La casa de mi padre, una novela que no es novela sino una casa, de Pablo Acosta

“Supongo que la gran pregunta sin respuesta es por qué hiciste lo que hiciste en el estudio a los cincuenta años. Alucinaría (o no) sabiendo las cosas que me explica la gente. Mitologías que ponen punto y final a tu persona. No hace falta pensar nada más; la que más me gusta es la que te explica como un extraterrestre: ‘Tu padre era un marciano: nunca encontró la forma de vivir entre nosotros. O que eras un homosexual reprimido, o que sufrías de personalidad múltiple, o que nunca superaste como te trataba tu madre, o que eras demasiado inteligente para los psiquiatras que te visitaban, que te visitaban, que estabas muy solo, que bebías mucho, etcétera”.

(La casa de mi padre, Pablo Acosta, Hurtado y Ortega Editores, 2022)

Llego a La casa de mi padre, de Pablo Acosta, por mediación de un amigo lector. Se trata de una de esas recomendaciones que dan en el clavo, el autor, además, nació en Tenerife aunque desde hace más de veinte años vive en Barcelona. Es especialista en Literatura mística medieval femenina y ahora autor de un sobresaliente libro que, advierte, no es un libro “es una casa”. Y casa es, efectivamente La casa de mi padre, un itinerario en el que se mezclan recuerdos con la vocación de reflexionar sobre el papel de su protagonista que puede ser el autor mismo.

A medida que uno entra como invitado no sé si inoportuno en este libro que no es una novela sino una casa, me asaltan emociones primero dispersas, una dispersión que se va disolviendo porque La casa de mi padre te atrapa sin que uno apenas lo perciba. Y una vez encerrado en sus páginas participe en esta historia cuajada de frases que azuzan e incluso noquean. Por el camino, se mencionan algunas lecturas del protagonista (En busca del tiempo perdido, de Proust, es una de ellas) y evoca ciertos fragmentos de su relación con el padre que conmueve porque más de uno la habrá vivido también.

El libro además de ser tremendamente interesante y original está construido con materiales sólidos y se aprecia que detrás hay un escritor que cuenta con un método y un discurso.

El relato se inicia con unos Criterios de construcción que explican este libro que no es una novela sino una casa y es aquí donde dice: “Anécdotas hay muchas encerradas en aquella casa lejana, pero elegiré cuáles quiero conservar en esta”. Y más adelante: “Esta casa me habita: en ella viví de niño (gordo)” para concluir que desea “extraerla de mi mente”.

El recorrido continúa. Se invita a entrar en la casa y una vez dentro, el protagonista se desnuda y describe sus emociones y las sensaciones que lo asaltan cuando ya nada parece que lo ate a esa casa. Del recibidor pasamos (guiándonos por un plano que ilustra algunas de las páginas) a otras habitaciones de la casa. Que no está habitada salvo por los recuerdos de quien ahora nos guía.

La manera que ha tenido el escritor de contarnos esta experiencia me evoca cierto goticismo que ya apenas se practica, y contiene una densidad textual que se digiere con bastante soltura porque no resulta cargante ni fuera de lugar. Prevalece siempre la voluntad de contar, y aquí se cuenta la relación de quien nos habla de su padre (lo descubrirán si leen este libro que no es novela) y más como telón de fondo, de su madre y su hermano.

Visitando otras habitaciones, como el dormitorio, el estudio, “mi cuarto”, el salón y la terraza, entre otras, se revelan otros momentos de su existencia, como los que vivió en la isla antes de trasladarse a Barcelona.

“Una madrugada de mi último año en la isla, llegando de fiesta acompañado de una compañera de clase (morena, oscura, sombra de ojos y litros de rimel) saqué algunos tomos de una enciclopedia para aplanar un póster que había traído enrollado. La casa estaba vacía y solo habíamos encendido el flexo de la mesa del estudio: sería un momento, pronto nos quitaríamos la ropa que apestaba a tabaco y conciertos e iríamos a la cama”.

El anfitrión mantiene un diálogo constante con el lector, lo que hace que el acercamiento sea más consciente. Un ejemplo: “Salgamos de nuevo. Cerremos la puerta” mientras continúa esta visita por una casa que es, ya lo habrán observado, el gran protagonista de una novela que en apenas más de un centenar de páginas le da para contar muchas, muchas cosas. Y alguna de ellas parecidas si no iguales a las que uno puede pasar.

En La casa de mi padre se aprecian los mimbres del gran escritor que es Pablo Acosta, una voz insólita en el panorama actual de las letras que se escriben en este país no solo por su extrema originalidad sino también por el poso que respira su literatura, que resulta exquisita por la forma en cómo está escrita y también por la forma que lo utiliza para narrar y contar lo que nos cuenta y narra en cada una de las habitaciones que no capítulos del libro. Dice el autor que se trata además del “primer texto que publica más allá de la academia” y bendito sea este debut porque dispara mi entusiasmo por conocer nuevos escritos en los que Pablo Acosta vaya o no más lejos que con La casa de mi padre, me consta que no me va a defraudar. De momento deja este pequeño regalo que edita con cuidadoso mimo H&O Editores. Así que están tardando si no tienen ya un ejemplar de este libro que no es una novela sino una casa. La casa de mi padre.

Saludos, muy agradecido, desde este lado del ordenador

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