Pablo Acosta: “Todo lo que cuento ocurrió (¡vaya que si ocurrió!), pero ha sido deformado”

Este libro es una casa pero la casa también es este libro así que este libro y esta casa tienen un nombre y su nombre es La casa de mi padre, de Pablo Acosta, escritor nacido en La Laguna aunque reside desde hace veinte años en Barcelona.

Con esta obra, breve pero densa, Acosta sorprendió el año pasado y consiguió algo muy difícil en este país, que la crítica prácticamente coincidiera en celebrar la aparición de un libro desconcertante que hace seguir con especial atención la trayectoria de un autor que con su primer trabajo “no académico” hace augurar el inicio de una carrera literaria que obliga a su seguimiento. Y es que no es nada fácil lo que logra el escritor con esta casa que es un libro o este libro que es una casa, conmover y, al mismo tiempo, producir inquietud. Miedo cuando se accede a cada una de las habitaciones de la casa de “mi padre”.

Pablo Acosta es investigador postdoctoral María Zambrano, actividad en la que ahora está tratando de trazar la genealogía del sermón visionario desde el Libro del conorte de la abadesa Juana de la Cruz (c. 1509). Especialista en literatura mística medieval, el escritor se encuentra en estos momentos trabajando en nuevas obras de ficción, una de las cuales podría ser La casa de mi madre, libro que “llegará cuando tenga que llegar, pero sé que esta vez el proceso será más corto y que, sobre todo, hablaré sobre La Laguna como paisaje interior, porque para mí mi madre es sus calles”, anuncia Pablo Acosta.

- La casa de mi padre es su primer libro publicado al margen de los académicos. ¿Cuál es su origen, que le animó a escribirla?

“Siempre he defendido que para mí existen dos literaturas: aquella que surge de la necesidad (que es la que, en general, me interesa) y una escritura más de oficio, en la que la persona que escribe controla más su contenido, estructura de una manera consciente el texto, crea, en fin, un producto consumible para un público. Aquí está la novela al uso (que también disfruto tremendamente). Sé que hay zonas grises entre ambas formas y creo que en La casa de mi padre conviven los dos impulsos. El que está en su núcleo fue la necesidad de escribir que surgía, arrebatadora, en ciertos momentos durante mi primera década en Barcelona. Escribía porque había muerto mi padre en Tenerife y me dolía, y necesitaba entender. Ese fue el primer paso, inconsciente. Muchos años después, volví a esos textos (que nunca habían cesado de crecer), los estructuré y los narrativicé en una etapa en la que ya era consciente de que esos materiales compondrían un libro que la gente leería”.

- ¿Por qué reproduce en el libro el plano de las habitaciones de la casa? ¿Es un libro o es una casa?

“Es una casa hecha de palabras. También es un libro que puedes agarrar entre las manos, cuyas páginas puedes palpar, pero mi intención va más allá de eso. Quiero que la persona que lo lee cree la casa de mi padre en su mente, para que pueda imaginar (en sentido fuerte) qué es lo que ocurrió allí dentro. De ahí que el plano del piso se reproduzca en la cubierta, se vaya repitiendo en las páginas interiores y su descripción sea lo que vehicula la narración. Como seres humanos somos capaces de hacer eso, de recrear dentro de nosotros un espacio que no hemos visto nunca, de sentir dentro de él (de tocar lo que hay allí dentro, de saber cómo huele) y de recordarlo para siempre. Sé que esta casa ya habita dentro de muchas personas y también sé que esas personas son capaces lo recorren, incluso en momentos de inconsciencia. Es una casa”.

- ¿Cuánto hay de realidad y de ficción en La casa de mi padre?

“No creo que haya que hacer una distinción neta entre ambos términos. Cualquier hecho de la realidad tiene que pasar por el filtro del lenguaje para ser transmitido a otros. Y ahí los recursos son comunes para el periodismo, las crónicas, las biografías o las novelas. Todo lo que cuento ocurrió (¡vaya que si ocurrió!), pero ha sido deformado, primero por mi memoria y, después, por la escritura misma, que es una forma de realidad diferente”.

- Hubo alguna habitación de la casa que le costará mayor esfuerzo –por doloroso a la hora de escribirlo– cuando se disponía a adentrarse en ella? ¿Por qué?

“La única estancia a la que se vuelve dos veces durante el relato es el estudio y en el plano está manchada con sangre”.

- El cine y la música son elementos constantes en el libro… ¿Qué influencias reconoce?

La casa de mi padre está llena de referencias fundamentales para mí, de referentes conscientes, porque formaron parte de la historia que cuento (por ejemplo la banda sonora del libro, el Disintegration de The Cure, que mi padre me regaló en vinilo, o En busca del tiempo perdido, cuyo séptimo volumen me encontré en su habitación). Las obras que nombro me acompañan y me permiten pensar el mundo y el pasado. Y esa es la función que también tienen en el libro.

Después, hay otras influencias que he reconocido solo tras la publicación (sobre todo, tras las lecturas de otros). Son estos ecos, que suponen la incorporación orgánica de otras voces a mi lenguaje, donde mi escritura toma la densidad casi matérica que tiene en La casa. Algunos ecos que me han señalado últimamente podrían ser: una escena de Claus y Lucas, de Agota Kristof, en un breve recurso al final del libro; Lovecraft y la literatura de terror (el miedo, como dijo un buen lector hace poco, “empapa” todo el texto), Borges y “Asterión”, Perec en La vida instrucciones de uso, cuando alude a las novelas policiacas, crea ese suspense de alguna forma, y después no lo resuelve nunca… Recuerde que el narrador encuentra un revólver en una de las estancias”.

- ¿Para cuándo La casa de mi madre?

Estoy en ello, pero no lo quiero forzar. Creo que en La casa de mi padre se siente una intensidad especial, que tiene su origen en la necesidad con la que la escribí. La desesperación, el dolor, la duda y la incertidumbre no son solo retóricos en el libro (que también), sino que fueron vividos y trasvasados allí, construidos como una casa. Hay mucho de ejercicio interior en el texto, como dijo Victoria Cirlot en la crítica que escribió, y, en ese sentido, La casa de mi madre no es un producto que pueda calcular. Llegará cuando tenga que llegar, pero sé que esta vez el proceso será más corto y que, sobre todo, hablaré sobre La Laguna como paisaje interior, porque para mí mi madre es sus calles”.

- Leo que reside en la ciudad de Barcelona desde hace más de veinte años, ¿cómo se observan las islas desde la distancia?

“Hablo sobre mi relación con las islas en La casa, donde ciudades como precisamente La Laguna se narran no desde el realismo, sino desde la memoria y las imágenes del inconsciente. Mi percepción ha cambiado con el tiempo. Aunque en las islas viviera gente a la que amaba, durante muchos años solo quería estar lejos por todo lo que había pasado allí. Ahora sé que, de alguna forma, es el único lugar al que podré volver, si debo volver a algún lugar algún día. Más allá de la interioridad, ahora mismo percibo las islas como un lugar en peligro. Cada vez que vuelvo veo cómo se están degradando, masificando y vendiendo con una velocidad que, de verdad, me da miedo y mucha pena. Las siento como un territorio que siempre ha sido frágil, pero que ahora mismo que está siendo depredado acelerada y brutalmente”.

- Es especialista en literatura en literatura medieval, ¿qué pueden encontrar los lectores del siglo XXI en esta literatura?

“Pensar el mundo desde otro lugar. La Edad Media está lo suficientemente lejos como para que la podamos percibir desde la extrañeza y podamos pensarnos desde el otro. Acercarse a lo que se cantaba en las cortes de Occitania en el siglo XIII, a cómo se concebía el universo desde la Commedia de Dante o a los modos de vida de las beguinas te hace percibir no solo la literatura actual, sino también tu propia realidad histórica, como parte de una tradición, de un flujo que siempre está transformándose. También creo que el estudio de las literaturas antiguas puede decelerar este ritmo brutal en el que vivimos, dándole la espalda y ayudándonos a mirar dentro de nosotros mismos. Sé cómo suena, pero el cuidado de sí (la cura sui) debería ser implícito a la lectura”.

- ¿Le condicionaron sus conocimientos en este tipo de literatura a la hora de escribir La casa de mi padre?

“Sí, soy la persona que soy gracias a mis estudios, a los que, por suerte, puedo dedicarles gran parte de mi tiempo. Cuando escribo siento de que estoy aplicando visiones de la escritura (la escritura como conformación de un cuerpo, por ejemplo, el inscribir como herir el soporte en el que se escribe, como dejo ver la frase citada en la contraportada) y esto lo confirmo después, cuando corrijo o releo. No creo que pudiese ser de otra manera: esos discursos han calado en mí de una manera profunda, me han impregnado”.

- La crítica ha recibido con elogios La casa de mi padre, ¿le produce vértigo o le anima a mejorar en próximas obras?

“Para mí es un privilegio que ciertas personas hayan escrito ciertas cosas sobre mi libro, pero lo que ocurra con mis obra futura hipotética no puede preocuparme”.

Saludos, desde mi casa al mundo, desde este lado del ordenador

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