Váyanse a la mierda
No les falta razón a quienes me dicen que este blog dedica especial atención a los muertos. Pero es una forma de mantenerlos vivos y no como fantasmas en nuestra memoria. La mayoría de los consumidores culturales sabrán a lo que me refiero. Cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. Y si he llegado a la conclusión, gracias en parte a la serie A dos metros bajo tierra (gracias, Carlos), que los que se van dejan algo de ellos en todos nosotros… para el que se ha pasado la vida fabricando mitos a través de sus lecturas, escuchas y visiones, la desaparición de alguien famoso y al que tuvo la suerte de no conocer, conmociona. No con la misma intensidad de alguien cercano, claro está, pero sí que deja un vacío raro en la cabeza y una necesidad de agradecerle los buenos ratos que le hizo pasar y que, a través de su obra, continuará haciéndole pasar.
La muerte de Fernando Fernán Gómez, anunciada a lo largo de esta semana como fría e insustancial noticia periodística, me ha dejado tarumba por la sencilla razón de que me lo pasé y pasaré muy bien con las películas donde hizo de actor y en ocasiones también de director. No voy glosar que títulos marcaron mi tonta niñez ni mi rarísima adolescencia. Ni siquiera cuando descubrí aspectos nuevos en su trabajo cuando me asaltó sin darme cuenta esa juventud divino tesoro que tan poco es para tanto. No, mi intención es rendir un pequeño tributo a un señor que se nos hizo mayor y se transformó un poco en el abuelo de todos. Incluyendo su bendito mal genio y sus salidas de tono, como el glorioso váyase usted a la mierda. Salidas que ahora la canalla televisión no se cansa de emitir en clave jocosa, pero que dicen demasiadas cosas del entrañable viejo. Y una sobre todas ellas, en sus últimos pero vibrantes años finales, le hizo un soberano corte de mangas a todo el mundo. Lo que no entendieron los idiotas de las televisiones es que lo más importante de todo es que Fernando Fernán Gómez se incluía en esa legión de imbéciles que nos toca sufrir todos los días porque nadie es perfecto.
El viejo, el abuelo, además de ser un extraordinario actor que casi siempre interpretaba el mismo papel y un sólido cineasta, también fue un escritor de fuste. Recomiendo a los aficionados la lectura de sus memorias que son las aventuras y desventuras de un señor repleto de contradicciones, pero a quién finalmente se quiere y aprecia por su brutal sinceridad y hartazgo. El viejo era un niño, damas y caballeros. Váyanse todos, con mis respetos, a la mierda.