Las aventuras y desventuras de Lloyd Hopkins, una temporada en el infierno
Casi todo el mundo con letras y también los que son poco propensos a perder el tiempo leyendo, conoce las novelas que el escritor norteamericano James Ellory (en la fotografía) ha dedicado a la ciudad de Los Ángeles, L.A., durante la década de los años 40 y 50. Hace años, una eficaz adaptación cinematográfica sobre uno de estos títulos, L.A. Confidencial, hizo muy popular al escritor de oscuro pasado delictivo que es Ellroy, popularidad que casi da al traste Brian de Palma con la adaptación de otro de sus monumentales libros, La dalia negra, títulos que junto a El gran desierto y Jazz blanco conforman una peculiar tetralogía a través de la cual el escritor quiso rendir tributo a la ciudad y de paso convertirse en algo así como el espejo deformante (cóncavo o convexo, lo mismo da) del gran Raymond Chandler.
De todas formas, no quiero hablarles hoy en el post de los cuatro libros que Ellory ha escrito sobre aquellos años, sino de otro personaje salido de su enfermiza imaginación que responde al nombre de Lloyd Hopkins, personaje protagonista de tres grandes novelas, una de las cuales también cuenta con una sólida adaptación cinematográfica, Sangre en la luna, donde Hopkins adoptaba el rostro inquietante de James Woods.
Ambientada a finales de los años 60 en L.A., la trilogía de Hopkins revela todas las claves que caracterizan la obra de este singular escritor de novela policíaca, como son la corrupción, nadie es inocente hasta que se demuestre lo contrario, racismo, sexo, drogas y violencia. El sargento de Homicidios, Lloyd Hopkins, encarna pues todas estas contradicciones, lo que lo hace desagradable y antipático al lector con algo de justicia en su corazón, pero también fascinante por vivir casi al margen de la ley cuando, supuestamente, trabaja para ella.
Sustancias psicotrópicas aparte y personajes al borde del abismo que es ese momento de la vida donde contemplas el rostro del monstruo que no es otro que el de uno mismo, y una obsesiva tendencia por regenerarse a base de tiros y puñetazos de la fea realidad que envuelve a cada uno de los protagonistas de sus obras, sólo hay una posibilidad de redención en las novelas de Ellory: el amor. Pero no el amor al uso, sino una relación tejida a base de hachazos y traiciones.
El lector interesado puede encontrar la trilogía de Hopkins (Sangre en la luna, A causa de la noche y La colina de los suicidas) en ediciones de bolsillo y en traducciones digamos que más o menos dignas. Merece la pena, sobre todo para iniciados en el turbulento mundo del escritor a quien un asesino le destrozó la infancia cuando al regresar del colegio se encontró a la policía investigando la muerte de su madre. Este golpe profundo ha dado origen también a otro libro de no ficción del narrador de la mugre, Mis rincones oscuros, aunque su atractivo es sólo para fanáticos de su universo enrarecido, poblado de hombres con miedo que sólo saben hacerle frente con un revólver entre las manos.
La trilogía Hopkins y las dos primeras novelas de su teatrología de L. A., L.A. Confidencial y La dalia negra son sus mejores obras hasta la fecha. Sus últimos libros, en especial los dos primeros que han aparecido de lo que parece ser una trilogía americana sobre los años 60 –América y Seis de los grandes– no es, lo que se dice, de lo mejor del escritor, quien ha simplificado su estilo hasta límites irritantes, casi como si de una película se tratara. Frases cortas, sin apenas comas y con demasiados personajes, mezclando ficticios con reales, como el presidente Kennedy, a quien detesta cordialmente Ellroy al menos en estas novelas, y el nefasto jefazo del FBI, Edgar Hoover, entre otros siniestros.
Una cosa está clara si uno se deja arrastrar por el mundo de pesadilla de Ellroy, planeta donde la palabra ley y orden es casi sinónimo de corrupción y caos. La lección que aprendes es que nada es lo que parece porque los que mueven los hilos son un puñado de cobardes, por eso la siniestra estrategia del miedo y del despiste. No interesa que la masa (nosotros) lo sepamos.
Al final van a tener razón los de El club de la lucha. Dios, el Gran Arquitecto del Univero o Cthulhu nos coja confesados.