Mel Brooks… ¡Es bueno ser rey!

Mel Brooks saltó a la fama tras el estreno de El jovencito Frankenstein, que sigue siendo la mejor película de una filmografía, la suya, irregular pero siempre entregada al humor. Otros filmes del cineasta son Los productores, La última locura y Sillas de montar calientes , trabajos que se tratan en la mayoría de los casos de parodias algo chuscas de géneros cinematográficos diversos como el western, el terror clásico de la universal (insistió con Drácula, un muerto muy contento y felzi), el cine de Alfred Hitchcock con Máxima ansiedad y la ciencia ficción en Spaceball o La loca guerra de las galaxias, donde sin pulir su sentido de la comedia (tampoco le hacía falta) se ríe de La guerra de las galaxias, un filme que después de su estreno cambió nuestra percepción del género.

El caso es que Mel Brooks, un cineasta que sufre en muchas de sus películas de peligrosos ataques de narcisismo no solo por protagonizar las que dirige sino por atreverse a reinterpretar clásicos que debería de haber dejado en paz como To be or not to be de E. Lubitsch (un cineasta cuyo humor se encuentra en las antípodas del de Brooks) escribe su autobiografía en la que repasa más de setenta años de carrera al servicio del humor, narrando sus inicios en la industria de la televisión en el show de Cyd Caesar; el momento en que nace uno de sus personajes más inolvidables en la pequeña pantalla, El súperagente 86 y su debut en la pantalla grande con Los productores, que años más tarde terminaría convirtiéndose en una de las comedias musicales más vistas en Broadway y Las doce sillas, una película en la que ya se avistaban las características en las que recluyó su filmografía posterior y que culminó en esa deliciosa pero parodia grotesca del cine del oeste que es Sillas de montar calientes aunque no sería hasta el éxito de El jovencito Frankenstein –en la que rinde homenaje no solo al clásico de James Whale de 1931 sino a todo el cine de terror que salió de la Universal en aquella década– la película que lo consagraría definitivamente al mostrar a los que ponían el dinero (productores) y el que lo daba (el público) su peculiar y enloquecida manera de entender el cine.

De todas estas y del resto de filmes que conforman su filmografía habla Brooks en ¡Todo sobre mi!. Mis memorables gestas en el universo mundo del espectáculo, un libro que edita en España con mucho mimo la editorial Libros del Kultrum, y páginas en las que el cineasta se suelta el pelo para contar anécdotas de rodaje, problemas con los productores y algunas de las estrellas, lo que quiso a su mujer, la actriz Ann Bancroft, y lo que ama a su familia.

Quién quiera otro tipo de material como descubrir el lado más humano y menos cinematográfico de la estrella un consejo: este no es su libro. A Mel Brooks no le interesa desnudarse sino mantener viva la imagen de un tipo con talento para hacer reír que se hizo un espacio en la comedia. También es, y así lo cuenta, un enamorado de la canción. Mel Brooks cuenta, de hecho, con algunas canciones memorables, entre otras ese divertido rap que se marca como Hitler en To be or not to be, que no es una de sus mejores películas ya que no logra hacernos olvidar el ilustre precedente en el que se inspira.

Para los aficionados que busquen un libro que solo tenga la misión de entretener y con el que descubrir algunos de los pasos que tuvo que seguir este hombre de teatro y de cine para llegar al lugar que hoy ocupa en la industria, este sí que será su libro aunque, se reitera, poca información va a sacar de un artista que cuando irrumpió puso patas arriba el género en su país y por extensión en el resto del mundo porque, y esto no lo dice el cineasta sino nosotros, cuando llega al cine Mel Brooks rompe con lo que se entendía hasta ese momento como comedía cinematográfica. Él supo amoldarla y darle ese carácter Mel Brooks que las hace tan identificables. Sus películas son muy locas y absurdas pero una locura sin el espíritu demoledor que emana de la de los hermano Marx. Brooks le añadió en todo caso una mirada gamberra y a veces facilona.

Una mirada que sentó escuela y que se explotó sin refinamiento alguno años más tarde en películas de clave paródica como Aterriza como puedas y rizando el rizo Top Secret, dirigidas por el trío David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker. Por cierto judíos como Brooks.

En el libro, el cineasta, escritor y actor habla de un humor judío que sabe reírse de los demás porque sabe reírse de sí mismo. Es verdad que no lo transmite en ocasiones con películas como La loca historia del mundo ni ¡Qué asco de vida! una fallida puesta al día de Los viajes de Sullivan (Preston Sturges, 1941) o Spaceball, donde el director y su equipo de guionistas apostó más por la caricatura que por la parodia.

En el libro el cineasta rememora todas estas experiencias cinematográficas, cita a casi todo sus amigos (a los que quiere con todo el alma) y reivindica su origen, lo que explica su empeño por ridiculizar a Adolf Hitler.

¡Todo sobre mi! es un libro de Mel Brooks, un cómico que creó un subgénero dentro de la comedia, y un tipo con un enorme talento para hacer reír. La impresión que uno saca cuando termina de leer estas memorias es la de recomendar a futuros lectores que lleguen a ellas si conocen el cine de Brooks. Si este no fuera el caso y se siente deprimido, le invitaría también a que disfrutara de su lectura ya que esta palabra, depresión, no existe en el diccionario de su autor, un cómico que hoy puede decir con la cabeza muy alta y al modo de su paródica versión de Luis XVI en La loca historia del mundo: “¡qué bueno es ser rey!”

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