.

En su obra literaria, siempre en catalán, se incluyen poemas en prosa (Oracions, 1897), dramas como L’alegria que passa (1898), Cigales y formigues (1901), La bona gent (1906) y novelas como L’auca del senyor Esteve (1907) y El català de La Mancha (1917).

Saludos, EXIGIMOS QUE EL GOBIERNO DE CANARIAS EXPLIQUE PORQUE NO PODEMOS VER LOS CATÁLOGOS CANARIAS EN CORTO 2021 Y 2022, desde este lado del ordenador

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