Cabos sueltos, un libro de Benito Romero

Es un libro distinto y por ello singular no solo en el panorama de las letras que se escriben a este lado del Atlántico sino también en el resto del territorio nacional, muy poco proclive a experimentos literarios porque guste o disguste, casi siempre ha sido conservador en cuanto a fórmulas extrañas se refiere para disfrute de unos (aquí estamos) y escándalo de otros, que son los de siempre y no por ello igual o más de impacientes.

Benito Romero era hasta el día de ayer un activo integrante de esa fantasmagórica red social que se conoce como Facebook y un notable escribidor de aforismos en una tierra donde dicen que se lee poco y mal. Junto a Sergio García Clemente y Bruno Mesa, entre otros, Romero cultiva este género literario que nada a medio camino entre el microrrelato y la adivinanza, y estilo breve con el que hacer reflexionar al lector fue lo que practicó en vida Ramón Gómez de la Serna, aunque el inventó una forma de escribir y de observar la realidad muy particular e intransferible a las que llamó greguerías, y que recomiendo que visiten si algún día rondan por sus cabezas pensamientos esquivos, esos que están envenenados y que tienen la facultad de ramificarse por todos los lados para que entre tanta ramas perdamos de vista el sendero por el que transitamos.

Cabos sueltos (ediciones Camelot, 2023) es el título de este nuevo trabajo de Benito Romero solo que ahora renuncia (imaginamos que momentáneamente) al sutil arte del aforismo para meterse de lleno en el microrrelato y el… aforismo, así al menos se lee en la contraportada del libro aunque no me muestre muy de acuerdo con esta descripción de contenidos.

El libro está dividido en dos partes, y cada parte recoge a su vez capítulos (si se les puede llamar así) que titula Metamorfosis, Tránsito y Ocaso y en la segunda mitad Nimiedades mínimas, Nimiedades medianas y Nimiedades máximas.

Fragmentos de conversaciones pilladas al vuelo en la Universidad conforman los contenidos de Metamorfosis. Se tratan de pequeños diálogos o reflexiones que escribe Benito Romero con la intención de hacernos sonreír aunque esta sonrisa no resulte para nada inocente, en todo caso es bastante canalla. En especial la que tuvo el autor cuando escribió estos párrafos y como la tiene el lector que descubre que este juego que propone no es una nadería sino una bomba de relojería aunque su precisión no sea suiza, precisamente.

En Tránsito, estos apuntes que escucha de “oído” son “casuales” diálogos que captura en la calle o en el bar, más o menos los mismos escenarios que aparecen en Ocaso, solo que aquí el escenario es solo el marco, el lugar que advierte para situar al lector.

La segunda parte, la de las Nimiedades, podría entenderse como la más aforística de un libro que no tenía, al menos es mi sensación, esa intención. Con todo, estos bocados diminutos se leen con el mismo agrado con el que uno devora un canapé delicadamente realizado.

El libro reúne algunos de los comentarios y frases que “coge de la calle” el autor en su diario deambular por esta ciudad de provincias en la que vive y en la que vivo: Santa Cruz de Tenerife, y en estas pequeñas narraciones, de no más de dos líneas, acaso cuatro o cinco más en otros, se perfila a un autor con oído, dotado con ese talento que tanto aprecian los norteamericanos que es el de escribir diálogos creíbles y coloquiales. Ese arte tan difícil que hace que cuando los lees parezcan recogidos de la calle, en una de esas conversaciones cuyos fragmentos coges al vuelo cuando andas muy metido en tus cosas…

He aquí algunos ejemplos que espero que ilustren lo que decimos:

“CLASE de Filosofía de 1º de Bachillerato:
PROFESOR.- ¿Por qué piensan que Dios estuvo tan presente durante la Edad Media?
ALUMNA.- ¿Por qué no existía Internet?”

Al margen del oído de su autor, que lo tiene, este libro tiene algo más. De lo que conozco de la trayectoria de Benito Romero Cabos sueltos más que proporcionar cabos precisamente sueltos es un libro que tiene su orden a pesar de su aparente desorden. Contribuye a que se tenga esa sensación no solo que esté dividido en dos partes sino la propia selección de textos, todos ellos caracterizados por la capacidad de mimetismo que tiene el autor a la hora de escribir estos pedazos de aparente “realidad”. Conversaciones sueltas que se pillan al vuelo en el vagón del tranvía o tomándose un café en la barra de un bar. Lo que hace luego con todo este material, en algunos casos filosofía en su estado más primigenio, es transcribirlo y subirlo a Facebook, a la espera de likes.

Es un curioso juego intelectual el que quiere darnos Benito Romero en este libro, y uno de ellos, quizá el principal (esa es mi lectura) es dejar registro de las nadas cotidianas, de esos retazos de conversaciones que ya no se perderán al ser reconocidas y es probable que mejoradas por este cazador de frases. Por este depredador de frases que con o sin sustancia son víctimas todas ellas de la realidad. Un peso, este de la realidad, que hace presión a lo largo y ancho de un libro que, ya ven, apenas deja cabos sueltos.

Saludos, nubes, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta