La estrella amarilla del inspector Sadorski, una novela de Romain Slocombe

La aparición de Léon Sadorski en la literatura negra y criminal es una de las más afortunada creaciones que nos viene de Francia, un país que tiene buen gusto para este tipo de literatura, y la que le abrió las puertas y de paso prestigio al género negro norteamericano en Europa. Todo muy francés porque francés fue también lo de traer al viejo continente el jazz y el cine de Hollywood (fue la crítica francesa la que llamó maestros a cineastas británicos y norteamericanos como Hitchcock, Ford, Hawks y Lang, entre otros).

Creado por Romain Slocombe las peripecias de este policía muy de su tiempo, los años 40, en un París ocupado por el ejército de la Alemania nazi, me siguen resultando fascinantes con la publicación de la segunda entrega de la serie, La estrella amarilla del inspector Sadorski (Malpaso, 2023) ya que no toca presentar al personaje sino seguir el curso de la investigación en la que se mete de cabeza: ¿quiénes fueron los autores del atentado con bomba a un café frecuentado por policías y justo delante del Palacio de Justicia?

En contra de la primera novela de la saga, El caso Léon Sadorski, aquí nazis muy pocos, por no decir que ninguno salvo los que aparecen como extras, para recordar al lector que la novela se desarrolla en una Francia partida por la mitad y con una zona ocupada, París incluido, y otra “libre” bajo una república de pandereta.

En La estrella amarilla del inspector Sadorski los protagonistas son franceses, franceses que colaboraron con los nazis, entre ellos nuestro inspector, y los que operan bajo la resistencia, en este caso la del partido comunista francés, fuertemente dependiente de las decisiones del camarada Stalin.

Entre medio, uno de los sucesos más oscuros de la historia del siglo XX en Francia, la gran redada del Velódromo de invierno, que llevó a la detención de miles de judíos para ser deportados a los campos de concentración. Entre ellos niños cuyo destino final fue el de perecer en las cámaras de gas de Auschwitz.

Si leyeron las primera novela sabrán la peculiar relación que mantiene este policía con los judíos, por un lado los persigue como un perro de caza pero por otro protege a una adolescente que lleva la estrella amarilla de David cosida en la ropa. Las intenciones son claras pese a que Sadorski sea un hombre felizmente casado.

Lo mejor de estas dos noveles, y las que espero que vendrán, es el retrato que ofrece el escritor sobre aquel París ocupado y las bajezas con muy pocas grandezas de los parisinos. Slocombe tiene la facultad de transportarnos a ese tiempo, tal es la documentación de la que se sirve para que todo resulte estremecedoramente realista. En este sentido, resultan escalofriantes las escenas en las que estructura la gran redada del Velódromo de Invierno, el sufrimiento de tantos y tantos hombres, mujeres y niños a los que se les obligó a abandonarlo todo solo por ser judíos.

La serie Sadorski ha resultado devastadora en la sociedad francesa porque ésta sigue empeñada en creer el mito de la Resistencia y de la guerra de liberación que no fue tan heroica. La gran mayoría de los franceses claudicaron ante la Alemania nazi y se acomodaron para vivir lo más cómodamente bajo la sombre del Tercer Reich, que traspasó su obsesión antisemita a un pueblo, el francés, donde este sentimiento ya estaba larvado, solo hacía falta un ejercicio de poder para que saliera de los armarios y viera la luz de la manera en lo que lo hizo.

Las dos novelas que de momento se han publicado al español de Léon Sadorski son así libros de Historia con H mayúscula, y una forma de ver esa misma Historia con una mirada realista, alejada de leyendas y héroes. En estas novelas los hombres son ambiciosos, arribistas, gente a la que le gusta mostrar su identificación de policías porque les abre todas las puertas y de paso fuerzan a un sastre judío a que les haga trajes sin pagar un solo franco a cambio de protección. O acoger bajo su ala a una jovencita judía no por sentimientos humanitarios precisamente.

Sadorski es un canalla pero es que ser un canalla es lo que le da esa humanidad que lo hace real y tan humano. Por individualista y por aprovechado en unos tiempos marcados por el odio y en lo que se normalizaron crímenes tan despreciables como el que llevó a miles de judíos a ser hacinado en ese Velódromo de invierno de tan triste recuerdo para los franceses, con el fin de ser transportados hasta el corazón de Europa con destino a la muerte.

La novela es muy recomendable, sobre todo para los que todavía creen que cualquier totalitarismo (sea de derechas o de izquierdas) es bueno. Pone el dedo en la llaga, además, al contar como comunistas y nazis mantuvieron un breve romance con el pacto nazi-soviético (1939) y cómo estas corrientes ideológicas se radicalizaron al quebrarse las relaciones tras la atronadora invasión del ejército alemán a la Unión Soviética… Parece una paradoja y lo es como lo son todas las paradojas. Sadorski, de hecho, es una gigantesca paradoja.

Saludos, ayer se quemó la sardina, desde este lado del ordenador

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