Un vagamundo español

Si uno lo ve en fotografías lo podría comparar con el ayudante de Sherlock Holmes, el doctor Watson, aunque de inglés Ciro Bayo tuvo lo que se dice poco, afortunadamente, y se escribe lo de afortunadamente porque así lo confirma una literatura que leída hoy quizá resulte rancia a los que no se enamoran de las evoluciones del lenguaje pero que asombrará a los más porque sus libros continúan resultando novedosos, especiales y de una actualidad capaz de derrumbar las murallas de Jericó.

El caso es que Ciro Bayo ha pasado a la Historia de la literatura españolas con letra mayúscula. Primero como bohemio, uno de aquellos juntaletras que más que buscarse la vida, sableaban a amigos y enemigos para seguir un día más en el mundo. Luego, está su faceta como uno de los iniciadores de lo que se conoce como literatura de viajes que sigue siendo un género que no termina por fructificar en este país hasta hace relativamente poco tiempo.

El caso es que leyendo un libro como Lazarillo españo; guía de vagos en tierras de España, por un peregrino industrioso que publicó en la noche de los tiempos la editorial Austral, uno se percata del estilo que caracterizó su trabajo. Yo me atrevería a decir que se adelantó a lo que hoy se conoce como nuevo periodismo y su variante extravagante, el periodismo gonzo. En el caso de Ciro Bayo, y en una obra como la que nos interesa, su Lazarillo español, se observa que además de un estilo literario que hace que no se borre la sonrisa en tu boca, la historia que cuenta (una historia presumo donde realidad y ficción basculan en busca del equilibrio perfecto) aproxime a lectores que no son de su siglo, del siglo de Ciro Bayo, a una España hoy poco reconocible, esa es la verdad, aunque en lo más profundo de este país todavía se encuentren algunos de los especímenes humanos que tan bien supo retratar este periodista y escritor madrileño que hizo de la noche su casa y del día la mejor hora para descansar y dormir.

En Lazarillo español Ciro Bayo cuenta su deambular por las tierras de España donde más que dar impresiones del paisaje las da sobre sus gentes. En su andar por esos caminos de Dios, Ciro Bayo va con lo puesto, es decir, como un indigente que a medida que avanza por los caminos va perdiendo cualquier rastro civilizado que pudiera tener antes de iniciar esta aventura. Se convierte así el narrador en protagonista de su relato, un vagamundo que no es lo mismo que un vagabundo. Bayo, llo explica. Él es de los que vaga, de los que se deja llevar por la corriente del destino. No es de los que caminan porque tienen claro su destino.

Eso sí, el escritor y periodista deambula con la mirada puesta siempre en el horizonte y nunca mirando al suelo. Es un dato éste que se molesta en recordar a lo largo de un libro divertidísimo, en el que sale a relucir el buen corazón de un hombre que no tiene nada salvo entusiasmo por vivir. Y tal es ese entusiasmo que son capaces de hasta darle la camiseta a otro si creen que lo necesita porque ese mismo otro está más necesitado que él.

Le sucede al protagonista a lo largo de este periplo por las tierras de España. El trayecto comienza en Madrid, ciudad en la que nació Bayo, para recorrer a continuación los campoos de Andalucía y el levante, hasta llegar a una Cataluña que se escribía en aquellos años así: Cataluña.

En su errar por esos mundos conoce a gente de todo tipo y pelaje, y duerme al raso cuando no hay suerte o en albergues para pobres. En cuanto a los alimentos, se los procura en las iglesias y los conventos ya que pasea con un documento en el que el Estado insta a quien lo lea (a la autoridad también) que se trata de un hombre que tiene derecho a cobijo y comidas en su andar por una España todavía demasiado metida en el siglo anterior.

No hay crítica sin embargo al desorden de un país que recién entreba en el XX, por lo que no mete el dedo en la llaga en las miserias de una nación a la que todavía le cuesta sacudirse el yugo de las miserias seculares que caracterizan a España como nación.

Si que se encuentra por el camino con bandidos que piden perdón cuando le roban lo poco que tiene el pobre vagamundo que no deja de recordarnos que es Bayo, quien también cuenta sus tropiezos con la autoridad, que encarna la Guardia Civil, y con sacerdores que saben latín como sabe latín el mismo Bayo. Pero si hay algún paisanaje al que eleva a la categoría de mito el escritor y periodista ese es el que encarna el pueblo llano, aquel que lo recibe con puertas abiertas y le da lo poco que tiene.

Lazarillo español es la historia de un hidalgo del tipo de don Quijote, solo que el que encarna Bayo no combate contra molinos ni contra nada. Él solo camina y ve y escucha (es notable su capacidad de escuchar) y comparte. Su Lazarillo se convierte así no en un pícaro que sablea para sobrevivir sino en un hombre que vaga por esa España profunda en la que late aún el espíritu de un país que comenzaba a entrar (es verdad que a trancas y barrancas) en un nuevo siglo. De ahí lo de vagamundo y no vagabundo. De ahí lo de caminante no hay camino se hace camino al andar.

Saludos, seguimos con Bayo, desde este lado del ordenador

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