Juan Galarza, Calasanz y la nave que va

Recuerdo que en casa de mis padres había una acuarela de Juan Galarza en la que aparecía una bailaora y un bailaor. El trazo era fuerte, y las figuras muy estilizadas parecían que iban a bailar toda la eternidad en aquel lienzo en blanco.

Estudiando en el San José de Calasanz, allá en Geneto, aquellos edificios prefabricados entre una fábrica de gas y un cuartel del ejército (recuerdo que durante unos meses nos obligaron a pasar el recreo en el que llamábamos patio de abajo (en vez de tierra, picón) que estaba cerrado porque varios compañeros habían sufrido en el de arriba el impacto de balas perdidas de las prácticas de tiro que se hacía en la instalación militar), Juan Galarza, o Galarza a secas que era y es cómo lo conocíamos a él y después a sus hijos, los Galarza, me dio clase de artes plásticas y guardo de él como profesor algunos recuerdos que no guardo de otros profesores (no profesoras, eran otros tiempos) que tuve la suerte o la desgracia de que me dieran clases en el Calasanz, aquel colegio en el que estábamos en régimen de semi interno. Es decir, uno llegaba por la mañana en las guaguas, cuyo logotipo si no recuerdo mal había diseñado Galarza, al menos los de TransMersa o algo así, te colocaban en filas y a entrar en clase. Luego se comía en el comedor una comida que tenías que comértela por cojones ya que si no, te daban dos cogotazos en la nuca, más tarde recreo, que duraba unas dos horas y pico y vuelta a clase para salir ya la tarde/noche rumbo a casa y así día sí y día no…

El caso es que en aquella clase de Pretecnología el profe, Juan Galarza, nos ordenó dibujar como ejercicio un camión de diez ruedas (no valía ponerle cinco y decir que la otra mitad estaba por el lado que no se veía en el dibujo) y clases de modelado con arcilla que a mi me encantaba porque ¿a qué niño y a qué adulto que no ha dejado de ser niño no le gusta pringarse las manos con barro?

La cosa es que había examen y tenían que traer una pieza elaborada. Mis compañeros hicieron de todo (vasos, cubos, cuadrados incluso un intento de jarrón) mientras que a mi solo me salían abstracciones, pegotes de arcilla que formaban capas sobre otras capas y así hasta el infinito…

El profesor fue pasando por los pupitres para ver el resultado de nuestro trabajo y cuando se puso a mi altura me preguntó qué demonios tenía entre las manos.

Y lo que tenía entre las manos era un imposible. Una nada que, inspiración del momento, respondí que se trataba de un marciano.

¿Un marciano? Respondió Galarza con una sonrisa.

Un marciano.- respondí ahora ya con aplastante seguridad.

Y me aprobó. Debió de hacerle gracia o quizá, lo que no creo, premió mi originalidad.

Después, más tarde, cuando me fui del Calasanz (cómo recuerdo los bocadillos de chorizo de perro que vendían en el bar… Y los de queso con chorizo de perro y aquel pan crujiente de Geneto, ñam, ñam) descubrí que Galarza era el autor de varios carteles del Carnaval de la pequeña y algo tontaina capital de provincias en la que vivo pero el paso del tiempo, la obligación de hacerte mayor, hizo que su figura y esos recuerdos que ahora transcribo se apagaran con lentitud aunque hoy han vuetlo como un tropel a mi cabeza cuando me entero que ayer, 26 de mayo, falleció el artista, el maestro, a la respetable edad de 91 años.

Mi padre y mi madre, que fueron dos personas ejemplares, siempre le tuvieron simpatía, creo que porque el artista nació en Cádiz, que fue la tierra de mi madre, aunque en su caso se vino siendo muy niño a Santa Cruz de Tenerife que no tiene nada que ver con Cádiz, que es una ciudad donde además de comerse el mejor pescaíto frito del mundo, tiene un sentido del humor que ya quisiéramos a este lado del Atlántico.

Comparen de hecho lo que cantan las chirigotas y las murgas. Los primeros casi parecen los coros de los niños de Viena con respecto a los segundos. Y todo eso interpretando canciones que encienden los colores que llevamos dentro (las chirigotas) u obligan a que nos tapemos los oídos en el caso de las murgas, pero eso es otra historia.

El caso es que ha muerto Juan Galarza, y en el chat que mantengo aunque no participe con ex alumnos del San José de Calasanz, la mayoría lo recuerda ahora con esa nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Claro que entonces éramos niños, y todo parecía más lento y también más grande cuando no existía en tu cabeza la posibilidad de que tu mundo se iba a desvanecer. Luego creces y te das cuenta de lo equivocado que estabas pero así son las cosas. Y entre esas cosas, la de ese pasado que me construye y que desaparecerá conmigo cuando deje de estar vivo.

Juan Galarza es un personaje que forma parte de mi recuerdo, de mi memoria, de esta vida que como aquel trasatlántico que decía Bierce, hace ya mucho tiempo que navega por el mar sin ver tierra donde atracar. Y con todo, atraviesa tormentas o va a la deriva cuando no sopla el viento. El caso es que siempre la nave va… Y cómo va.

Saludos, descanse en paz, desde este lado del ordenador

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